COMENTARIOS AL LIBRO DE LA VIDA
Capítulo 23:
Crece la experiencia mística
.CAPÍTULOS 23-31
INTENSA JORNADA MÍSTICA DE SU VIDA
Los capítulos 23-32 constituyen la sección tercera del libro.
Reanuda el relato interrumpido en el capítulo 10, y lo traslada de plano: de la lucha ascética pasa ahora a narrar su vida mística. En la precedente graduatoria de la oración, el presente relato correspondería a los grados segundo-cuarto de la escala. Más intensamente, al grado cuarto, oración de unión.
La experiencia mística de la Santa, de por sí metahistórica, en su pluma se vuelve narrable e incluso dramática, tanto por la serie de fenómenos místicos que se desencadenan en su interior, como por entrelazarse con una serie de sucesos exteriores, especialmente la tenaz oposición de sus consejeros. De suerte que en el relato tercian tres o cuatro actores desiguales. De un lado Teresa y el Señor que le otorga un raudal de mercedes; y del otro los opositores, y Satanás. El dramatismo de la narración proviene del doble papel desempeñado por Teresa, agraciada por Dios, y obligada a resistir al supuesto demonio. Dramatismo que culmina en el capítulo 29, con el grotesco gesto de las higas, por un lado, y por el otro con la gracia del dardo.
No olvidemos que, en el fondo, son estos sucesos místicos los que motivaron la composición del libro.
La secuencia de los nueve capítulos podrá diseñarse así:
Cap. 23: Primera efusión de gracias místicas; crisis de temor, y opo-sición.
Cap. 24: Primer arrobamiento; primera locución interior.
Cap. 25: Cómo son las palabras interiores; criterios de discernimiento.
Cap. 26: Index de libros prohibidos. "Yo te daré libro vivo".
Cap. 27: Primera visión "intelectual" de Jesucristo.
Cap. 28: Múltiples visiones "imaginarias" de Cristo en su Humanidad.
Cap. 29: Crecida del amor. Ímpetus. Crece la oposición. Gracia del dardo.
Cap. 30: Seguridad de fray Pedro de Alcántara. Rachas de noche oscura.
Cap. 31: Se intensifica su noche oscura.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 23
Comienza la otra jornada de su vida. Crece la experiencia mística
Reanuda el relato autobiográfico. Teresa lo había interrumpido en el capítulo 10, 1. Aludía allí a su ingreso en el mundo misterioso de la experiencia mística. Era a principios de 1554: a los 39 de edad.
Lo que ahora va a contar ocurre ese mismo año, meses más tarde. Pero entretanto había mediado un fuerte cambio de paisaje. Sobre todo, de paisaje interior, en la oración y en la vida de la autora. Basta confrontar los dos extremos del relato:
Cap. 10, 1: "Tenía yo algunas veces, aunque con mucha brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré: Acaecíame... algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar...".
Cap. 23, 2. 3. 12: "Comenzando (yo) a quitar ocasiones, y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes... Comenzó Su Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces de unión, que duraba mucho rato... Muchas veces sin poderlo excusar... con grandísima seguridad que era Dios".
Es decir, de las experiencias místicas esporádicas y muy breves, Teresa había pasado a los estados místicos: "Muchas veces, mucho rato, muy ordinario". Para su humildad y su sentido común, aquello constituía una novedad sorprendente. Casi alarmante. Teresa habla de momentos de temor. Incluso de miedo.
Como trasfondo del relato sigue el monasterio de la Encarnación. Pero entran en escena varios personajes nuevos, anónimos como todos los del libro. Hoy conocemos sus nombres. Son, el primero, un pariente de Teresa, "el Caballero Santo" Francisco de Salcedo; a su lado, un cura de la ciudad por nombre Gaspar Daza; y el tercero, un joven jesuita, neosacerdote, Diego de Cetina.
Presionada por ellos y a causa de los propios miedos, Teresa tiene que escribir una y otra vez las cosas de su alma. Será el primerísimo esbozo del presente libro. Esbozo perdido en la riada de aquellos días turbulentos.
Tema del capítulo, la irruencia de lo místico en la vida de ella, y el consiguiente sobresalto de su alma. Lo desarrolla así:
- Núms. 1-5: Gracias y temores. Búsqueda de consejeros.
- Núms. 6-14: El problema en manos de Salcedo y de Daza. Consultas (8-11), y sentencia adversa (12-14).
- Núms. 14-18: Pausa de calma bajo la dirección del P. Cetina.
La novedad. Y el porqué del sobresalto
Teresa es consciente de comenzar sección nueva en su relato: "Es otro libro nuevo de aquí adelante. Digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía. La que he vivido (después)... es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía" (1).
La novedad consistía, más que en el cambio de conducta de Teresa, en la frecuencia y crecimiento de gracias místicas, que ya no eran repentinas y fugaces, sino prolongadas y transformadoras. Eran, dice ella, "oración de quietud, y muchas veces de unión", que corresponden a los grados segundo y tercero, descritos en los capítulos 14-17 del precedente tratadillo. Ocurría que, después de tantos años haciendo la trabajosa oración discursiva del grado primero, ahora en poco menos de un año se le crecían los grados segundo y tercero, "muchas veces, sin poderlo excusar". Extrañamente, del mucho pensar de la oración discursiva, había pasado al "no pensar nada, que esto era lo que yo más decía" o experimentaba.
En un primer momento eso le produjo sorpresa y un cierto sentimiento de humillación al hacerse más y más consciente de su pobreza e indignidad ante tales "mercedes". Pero muy pronto le sobrevino un incontenible sentimiento de temor: "Miedo" dice ella. "Creció de suerte el miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar".
Se debía esa racha de miedo a oscuras presiones del clima religioso de su siglo. Lo apunta ella: "Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres, y engaños que les hacía el demonio, comencé a temer" (2). Efectivamente, era reciente el clamoroso escándalo de una monja falsaria, sor Magdalena de la Cruz (de Córdoba), que "había puesto espanto a toda España".
Surge así el recurso de Teresa a los asesores de espíritu, y la necesidad de poner por escrito lo que pasa por su alma.
Los tres asesores. Tres valoraciones
En ese umbral de su vida mística Teresa tiene la suerte, incierta, de plantear su problema a tres consejeros jóvenes. Buenos los tres pero inexpertos. Son, como ya hemos visto, un laico, un cura y un jesuita.
El mayor de los tres es el laico, coetáneo de ella, casado con una pariente de ésta, amigo y hombre de confianza. Dado a la oración desde hace casi cuarenta años. Estudioso de teología, pero poco más. Denominado en Vida "El Caballero santo". "Alma temerosa y santa". "Este bendito y santo hombre" (23, 6-7). Perfectamente dibujado por la Santa a lo largo del capítulo. Quizá la pincelada que mejor le cuadra es la de "temeroso". Indeciso en sus decisiones, será él quien facilite a la Santa el encuentro con los otros dos asesores, pero después de asegurarle por propia cuenta "que no podía dejar de temer mucho, porque le parecía mal espíritu en algunas cosas". (Recordemos el juicio de la Santa, muchos años más tarde: "No sé si podré afirmar que es la persona (a) que más debo en la vida de todas maneras, porque me comenzó a dar gran luz, y así le quiero muy mucho": carta 142, 2; de 1576).
El segundo, Gaspar Daza, es en ese momento un sacerdote ejemplar, muy conocido en la ciudad por su labor pastoral y social: hombre "de bondad y buena vida". Si bien Teresa piensa confesarse con él y "tener(lo) por maestro", Daza acepta escucharla, pero no en confesión, pues "dijo que era muy ocupado".
Daza adopta frente a ella un gesto severo, y Teresa no se siente comprendida: "Cierto, si no hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca medrara mi alma" (9).
Son los dos, Salcedo y Daza, los que le exigen una relación escrita. Los dos la analizan, no sabemos cómo. Y los dos dictan sentencia contraria, al parecer en los términos más sombríos: "Venida la respuesta, que yo con harto temor esperaba..., vino a mí (el Caballero Santo) y díjome que, a todo su parecer de entrambos, era demonio". Es decir, que Teresa era juguete del diablo.
Y los dos la remiten a un tercero, supuestamente entendido en cosas de oración, y acaso en temas de demonio.
Es así como la Santa viene a dar con el confesonario del jesuita jovencísimo Diego de Cetina (de 24 años escasos), recién ordenado sacerdote, recién llegado a Ávila, todavía estudiante en Salamanca; enfermizo y calificado por sus compañeros jesuitas como hombre de cortos alcances.
Sin embargo fue él quien la sacó del mar de dudas en que estaba sumergida. También él dispuso de una segunda relación escrita. La leyó, la entendió a maravilla y encaminó a la autora certeramente. "Tratando con aquel siervo de Dios -que lo era harto y bien avisado- toda mi alma..., me declaró lo que era y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios conocidamente" (16). "Llevóme por medios que parecía del todo me tornaba otra. (Qué gran cosa es entender un alma" (17).
Cetina regresará a Salamanca apenas comience el nuevo curso universitario. Lo contará ella en el capítulo siguiente. Pero pese a lo pasajero de su intervención, él marcó rumbo en la nueva vida de Teresa.
Fueron dos las cosas importantes que a ella le sucedieron en esa jornada de crisis: la primera, el clima de paz en su alma gracias al refrendo del joven jesuita (los otros dos asesores tardarán en rendirse a la evidencia). Y la segunda, que Teresa había abierto una brecha en su mundo interior: había estrenado su pluma, y tendido un puente sobre el mundo de la teología.
Los primeros escritos
En el capítulo, Teresa alude a los escritos espirituales que hubo de redactar. Fueron motivados, desde dentro, por sus crecientes experiencias místicas. Y, desde fuera, por la presión de los asesores desconcertados, a quienes recurrió.
A sus cuarenta años, fueron escritos primerizos. Todavía no poseía ella la doble gracia de entenderse y de expresarse. Cuando Salcedo y Daza le exigen que ponga por escrito lo que le pasa, asegura ella que "era el trabajo que yo no sabía ni poco ni mucho decir lo que era mi oración, porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo decir, ha poco que me lo dio Dios" (11).
Recurre, por tanto, a uno de sus libros preferidos, que hable por ella. Era la Subida del Monte Sión, de Bernardino de Laredo: "Señalé con unas rayas las partes que eran, y di el libro (a Salcedo) para que él y el otro clérigo lo mirasen y me dijesen lo que había de hacer". A los subrayados del libro les añade una "relación de mi vida y pecados lo mejor que pude por junto, que no confesión, por ser seglar (Salcedo)". Y entregó ambas cosas a los dos asesores, que luego de analizarlas y sentenciarlas destruyeron el escrito.
Era el primer esbozo de su Vida. Y el resultado no pudo ser más desastroso.
El segundo escrito lo redacta ese mismo año, apenas sentenciado el anterior, cuando ella está sumida en una profunda crisis de angustia, "muy afligida, no sabiendo qué había de ser de mí". Lo escribe ya en plan de confesión general, poniendo por escrito "todos los males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que yo entendí y supe, sin dejar nada por decir" (15).
Antes de entregarlo, el escrito ejerce sobre ella misma un efecto demoledor: "Acuérdome que como vi, después que lo escribí, tantos males y casi ningún bien, me dio una aflicción y fatiga grandísima". Pero no fue ese el efecto que el escrito produjo en el joven lector jesuita, su destinatario: "Dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente". Si bien el escrito terminaría normalmente en el cesto de los papeles.
Aunque desconcertante, ésa fue la suerte de los dos primeros relatos autobiográficos de Teresa. Frustrante el primero. Luminoso y decisivo el segundo. No sabemos si al escribir este último, la autora poseía ya las primeras gracias de autocomprensión y elocución. Su primer escrito espiritual llegado hasta nosotros, la Relación 1. data de cinco años después (1560), y rebosa ya lucidez y eficacia mistagógica.
NOTA
El libro del "no pensar nada". - Sin nombrar al autor, Teresa cita el libro del franciscano Bernardino de Laredo, Subida del monte Sión. En él subrayó las páginas que hablaban del "no pensar nada" y lo entregó a sus dos fiscales, Salcedo y Daza, a los que ni la Santa ni el libro lograron convencer. La consigna del "no pensar nada" formaba parte de la orientación espiritual hacia el "silencio interior", dentro de la teoría del recogimiento. Teresa ya anteriormente había leído esa doctrina en el Tercer Abecedario de Osuna, quien en las páginas finales del libro dedicaba un capítulo a Cómo ha de callar nuestro entendimiento (c. 3 del tratado 21), y otro a las Tres maneras de silencio (ib. c. 4), y del "no pensar nada para asosegar íntimamente y callar nuestro entendimiento" (c. 5). Si ahora recurre a Laredo es, probablemente, por ser su libro de lectura más reciente o más a mano. Teresa maneja la segunda edición de la Subida (de 1538 o 1542), en la que también Laredo dedica un capítulo al "sosiego del ánima con silencio de potencias" (III, c. 8). Pero los subrayados de la Santa recayeron ciertamente sobre el capítulo que trataba de "Qué cosa es no pensar nada en contemplación perfecta y de la autoridad y utilidad de mística teología (III, c. 27), y fundaba su doctrina nada menos que en las enseñanzas de san Pablo a su discípulo Dionisio, y de éste a Timoteo, pasando luego por san Agustín, y "Ricardo, y Enrique de Balma, y Enrique Herp, y san Bruno, y san Gregorio... y Gersón"..., muy para convencer a Teresa, pero que no sirvieron para apaciguar a sus asesores. (La obra de Laredo ha sido editada en la B.A.C., tomo 44, Madrid 1948. El cap. 27 de la tercera parte puede verse en las pp. 371-375).
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