COMENTARIO LIBRO DE LA VIDA
Capítulo 27:
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
CAPÍTULO 27
[Reanuda la narración. Refiere "el hecho decisivo" de su vida: la experiencia mística de Cristo presente. ‑ El epígrafe del capítulo comienza anunciando otro tema doctrinal: "otro modo" de comunicación mística de Dios con el alma. El "modo primero" son las "hablas o palabras interiores", tratadas en el c. 25, a raíz de la sorprendente palabra interior referida en el c. 24, 5. ‑ El "hecho decisivo" lo referirá en el lugar paralelo de las Moradas 6, c. 4, si bien con léxico diverso].
(sigue aquí --- en "Más información"... )
En que trata otro modo con que enseña el Señor al alma y sin hablarla la da a entender su voluntad por una manera admirable. Trata también de declarar una visión y gran merced que la hizo el Señor no imaginaria. Es mucho de notar este capítulo.
1. Pues tornando al discurso de mi vida [1](1), yo estaba con esta aflicción de penas y con grandes oraciones como he dicho [2](2) que se hacían porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más seguro, pues éste me decían era tan sospechoso. Verdad es que, aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que quería desear otro camino, como veía tan mejorada mi alma, si no era alguna vez cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían y miedos que me ponían, no era en mi mano desearlo, aunque siempre lo pedía. Yo me veía otra en todo. No podía [3](3), sino poníame en las manos de Dios, que Él sabía lo que me convenía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo.
Veía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba al infierno. Que había de desear esto ni creer que era demonio, no me podía forzar a mí, aunque hacía cuanto podía por creerlo y desearlo, mas no era en mi mano.
Ofrecía lo que hacía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba santos devotos porque me librasen del demonio. Andaba novenas [4](4). Encomendábame a San Hilarión [5](5), a San Miguel Angel, con quien por esto tomé nuevamente devoción; y otros muchos santos importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con Su Majestad.
3. Luego fui a mi confesor [11](11), harto fatigada, a decírselo. Preguntóme que en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Díjome que cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y sentía, y que el recogimiento del alma era muy mayor, en oración de quietud y muy continua, y los efectos que eran muy otros que solía tener [12](12), y que era cosa muy clara.
No hacía sino poner comparaciones para darme a entender; y, cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que mucho cuadre. Así como es de las más subidas (según después me dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado Fray Pedro de Alcántara, de quien después haré mención [13](13), y me han dicho otros letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el demonio de todas), así no hay términos para decirla acá las que poco sabemos, que los letrados mejor lo darán a entender. Porque si digo que con los ojos del cuerpo ni del alma [14](14) no lo veo, porque no es imaginaria visión, )cómo entiendo y me afirmo con más claridad que está cabe mí que si lo viese? [15](15). Porque parecer que es como una persona que está a oscuras, que no ve a otra que está cabe ella, o si es ciega, no va bien. Alguna semejanza tiene, mas no mucha, porque siente con los sentidos, o la oye hablar o menear, o la toca. Acá no hay nada de esto, ni se ve oscuridad, sino que se representa por una noticia al alma más clara que el sol. No digo que se ve sol ni claridad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien. Trae consigo grandes bienes.
4. No es como una presencia de Dios que se siente muchas veces, en especial los que tienen oración de unión y quietud [16](16), que parece en queriendo comenzar a tener oración hallamos con quién hablar, y parece entendemos nos oye por los efectos y sentimientos espirituales que sentimos de gran amor y fe, y otras determinaciones, con ternura. Esta gran merced es de Dios, y téngalo en mucho a quien lo ha dado, porque es muy subida oración, mas no es visión, que entiéndese que está allí Dios por los efectos que, como digo, hace al alma, que por aquel modo quiere Su Majestad darse a sentir [17](17). Acá vese claro que está aquí Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración represéntanse unas influencias de la Divinidad ; aquí, junto con éstas, se ve nos acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad Sacratísima.
5. Pues preguntóme el confesor: )quién dijo que era Jesucristo? Él me lo dice muchas veces, respondí yo; mas antes que me lo dijese se imprimió en mi entendimiento que era Él, y antes de esto me lo decía y no le veía. Si una persona que yo nunca hubiese visto sino oído nuevas de ella, me viniese a hablar estando ciega o en gran oscuridad, y me dijese quién era, lo creería, mas no tan determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona como si la hubiera visto. Acá sí, que sin verse, se imprime con una noticia tan clara que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan esculpido en el entendimiento, que no se puede dudar más que lo que se ve, ni tanto. Porque en esto algunas veces nos queda sospecha, si se nos antojó; acá, aunque de presto dé esta sospecha, queda por una parte gran certidumbre que no tiene fuerza la duda.
6. Así es también en otra manera que Dios enseña el alma y la habla de la manera que queda dicha [18](18). Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender aunque más queramos decir, si el Señor por experiencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha [19](19). Y nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que Él quiere y grandes verdades y misterios; porque muchas veces lo que entiendo cuando el Señor me declara alguna visión que quiere Su Majestad representarme es así, y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter menos, por estas razones. Si ellas no son buenas, yo me debo engañar.
7. Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y de lenguaje [20](20), que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sentidos, a mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Esto es alguna vez y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están suspendidas las potencias ni quitados los sentidos, sino muy en sí; que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces; mas éstas que son, digo que no obramos nosotros nada ni hacemos nada. Todo parece obra el Señor.
Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago, sin comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está, aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le puso. Acá sí [21](21); mas cómo se puso no lo sé, que ni se vio, ni se entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi noticia podía ser [22](22).
8. En la habla que hemos dicho antes [23](23), hace Dios al entendimiento que advierta, aunque le pese, a entender lo que se dice, que allá parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace escuchar y que no se divierta [24](24); como a uno que oyese bien y no le consistiesen tapar los oídos y le hablasen junto a voces, aunque no quisiese, lo oiría; y, en fin, algo hace, pues está atento a entender lo que le hablan. Acá, ninguna cosa; que aun esto poco que es sólo escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo ni dónde, pues aun nunca había trabajado aun para deprender el abecé.
9. Esta comparación postrera me parece declara algo de este don celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de estas grandezas [25](25). Quédase tan espantada, que basta una merced de éstas para trocar toda un alma y hacerla no amar cosa, sino a quien ve que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan grandes bienes y le comunica secretos y trata con ella con tanta amistad y amor que no se sufre escribir [26](26). Porque hace algunas mercedes que consigo traen la sospecha, por ser de tanta admiración y hechas a quien tan poco las ha merecido, que si no hay muy viva fe no se podrán creer. Y así yo pienso decir pocas de las que el Señor me ha hecho a mí -si no me mandaren otra cosa-, si no son algunas visiones que pueden para alguna cosa aprovechar, o para que, a quien el Señor las diere, no se espante pareciéndole imposible, como hacía yo, o para declararle el modo y camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me mandan escribir [27](27).
10. Pues tornando a esta manera de entender, lo que me parece es que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo, y paréceme a mí que así como allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cierto es así, hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró en un arrobamiento), así es acá, que se entienden Dios y el alma con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares [28](28); a lo que creo, lo he oído que es aquí.
11. (Oh benignidad admirable de Dios, que así os [29](29) dejáis mirar de unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! (Queden ya, Señor, de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni que les contente [30](30) ninguna fuera de Vos! (Oh ingratitud de los mortales! )Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por experiencia que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que Vos hacéis con un alma que traéis a tales términos, lo que se puede decir. (Oh almas que habéis comenzado a tener oración y las que tenéis verdadera fe!, )qué bienes podéis buscar aun en esta vida -dejemos lo que se gana para sin fin-, que sea como el menor de éstos?
12. Mirad que es así cierto, que se da Dios a Sí [31](31) a los que todo lo dejan por Él. No es aceptador de personas [32](32); a todos ama. No tiene nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo trayéndome a tal estado. Mirad que no es cifra [33](33) lo que digo, de lo que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a entender esta manera de visión y merced que hace Dios al alma; mas no puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin, y de estos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso que nos está aparejado [34](34).
13. (Vergüenza es y yo cierto la he de mí y, si pudiera haber afrenta en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie! )Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin fin, todos a costa del buen Jesús? )No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo? [35](35) )Que con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que Él nos ganó a costa de tanta sangre? Es imposible. )Y con honras vanas pensamos remedar un desprecio como Él sufrió para que nosotros reinemos para siempre? No lleva camino, errado, errado va el camino. Nunca llegaremos allá.
Dé voces vuestra merced [36](36) en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mi esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y óigome tan tarde [37](37) y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es gran confusión hablar en esto, y así quiero callar. Sólo diré lo que algunas veces considero. Plega al Señor me traiga a términos que yo pueda gozar de este bien.
14. (Qué gloria accidental será [38](38) y qué contento de los bienaventurados que ya gozan de esto, cuando vieren que, aunque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que le fue posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! (Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! [39](39) (Qué honrado el que no quiso honra por Él, sino que gustaba [40](40) de verse muy abatido! Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! Qué pocos hay ahora, por nuestros pecados! Ya, ya parece se acabaron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo. Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!
15. Mas si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por sabios y por discretos! Eso, eso debe ser, según se usa discreción. Luego nos parece es poca edificación no andar con mucha compostura y autoridad cada uno en su estado. Hasta el fraile y clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es novedad y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y tener oración, según está el mundo y tan olvidadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que no haría escándalo a nadie dar a entender los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo; que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos. Y si unos se escandalizan, otros se remuerden. Siquiera que hubiese un dibujo de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester.
16. Y qué bueno nos le llevó Dios ahora [41](41) en el bendito Fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay -como otras veces he dicho- [42](42) para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben! Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad.
17. Díjome a mí y a otra persona [43](43), de quien se guardaba poco (y a mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré) [44](44), paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio.
En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mismo encima. Decíame que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, para que sosegase con más abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario [45](45); y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fui testigo [46](46).
18. Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden y no conocer fraile, si no era por el habla; porque no alzaba los ojos jamás, y así a las partes que de necesidad había de ir no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le daba más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a conocer [47](47), y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles.
Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo dirá vuestra merced que para qué me meto en esto, y con él lo he escrito. Y así lo dejo con que fue su fin como la vida, predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se acababa, dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi [48](48), e, hincado de rodillas, murió.
19. Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la vida [49](49), aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido y otras muchas cosas. Un año antes que muriese, me apareció estando ausente [50](50), y supe se había de morir, y se lo avisé. Estando algunas leguas de aquí cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar [51](51). Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por mejor decir.
20. Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria. Paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese [52](52). Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén.
21. Mas (qué hablar he hecho, para despertar a vuestra merced [53](53) a no estimar en nada cosa de esta vida, como si no lo supiese, o no estuviera ya determinado a dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo tanta perdición en el mundo, que, aunque no aproveche más decirlo yo de cansarme de escribirlo [54](54), me es descanso; que todo es contra mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he ofendido, y vuestra merced, que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 27
Experiencia culminante: Cristo presente.
Primera experiencia
trinitaria.
Desbordamiento emotivo de la Santa
Referencia a fray Pedro de Alcántara
El relato llega a 1560. Año 45 en la vida de Teresa.
Del capítulo anterior quedaron pendientes dos cosas: la gran pobreza de recursos literarios, impuesta por la requisa inquisitorial de libros en romance. Y la misteriosa promesa de un "libro vivo", que Teresa no sabe en qué va a consistir.
Ahora, lo del recurso a los libros queda totalmente marginado. Teresa escribe y camina sin apoyarse en ellos. No parece echarlos en falta. Escribe de experiencia.
En cuanto a la promesa del "libro vivo", tiene cumplimiento desbordante y sensacional. En cierto modo, desconcertante para ella, y no menos para el asesor de turno a quien se lo refiere. Es la gracia de Jesucristo presente, que va a decidir en adelante el sentido de su vida.
Después de referirla en la primera parte del capítulo, la narración se abandona a una intensa descarga emotiva. Con movimiento pendular: hacia Dios, hacia sí misma o hacia el lector.
Reanuda el diálogo con el lector preferido, García de Toledo. Y evoca el recuerdo de un místico que le ha asegurado la calidad de esa experiencia cristológica: Fray Pedro de Alcántara. Juntamente con él, se la han garantizado "otros letrados grandes" (n. 3).
El trazado del capítulo es:
- Núms. 1-5: Cristo presente. Experiencia estable.
- Núms. 6-10: Lo escucha en forma absolutamente nueva.
- Núms. 11-15: Explosión efusiva, soliloquio y diálogo.
- Núms. 16-20: Evocación de fray Pedro de Alcántara.
- Núm. 21: Epílogo, a García de Toledo.
El dato autobiográfico: de lo exterior a lo interior.
El relato autobiográfico se ha ido desplazando de los episodios exteriores al gran acontecimiento interior.
En el presente capítulo ese desplazamiento hacia la zona de las experiencias profundas marca un avance decisivo. Es mínimo el balance de episodios de crónica externa. La autora vuelve a mencionar los dos años de resistencias. Pero el quinteto de opositores casi desaparece de la escena. Quedan alusiones al confesor, porque estrechamente vinculado al acontecimiento místico de fondo. Resistencia contra resistencia, prevalece la de Teresa frente a este su asesor espiritual. Pero ella se refugia en prácticas de devoción infantil: "Andaba novenas" a los santos popularmente venerados como antidiabólicos, san Hilarión, san Miguel arcángel y no sabemos a quiénes más.
Todavía, otros dos datos personales: ante la nueva experiencia mística, Teresa se desborda en lágrimas: "No hacía sino llorar". Y mientras escribe, se sonroja de sí misma: "Vergüenza es, y yo cierto la he de mí, y si pudiera haber afrenta en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie". Con todo, se da cuenta de que la carga de emoción la hace desvariar..., pero descansa escribiendo. Es sincera su confidencia final: "Aunque (el escribir) no aproveche más (que para) cansarme, me es descanso; que todo es contra mí lo que digo (= escribo)".
Contraste absoluto con lo que ocurre a Teresa en el plano interior.
Es ahí, en lo más hondo de su interior, donde le ha acontecido el hecho desbordante y desconcertante. Casi inenarrable, por lo profundo y por lo insólito. Jesucristo mismo se le ha hecho presente. Exactamente al lado derecho. No visto con los ojos del cuerpo ni del alma; pero percibido presente con toda claridad y "certidumbre". Percibido, no en su acción o en una irradiación de su presencia misteriosa, sino presente Él mismo. Y no por momentos fugaces como otros tantos chispazos, sino establemente instalado en el hábitat existencial de Teresa, concentrando y llenando toda la atención de ella. "Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo..., no veía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que hacía" (2).
El hecho interior se prolonga luego en la reiterada conversación con el confesor, desconcertado también e incrédulo en un primer momento.
Pero en el relato autobiográfico ya no se trata de un episodio más; ni de un desplazamiento de la atención hacia el plano psicológico profundo, sino del comienzo de una dimensión nueva en la existencia de ella. Desplazamiento de la crónica a la trascendencia. A partir de aquí el relato de Vida cambia de sentido y de contenido, si bien los subsiguientes hechos místicos seguirán teniendo consistencia empírica, y Teresa insistirá en certificarlos.
La introspección de lo ocurrido: el hecho cristológico
En la primera sección del capítulo, Teresa hace un esfuerzo por explicarse a sí misma lo que le ocurre, y hacérselo inteligible a sus asesores.
En este caso, los asesores son tres: su confesor, el jesuita Baltasar Álvarez (de 27 años), que hace de censor renuente pero imparcial y leal; un franciscano, el místico fray Pedro de Alcántara (de 65 años); hombre de experiencia que asegura a Teresa que la suya es una gracia mística de las más altas; y un dominico, el P. García de Toledo (de 45 años), para quien escribe ella el capítulo, no sólo contando lo ocurrido sino que, ahora ya cinco años después, se propone explicárselo y razonárselo con intención mistagógica.
En esta abundosa explicación del hecho cristológico, Teresa distingue tres contenidos:
- La presencia de Jesucristo en persona ("Cristo vivo", dirá luego) en el propio espacio existencial y conciencial.
- Un nuevo tipo de comunicación entre los dos, ella y Jesucristo: nuevo "lenguaje" de palabras interiores.
- Desde Cristo, experiencia del misterio de la Trinidad (primera referencia: n. 9).
Este último dato, afirmado sólo de paso. Por ello, centraremos la atención en solos los dos primeros.
a) Jesucristo presente. - Del enorme esfuerzo que hace Teresa por explicar el hecho incomparable de su nueva experiencia, recojamos sólo tres aspectos:
"Lo ve de otra manera": a Jesucristo presente ella no lo ve ni con los ojos del cuerpo ni con los del alma: "Con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada" (n. 2); "digo que con los ojos del cuerpo ni del alma no lo veo" (n. 3). Lo que ella ve no es ni una estampa-retrato, ni una imagen de perfil definido, ni un cuerpo al alcance de los sentidos (ojos, oído, tacto); es la presencia de alguien vivo ("Cristo vivo"), que se le ha instalado en la vida independientemente de toda actuación o intervención de ella. Se diría que no es una visión funcional sino esencial. )Presencia percibida de espíritu a espíritu?
"Lo ve claro", con "certidumbre": ese dato de la claridad perceptiva lo reitera ella aquí expresamente no menos de ocho veces: "Estar siempre al lado derecho veíalo claro" (2); "estar cabe mí lo veía claro y lo sentía" (3); "se (me) representa por una noticia al alma más clara que el sol (3); "no digo que se ve sol ni claridad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento" (3; cf nn. 4 y 5). - Es decir, nada de vaguedad vaporosa ni meramente aproximativa; al contrario, se trata de una experiencia luminosa. Incluso localizada al lado derecho.
Es un hecho de vida y de amor: sí, dirá más adelante que la visión de Cristo tiene gran contenido noético y estético ("de ver a Cristo, me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día..."); pero la visión sucede ante todo como un hecho de vida y amor: Cristo y ella "comunican"; él "trata con ella con tanta amistad y amor, que no se sufre escribir" (9). "Sin ver nosotros cómo, de hito en hito se miran estos dos amantes" (10).
Como casi siempre, para expresar lo inefable Teresa recurre al lenguaje simbólico. Esta vez, a toda una escalada de comparaciones, que son determinantes en su exposición. Baste apuntarlas: esa presencle es como la de un amigo invisible pero cierto en un recinto oscuro, o como lo es el compañero de al lado para quien yace en ceguera profunda (3), o "como a uno que oyese bien y no le consintiesen tapar los oídos y le hablasen junto a voces, aunque no quisiese lo oiría", o como la presencia del alimento en el estómago sin haberlo ingerido (8), o como la posesión de toda la sabiduría de los libros, sin "nunca haber trabajado ni en deprender el abecé. Esta comparación me parece declara algo" (8), o a la manera como se comunican y entienden los del cielo, sin mediaciones verbales ni gestuales (10).
Cuando Teresa vuelva a contar esa experiencia, doce años después, en las Moradas (6, 8, 2), ya se la han etiquetado con la denominación de "visión intelectual". Pero ese cultismo la desborda. Y con razón, porque ella no la percibe con el "intelecto", ni queda confinada en el ámbito del "conocimiento". Esa presencia es vida.
Siglos después, ya en el XIX y XX, el hecho aquí descrito por Teresa será sometido a la lente crítica de analistas, neurólogos, psiquiatras y psicoanalistas. Sin pinzas que lo capten. También lo analizará un filósofo (Morente) que tendrá la suerte de confrontarlo con una experiencia personal propia, si bien la de él es sólo un "hecho extraordinario", único y aislado, mientras que lo de Teresa perdura años.
b) Las hablas, el nuevo modo de comunicación. - Dato importante en el relato teresiano, por dos motivos: porque finalmente a Teresa se le aclara quién es el autor de las palabras interiores que ella oye "tan continuo". Y porque en esta experiencia de Jesús presente estrena ella un nuevo tipo de comunicación con el Señor del misterio. Es lo que ella denomina "habla sin hablar" (6). "Es un lenguaje tan de cielo, que acá se puede mal dar a entender... Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha" (6). Lo repite: "Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y lenguaje, que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sentidos..." (7).
Es decir, las palabras anteriormente consignadas (capítulos 24-26) eran palabras "formadas": formuladas y concretas. Las de ahora son comunicaciones semejantes a la visión "intelectual": "Nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que Él quiere, y grandes verdades y misterios". Secretos y verdades sin ruido de palabras.
La onda de emoción y su función mistagógica
La segunda parte, el capítulo adopta tono mistagógico: se propone introducir al lector en el misterio de lo experimentado por la autora.
Teresa escribe cinco años después de aquella gracia cristológica. Recordándola ahora, pluma en mano, revive la fortísima emoción de entonces. Y lejos de recluirse en el intimismo o en la hondura "muy interior" de aquella experiencia, la emoción se le convierte en una onda expansiva que se desborda sobre el lector -cualquier lector- de forma envolvente, con ritmo apresurado y algo desacompasado. El largo pasaje de los nn. 11-21 da rienda suelta a esa descarga emotiva.
La emoción de Teresa va desde su clamor a Dios: "(Oh benignidad admirable de mi Dios, que así os dejáis mirar..." (n. 11), hasta el mundo entero: "(Oh mundo, mundo..." - "Mirad que es así cierto que se da Dios a Sí...!" - "Mirad que no es cifra lo que digo de lo que se puede decir..." (n. 12). Desde Dios regresa sobre sí misma y sobre el primer lector, P. García, para pedirle a él que "dé voces", que se las dé a ella, ya que ella no las puede dar como quisiera porque se lo impide su condición de mujer. Y en esa especie de onda envolvente incluye "hasta el fraile y clérigo y monja", que por apocamiento no esbozan en sus vidas "ni siquiera un dibujo de lo que pasó Cristo".
Y ya en la cresta de la onda (nn. 16-20) evoca a la figura de fray Pedro de Alcántara y la utiliza como lanzadera de la propia emoción. Fray Pedro había sido recordado en la primera parte del capítulo, muy de refilón, como asesor de su experiencia cristológica. Pero ahora se lo asume como representante de los enamorados locos de Cristo, loco de amor, cómplice o émulo de las locuras de los santos, ese hombre "que no parecía sino hecho de raíces de árboles".
Así, una vez más, la experiencia mística de Teresa -esta suma experiencia cristológica- no queda confinada en lo "muy muy interior" de ella. Al contrario, Cristo y su presencia se convierten en centro emisor de una fuerza, diríamos, centrífuga que convierte a Teresa en profeta, y la hace no sólo vocera de Dios, sino alertadora de sus lectores para que no lean en frío sino que compartan la emoción religiosa que la invade a ella. Todo el capítulo es un auténtico modelo de la manera literaria y mistagógica del Libro de la Vida.
Con todo eso, las resistencias del quinteto opositor volverán a la carga enseguida, en el capítulo próximo.
[5]. San Hilarión: monje oriental del siglo IV. Figura en la lista de "devociones particulares" de la Santa , que le dedicó uno de sus poemas festivos: "Hoy ha vencido un guerrero / al mundo y sus valedores...". La leyenda carmelitana, muy viva en tiempo de la Santa , lo contaba entre los ermitaños del Carmelo. En el breviario de la Santa (1568) figura su fiesta litúrgica el 22 de octubre (en el misal carmelitano, el 21 de octubre).
[8]. Un día del glorioso San Pedro: probablemente el 29 de junio de 15 60. Después de serle comunicado el contenido del "Indice de libros prohibidos" de Valdés (26, 5). Más adelante recordará que esta primera visión ocurrió en la fiesta de San Pedro y San Pablo (c. 29, 5), que se celebraba el 29 de junio.
[9]. No era visión imaginaria: es decir, era visión sin imagen alguna de lo visto. ‑ "Imaginaria", en su acepción técnica: intermedia entre "visión corporal" y "visión intelectual". La Santa distingue estas tres clases de visiones místicas (cf. c. 30, 4): intelectuales, como la presente, que describirá en el n. 3; imaginarias, percibidas con "los ojos del alma" (n. 3), es decir, con los sentidos interiores, como la visión de que hablará en el c. 28, 1 y ss. (porque "allá ‑adentro‑ parece tiene el alma otros oídos con que oye" y otros sentidos: n. 8); y corporales, percibidas con los ojos de la cara (sentidos exteriores), de las que dirá que ella nunca las tuvo (c. 28, 4). ‑ Con todo, en Vida nunca designará a las primeras con el término culto de "intelectuales". Este término escolástico lo utilizará mucho más tarde: en las Relaciones (4, 15; 6, 3; 12, 6; 24; 25, 1, etc.) y en las Moradas (6, 3, 12; 6, 4, 5; 6, 4, 9, etc., y especialmente en el c. 8 de esas Moradas sextas, desde el epígrafe del capítulo). A causa de esa carencia lexical, en Vida las designa con la circunlocución: "las visiones que no se ven" (33, 15), porque "con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada" (27, 2).
[18]. La (le) habla sin hablar: alude a las palabras místicas de que trató el c. 25, titulado "cómo se entienden estas hablas que hace Dios sin oírse" (cf. su definición en 25, 1). ‑ Son hablas místicas de la misma especie que las visiones no imaginarias que viene exponiendo. Por su parecido con éstas, las definirá enseguida: hablas "sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha" (alude a la referida en el n. 2 de este capítulo). ‑ En el presente contexto parece distinguir dos formas de hablas místicas: hablas con palabras formadas, si bien "se entienden sin oírse" (c. 25); y hablas no formadas, sin palabras, como "lo que pasa en el cielo", "que así como allá sin hablar se entiende... así es acá, que se entienden Dios y el alma con sólo querer S.M. que lo entienda, sin otro artificio" (27, 10). De estas últimas comienza a tratar a partir del n. 6.
[25]. Uno de aquellos teólogos escribe de ella por estas mismas fechas: "Estas cosas causan en ella una claridad de entendimiento y una luz en las cosas de Dios admirable" (Dictamen del dominico Pedro Ibáñez: BMC, II, p. 132). ‑ Acerca de su penetración del misterio de la Trinidad , véanse las Relaciones 16, 24, 47. ‑ De esa seguridad personal frente a los teólogos, había escrito poco antes en la Relación 1, n. 6: "cuando estoy en oración y los días que ando quieta y el pensamiento en Dios, aunque se junten cuantos letrados y santos hay en el mundo y me diesen todos los tormentos imaginables y yo quisiese creerlo, no me podrían hacer creer que esto es demonio, porque no puedo". ‑ El mismo P. Ibáñez se hace eco de esa seguridad: "Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la tierra le dicen que es demonio o dijesen, teme y tiembla antes de las visiones, pero estando en oración y recogimiento, aunque la hagan mil pedazos, no se persuadiría sino que es Dios el que trata y habla" (Dictamen, BMC, II, p. 132).
[34]. Frase lacónica y vigorosa. Su sentido es: "Es asco establecer comparación entre los goces místicos y los terrenos, aunque los terrenos fuesen para sin fin, y los místicos fuesen una sola gota del gran río caudaloso que nos está aparejado en el cielo". ‑ Fray Luis puntuó mal este pasaje (p. 234), y tras él, casi todos los editores.
[43]. "Esta persona de quien habla aquí la Santa , era la venerable María Díaz (Maridíaz), de mucha fama en Ávila por sus grandes virtudes. Tuvo por maestro de espíritu a San Pedro de Alcántara. En su correspondencia habla la Santa de esta piadosa mujer con mucho encarecimiento. Atribúyese a San Pedro de Alcántara el dicho de que Ávila encerraba dentro de sus muros tres santas a la vez: la Madre Teresa , María Díaz de Vivar y Catalina Dávila, de noble familia esta última" (P. Silverio). ‑ Una anécdota curiosa de Maridíaz puede verse en la carta de la Santa a Leonor de la Misericordia , de mayo 1582.
[50]. Debió suceder en el otoño de 1561. La Santa se hallaba en dificultad con motivo del Breve para la fundación de San José de Ávila. (Cf. la biografía del Santo por F. Marchese, L. III, c. 11; y en la autobiografía de la Santa , el c. 36, n. 20). ‑ El episodio mereció ser citado en la Bula de canonización de S. Pedro de Alcántara.
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