18.12.10

Comentario Libro de la Vida capítulo 38


COMENTARIOS AL LIBRO DE LA VIDA
Capítulo 38: 



 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.

                              CAPÍTULO 38





            En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo, así en mostrarle algunos secretos del cielo, como otras grandes visiones y revelaciones que Su Majestad tuvo por bien viese. Dice los efectos con que la dejaban y el gran aprovechamiento que quedaba en su alma.
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            1. Estando una noche tan mala que quería excusarme de tener oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente, procurando no recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba recogida en un oratorio.

            Cuando el Señor quiere, poco aprovechan estas diligencias. Estuve así bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto ímpetu que no hubo poder resistir. Parecíame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre, y tan grandes cosas -en tan breve espacio como se podía decir una Avemaría- que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy demasiada merced.

            Esto de en tan breve tiempo, ya puede ser fuese más, sino que se hace muy poco [1](1). Temí no fuese alguna ilusión, puesto que no me lo parecía. No sabía qué hacer, porque había gran vergüenza de ir al confesor [2](2) con esto; y no por humilde, a mi parecer, sino que me parecía había de burlar de mí y decir: que ¡qué San Pablo para ver cosas del cielo, o San Jerónimo! [3](3) Y por haber tenido estos santos gloriosos cosas de éstas me hacía más temor a mí, y no hacía sino llorar mucho, porque no me parecía llevaba ningún camino. En fin, aunque más sentí, fui al confesor, porque callar cosa jamás osaba, aunque más sintiese en decirla, por el gran miedo que tenía de ser engañada. Él, como me vio tan fatigada, que me consoló mucho y dijo hartas cosas buenas para quitarme de pena.

            2. Andando más el tiempo, me ha acaecido y acaece esto algunas veces.

            Ibame el Señor mostrando más grandes secretos. Porque querer ver el alma más de lo que se representa, no hay ningún remedio, ni es posible, y así no veía más de lo que cada vez quería el Señor mostrarme. Era tanto, que lo menos bastaba para quedar espantada y muy aprovechada el alma para estimar y tener en poco todas las cosas de la vida.

            Quisiera yo poder dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sólo la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allá se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece cosa muy desgustada [4](4). En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de las que el Señor me daba a entender con un deleite tan soberano que no se puede decir. Porque todos los sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más.
            3. Había una vez estado así más de una hora mostrándome el Señor cosas admirables, que no me parece se quitaba de cabe mí. Díjome: Mira, hija, qué pierden los que son contra Mí; no dejes de decírselo.

            ¡Ay, Señor mío, y qué poco aprovecha mi dicho a los que sus hechos los tienen ciegos, si Vuestra Majestad no les da luz! A algunas personas, que Vos la habéis dado, aprovechádose han de saber vuestras grandezas; mas venlas, Señor mío, mostradas a cosa tan ruin y miserable [5](5), que tengo yo en mucho que haya habido nadie que me crea. Bendito sea vuestro nombre y misericordia, que -al menos a mí- conocida mejoría he visto en mi alma.

            Después quisiera ella estarse siempre allí y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá: parecíame basura y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello.

            4. Cuando estaba con aquella señora que he dicho [6](6), me acaeció una vez, estando yo mala del corazón (porque, como he dicho [7](7), le he tenido recio, aunque ya no lo es), como era de mucha caridad, hízome sacar joyas de oro y piedras, que las tenía de gran valor, en especial una de diamantes que apreciaban en mucho. Ella pensó que me alegraran. Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería, aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener en algo a aquellas cosas, si el Señor no me quitaba la memoria de otras.

            Esto es un gran señorío para el alma, tan grande que no sé si lo entenderá sino quien lo posee; porque es el propio y natural desasimiento, porque es sin trabajo nuestro; todo lo hace Dios, que muestra Su Majestad estas verdades de manera que quedan tan imprimidas que se ve claro no lo pudiéramos por nosotros de aquella manera en tan breve tiempo adquirir.

            5. Quedome también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre temía mucho. Ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel [8](8) y puesta en descanso. Que este llevar Dios el espíritu y mostrarle cosas tan excelentes en estos arrebatamientos, paréceme a mí conforma mucho a cuando sale un alma del cuerpo, que en un instante se ve en todo este bien; dejemos los dolores de cuando se arranca, que hay poco caso que hacer de ellos; y a los que de veras amaren a Dios y hubieren dado de mano a las cosas de esta vida, más suavemente deben de morir.

            6. También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra verdadera tierra [9](9) y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver lo que hay allá y saber adónde hemos de vivir. Porque si uno ha de ir a vivir de asiento a una tierra, esle gran ayuda, para pasar el trabajo del camino, haber visto que es tierra adonde ha de estar muy a su descanso, y también para considerar las cosas celestiales y procurar que nuestra conversación sea allá [10](10); hácese con facilidad. Esto es mucha ganancia, porque sólo mirar el cielo recoge el alma; porque, como ha querido el Señor mostrar algo de lo que hay allá, estáse pensando, y acaéceme algunas veces ser los que me acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y parecerme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven, tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía, en especial cuando tengo aquellos ímpetus.

            7. Todo me parece sueño lo que veo, y que es burla, con los ojos del cuerpo [11](11). Lo que he ya visto con los del alma, es lo que ella desea, y como se ve lejos, éste es el morir. En fin, es grandísima la merced que el Señor hace a quien da semejantes visiones, porque la ayuda mucho, y también a llevar una pesada cruz, porque todo no la satisface [12](12), todo le da en rostro. Y si el Señor no permitiese a veces se olvidase, aunque se torna a acordar, no sé cómo se podría vivir. ¡Bendito sea y alabado por siempre jamás!

            Plega a Su Majestad, por la sangre que su Hijo derramó por mí, que ya que ha querido entienda algo de tan grandes bienes y que comience en alguna manera a gozar de ellos, no me acaezca lo que a Lucifer, que por su culpa lo perdió todo. No lo permita por quien Él es, que no tengo poco temor algunas veces; aunque por otra parte, y lo muy ordinario, la misericordia de Dios me pone seguridad, que, pues me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de su mano para que me pierda.

            Esto suplico yo a vuestra merced [13](13) siempre le suplique.

            8. Pues no son tan grandes las mercedes dichas, a mi parecer, como ésta que ahora diré, por muchas causas y grandes bienes que de ella me quedaron y gran fortaleza en el alma; aunque, mirada cada cosa por sí, es tan grande, que no hay qué comparar.

            9. Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa [14](14). Fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta [15](15). Y leyendo las señales que han de tener los que comienzan y aprovechan y los perfectos, para entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres estados, parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo, a lo que yo podía entender. Estándole alabando y acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como ahora entendía lo contrario de mí, y así conocí era merced grande la que el Señor me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada. Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión. Parecía que el alma se me quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella [16](16) ni se hallaba capaz de esperar tanto bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer y, a mi parecer, diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.
            10. Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor. Era grande más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas. Estaría aleando espacio de un Avemaría. Ya el alma estaba de tal suerte, que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista [17](17).

            Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer, la merced tan maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento.

            11. Fue grandísima la gloria de este arrobamiento. Quedé lo más de la Pascua [18](18) tan embobada y tonta, que no sabía qué me hacer, ni cómo cabía en mí tan gran favor y merced. No oía ni veía, a manera de decir, con gran gozo interior. Desde aquel día entendí quedar con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios y las virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito y alabado por siempre, amén.

            12. Otra vez vi la misma paloma sobre la cabeza de un padre de la Orden de Santo Domingo [19](19), salvo que me pareció los rayos y resplandor de las mismas alas que se extendían mucho más. Dióseme a entender había de traer almas a Dios.

            13. Otra vez vi estar a nuestra Señora poniendo una capa muy blanca al Presentado de esta misma Orden [20](20), de quien he tratado algunas veces. Díjome que por el servicio que la había hecho en ayudar a que se hiciese esta casa le daba aquel manto en señal que guardaría su alma en limpieza de ahí adelante y que no caería en pecado mortal [21](21). Yo tengo cierto que así fue; porque desde a pocos años murió [22](22), y su muerte y lo que vivió fue con tanta penitencia la vida, y la muerte con tanta santidad, que, a cuanto se puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile que había estado a su muerte, que antes que expirase le dijo cómo estaba con él Santo Tomás. Murió con gran gozo y deseo de salir de este destierro. Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración que, cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera excusar, no podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribióme poco antes que muriese, que qué medio tendría; porque, como acababa de decir misa, se quedaba con arrobamiento mucho rato [23](23), sin poderlo excusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que había servido toda su vida.

            14. Del rector de la Compañía de Jesús -que algunas veces he hecho de él mención- [24](24) he visto algunas cosas de grandes mercedes que el Señor le hacía, que, por no alargar, no las pongo aquí. Acaecióle una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se vio muy afligido. Estando yo un día oyendo misa, vi a Cristo en la cruz cuando alzaba la Hostia; díjome algunas palabras que le dijese de consuelo, y otras previniéndole de lo que estaba por venir y poniéndole delante lo que había padecido por él, y que se aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo y ánimo, y todo ha pasado después como el Señor me lo dijo.

            15. De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las manos algunas veces, y, como digo, otras cosas he visto de ellos de mucha admiración; y así tengo esta Orden en gran veneración, porque los he tratado mucho y veo conforma su vida con lo que el Señor me ha dado de ellos a entender.

            16. Estando una noche en oración, comenzó el Señor a decirme algunas palabras trayéndome a la memoria por ellas cuán mala había sido mi vida, que me hacían harta confusión y pena; porque, aunque no van con rigor, hacen un sentimiento y pena que deshacen, y siéntese más aprovechamiento de conocernos con una palabra de éstas que en muchos días que nosotros consideremos nuestra miseria, porque trae consigo esculpida una verdad que no la podemos negar. Representóme las voluntades con tanta vanidad que había tenido, y díjome que tuviese en mucho querer que se pusiese en Él voluntad que tan mal se había gastado como la mía, y admitirla Él.

            Otras veces me dijo que me acordase cuando parece tenía por honra el ir contra la suya. Otras, que me acordase lo que le debía; que, cuando yo le daba mayor golpe, estaba Él haciéndome mercedes. Si tenía algunas faltas, que no son pocas, de manera me las da Su Majestad a entender, que toda parece me deshago, y como tengo muchas, es muchas veces. Acaecíame reprenderme el confesor, y quererme consolar en la oración y hallar allí la reprensión verdadera.

            17. Pues tornando a lo que decía [25](25), como comenzó el Señor a traerme a la memoria mi ruin vida, a vuelta de mis lágrimas (como yo entonces no había hecho nada, a mi parecer), pensé si me quería hacer alguna merced. Porque es muy ordinario, cuando alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero deshecho a mí misma, para que vea más claro cuán fuera de merecerlas yo son; pienso lo debe el Señor de hacer.

            Desde a un poco, fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me pareció estaba del todo fuera del cuerpo; al menos no se entiende que se vive en él. Vi a la Humanidad Sacratísima con más excesiva gloria que jamás la había visto. Representóseme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos del Padre [26](26). Esto no sabré yo decir cómo es, porque sin ver me pareció me vi presente [27](27) de aquella Divinidad. Quedé tan espantada y de tal manera, que me parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí; y siempre me parecía traía presente aquella majestad del Hijo de Dios, aunque no era como la primera. Esto bien lo entendía yo, sino que queda tan esculpido en la imaginación, que no lo puede quitar de sí -por en breve que haya pasado- [28](28) por algún tiempo, y es harto consuelo y aun aprovechamiento.

            18. Esta misma visión he visto otras tres veces. Es, a mi parecer, la más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y trae consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad [29](29). Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida; porque ya que yo, gloria a Dios, no los tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo vanidad, y cuán vanos, y cuán vanos [30](30) son los señoríos de acá. Y es un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad. Queda imprimido un acatamiento que no sabré yo decir cómo, mas es muy diferente de lo que acá podemos adquirir. Hace un espanto al alma grande de ver cómo osó, ni puede nadie osar, ofender una Majestad tan grandísima.

            19. Algunas veces habré dicho estos efectos de visiones y otras cosas, mas ya he dicho [31](31) que hay más y menos aprovechamiento; de ésta queda grandísimo.

            Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella Majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el Señor que le vea en la Hostia), los cabellos se me espeluzaban [32](32), y toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubrierais vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa tan sucia y miserable con tan gran majestad? ¡Bendito seáis, Señor! Alaben os los ángeles y todas las criaturas, que así medís las cosas con nuestra flaqueza, para que, gozando de tan soberanas mercedes, no nos espante vuestro gran poder de manera que aun no las osemos gozar, como gente flaca y miserable.

            20. Podríanos acaecer lo que a un labrador, y esto sé cierto que pasó así; hallóse un tesoro, y como era más que cabía en su ánimo, que era bajo, en viéndose con él le dio una tristeza, que poco a poco se vino a morir de puro afligido y cuidadoso de no saber qué hacer de él. Si no le hallara junto, sino que poco a poco se le fueran dando y sustentando con ello, viviera más contento que siendo pobre, y no le costara la vida.

            21. ¡Oh riqueza de los pobres, y qué admirablemente sabéis sustentar las almas y, sin que vean tan grandes riquezas, poco a poco se las vais mostrando!

            Cuando yo veo una majestad tan grande disimulada en cosa tan poca como es la Hostia, es así que después acá a mí me admira sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo ni esfuerzo para llegarme a Él, si Él, que me ha hecho tan grandes mercedes y hace, no me le diese; ni sería posible poderlo disimular, ni dejar de decir a voces tan grandes maravillas. ¿Pues qué sentirá una miserable como yo, cargada de abominaciones y que con tan poco temor de Dios ha gastado su vida, de verse llegar a este Señor de tan gran majestad cuando quiere que mi alma le vea? ¿Cómo ha de juntar boca, que tantas palabras ha hablado contra el mismo Señor, a aquel cuerpo gloriosísimo, lleno de limpieza y de piedad? Que duele mucho más y aflige al alma, por no le haber servido, el amor que muestra aquel rostro de tanta hermosura con una ternura y afabilidad, que temor pone la majestad que ve en Él.

            Mas ¿qué podría yo sentir dos veces que vi esto que diré? [33](33).

            22. Cierto, Señor mío y gloria mía, que estoy por decir que, en alguna manera, en estas grandes aflicciones que siente mi alma he hecho algo en vuestro servicio. ¡Ay... que no sé qué me digo..., que casi sin hablar yo, escribo ya esto!; porque me hallo turbada y algo fuera de mí, como he tornado a traer a mi memoria estas cosas. Bien dijera, si viniera de mí este sentimiento, que había hecho algo por Vos, Señor mío. Mas, pues no puede haber buen pensamiento si Vos no le dais, no hay qué me agradecer. Yo soy la deudora, Señor, y Vos el ofendido.

            23. Llegando una vez a comulgar, vi dos demonios con los ojos del alma [34](34), más claro que con los del cuerpo, con muy abominable figura. Paréceme que los cuernos rodeaban la garganta del pobre sacerdote, y vi a mi Señor con la majestad que tengo dicha puesto en aquellas manos, en la Forma que me iba a dar, que se veía claro ser ofendedoras suyas; y entendí estar aquel alma en pecado mortal.

            ¿Qué sería, Señor mío, ver vuestra hermosura entre figuras tan abominables? Estaban ellos como amedrentados y espantados delante de Vos, que de buena gana parece que huyeran si Vos los dejarais ir. Diome tan gran turbación, que no sé cómo pude comulgar, y quedé con gran temor, pareciéndome que, si fuera visión de Dios, que no permitiera Su Majestad viera yo el mal que estaba en aquel alma. Díjome el mismo Señor que rogase por él, y que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración, y cómo no deja Dios de estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice, y para que viese su gran bondad, cómo se pone en aquellas manos de su enemigo, y todo para bien mío y de todos.

            Entendí bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser buenos que otros, y cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente [35](35), y cuán señor es el demonio del alma que está en pecado mortal. Harto gran provecho me hizo y harto conocimiento me puso de lo que debía a Dios. Sea bendito por siempre jamás.

            24. Otra vez me acaeció así otra cosa que me espantó muy mucho. Estaba en una parte adonde se murió cierta persona que había vivido harto mal, según supe, y muchos años; mas había dos que tenía enfermedad y en algunas cosas parece estaba con enmienda. Murió sin confesión, mas, con todo esto, no me parecía a mí que se había de condenar. Estando amortajando el cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo, y parecía que jugaban con él, y hacían también justicias en él, que a mí me puso gran pavor, que con garfios grandes le traían de uno en otro. Como le vi llevar a enterrar con la honra y ceremonias que a todos, yo estaba pensando la bondad de Dios cómo no quería fuese infamada aquel alma, sino que fuese encubierto ser su enemiga.

            25. Estaba yo medio boba de lo que había visto. En todo el Oficio no vi más demonio. Después, cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la multitud que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de mí de verlo, y no era menester poco ánimo para disimularlo. Consideraba qué harían de aquel alma cuando así se enseñoreaban del triste cuerpo. Pluguiera al Señor que esto que yo vi -¡cosa tan espantosa!- vieran todos los que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir bien.

            Todo esto me hace más conocer lo que debo a Dios y de lo que me ha librado. Anduve harto temerosa hasta que lo traté con mi confesor, pensando si era ilusión del demonio para infamar aquel alma, aunque no estaba tenida por de mucha cristiandad. Verdad es que, aunque no fuese ilusión, siempre me hace temor que se me acuerda [36](36).

            26. Ya que he comenzado a decir de visiones de difuntos, quiero decir algunas cosas que el Señor ha sido servido en este caso que vea de algunas almas. Diré pocas, por abreviar y por no ser necesario, digo, para ningún aprovechamiento.

            Dijéronme era muerto un nuestro Provincial [37](37) que había sido, (y cuando murió, lo era de otra Provincia), a quien yo había tratado y debido algunas buenas obras. Era persona de muchas virtudes. Como lo supe que era muerto, diome mucha turbación, porque temí su salvación, que había sido veinte años prelado, cosa que yo temo mucho, cierto, por parecerme cosa de mucho peligro tener cargo de almas, y con mucha fatiga me fui a un oratorio. Dile todo el bien que había hecho en mi vida [38](38), que sería bien poco, y así lo dije al Señor que supliesen los méritos suyos lo que había menester aquel alma para salir de purgatorio.

            27. Estando pidiendo esto al Señor lo mejor que yo podía, parecióme salía del profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile subir al cielo con grandísima alegría. Él era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años, y aun menos me pareció, y con resplandor en el rostro. Pasó muy en breve esta visión; mas en tanto extremo quedé consolada, que nunca me pudo dar más pena su muerte, aunque veía fatigadas personas hartas por él, que era muy bienquisto. Era tanto el consuelo que tenía mi alma, que ninguna cosa se me daba, ni podía dudar en que era buena visión, digo que no era ilusión.

            Había no más de quince días que era muerto. Con todo, no descuidé de procurar le encomendasen a Dios y hacerlo yo, salvo que no podía con aquella voluntad que si no hubiera visto esto; porque, cuando así el Señor me lo muestra y después las quiero encomendar a Su Majestad, paréceme, sin poder más, que es como dar limosna al rico. Después supe -porque murió bien lejos de aquí- la muerte que el Señor le dio, que fue de tan gran edificación, que a todos dejó espantados del conocimiento y lágrimas y humildad con que murió.

            28. Habíase muerto una monja en casa [39](39), había poco más de día y medio, harto sierva de Dios. Estando diciendo una lección de difuntos una monja, que se decía por ella en el coro, yo estaba en pie para ayudarla a decir el verso; a la mitad de la lección la vi, que me pareció salía el alma de la parte que la pasada y que se iba al cielo. Esta no fue visión imaginaria como la pasada, sino como otras que he dicho; mas no se duda más que las que se ven [40](40).

            29. Otra monja se murió en mi misma casa: de hasta dieciocho o veinte años, siempre había sido enferma y muy sierva de Dios, amiga del coro y harto virtuosa. Yo, cierto, pensé no entrara en purgatorio, porque eran muchas las enfermedades que había pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas [41](41) antes que la enterrasen, habría cuatro horas que era muerta, entendí salir del mismo lugar e irse al cielo.

            30. Estando en un colegio de la Compañía de Jesús [42](42), con los grandes trabajos que he dicho tenía algunas veces y tengo de alma y de cuerpo, estaba de suerte que aun un buen pensamiento, a mi parecer, no podía admitir. Habíase muerto aquella noche un hermano [43](43) de aquella casa de la Compañía, y estando como podía encomendándole a Dios y oyendo misa de otro padre de la Compañía por él, diome un gran recogimiento y vile subir al cielo con mucha gloria y al Señor con él. Por particular favor entendí era ir Su Majestad con él.

            31. Otro fraile de nuestra Orden, harto buen buen fraile [44](44), estaba muy malo y, estando yo en misa, me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile que había guardado bien su profesión, le habían aprovechado las Bulas de la Orden para no entrar en purgatorio [45](45). No entiendo por qué entendí esto. Paréceme debe ser porque no está el ser fraile en el hábito -digo en traerle- para gozar del estado de más perfección que es ser fraile.

            32. No quiero decir más de estas cosas; porque, como he dicho [46](46), no hay para qué, aunque son hartas las que el Señor me ha hecho merced que vea. Mas no he entendido, de todas las que he visto, dejar ningún alma de entrar en purgatorio, si no es la de este Padre y el santo fray Pedro de Alcántara y el padre dominico que queda dicho [47](47). De algunos ha sido el Señor servido vea los grados que tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen. Es grande la diferencia que hay de unos a otros [48](48).


COMENTARIO AL CAPÍTULO 38

"Grandes mercedes" y "secretos del cielo". La Humanidad de Cristo:
"la más subida visión". "Gran aprovechamiento que quedaba en su alma"


            En contraposición a la parquedad del capítulo anterior, el presente abunda en toda una serie de "grandes mercedes" místicas o carismáticas. "Secretos del cielo" y cosas de la tierra. Gracias en favor de la autora y episodios sumamente variados relativos a otras personas -telepatías, profecías, visiones de difuntos-, comenzando por los propios padres de la Santa, a quienes ella ve gloriosos en el cielo, "las primeras personas que allá vi" (1).

            Esa profusión de episodios místicos no sigue un orden preciso en el capítulo. Gracias profundas alternan con episodios ocasionales y secundarios. No todos ellos corresponden al momento, o al periodo, en que Teresa los escribe. Más bien parece que ella ha hecho un esfuerzo por recordar episodios de bastantes años atrás.

            Así se explica que recuerde cosas ocurridas el año 1557, como el episodio del jesuita Alonso Henao (n. 30), o la muerte del provincial carmelita Gregorio Fernández en 1561 (n. 26), o la lectura de los Cartujanos en 1563 (n. 9), hasta la reciente muerte del dominico P. Ibáñez en febrero de 1565 (n. 13), con otros muchos episodios difíciles de datar.

            No sabemos si esa granazón de recuerdos tan variados se debe a la petición inicial de los confesores (37, 1). Pero de hecho permite al lector una asomada al paisaje interior de la Santa desde una angulación no facilitada en capítulos anteriores. Es sintomático que ella misma termine la enumeración de episodios no sin cierta reticencia: "No quiero decir más de estas cosas, porque -como he dicho- no hay para qué, aunque son hartas las que el Señor me ha hecho merced que vea" (número final).

            En el capítulo destacan dos temas: el influjo de todo eso en el alma de Teresa, "los efectos" dice ella, que van matizando de nuevos sentimientos su psicología: hay un momento en que, pluma en mano, la emotividad la desborda hasta hacerla prorrumpir en un "¡Ay..., que no sé lo que me digo, que casi sin hablar yo, escribo ya esto, porque me hallo turbada y algo fuera de mí..." (22). Y, en segundo lugar, entre tantos episodios menudos emergen tres momentos de intensa vida mística, absolutamente personales. A saber:

            - Una gracia pentecostal mientras lee la Vita Christi del Cartujano (8-11).

            - La visión de la Humanidad de Cristo en el misterio de la Trinidad (16-19).

            - Y sus experiencias eucarísticas (19-22).

            Un posible esquema del capítulo podría ser:

            - Núms. 1-7: Primer grupo de gracias y sus efectos (y nn. 12-15).

            - Núms. 8-11: Gracia pentecostal.

            - Núms. 16-18: Humanidad de Cristo y gracias eucarísticas.

            - Núms. 23-32: Gracias acerca de otras personas.


El paisaje del alma

            El capítulo comienza hablando de "los efectos". Lo anuncia en el título: "Efectos que le dejan las grandes mercedes", y "gran aprovechamiento que quedaba en su alma".

            En el léxico teresiano, los "efectos" son unas veces los criterios que le sirven para discernir lo bueno de lo malo en sus vivencias. Como en el evangelio: "Por los frutos lo conoceréis".

            Otras veces "los efectos" indican sencillamente el impacto que las gracias místicas producen en su alma. Las gracias que recibe son como una lluvia de estrellas. O como una floración y gran cosecha interior. Teresa habla de cosas que le quedan imprimidas en el alma o esculpidas en el recuerdo. Así, por ejemplo, la grandísima hermosura de Jesús.

            Pues bien, a ella esa floración interior le ha cambiado el paisaje del alma. Se lo ha cambiado a niveles muy diversos: en el plano ético (su debilidad se vuelve fortaleza capaz de afrontar "mil muertes"), en el plano psicológico (¡fuera miedos!), y en el teologal (locamente enamorada de la hermosura de Cristo).

            Pero ese esquema tripartito es más nuestro que teresiano. Ella usa pinceladas que van diseñando el paisaje de su alma sin esquema ni boceto previo, sino sobre la marcha, a zaga de cada gracia que recibe. Subrayando o anotando sencillamente el impacto producido o el trazo anímico que le han "imprimido". Y ello permite al lector espigarlas a medida que va leyendo, casi al azar. Espigadura que queda abierta a tantos otros capítulos. Basta un sencillo recorrido del capítulo presente para acercarnos al paisaje nuevo del alma de Teresa:

            1. "Horror et fascinatio". Eran, según san Agustín, las dos reacciones del profeta bíblico en el encuentro con Yavéh. En Teresa el "horror" se traduce insistentemente en estupor y asombro. Ella se dice, una y otra vez, "espantada" de lo que experimenta. "Espanto", en el lenguaje teresiano, indica el colmo del asombro. Lo expresa también en su gesto de "acatamiento": "Queda imprimido un acatamiento que no sabré yo decir cómo" (18). Acatamiento que se le irá creciendo: "Quedóme una verdad de esta divina verdad que se me representó, sin saber cómo ni qué, esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios..." (40, 3). - Pero a la vez, su alma está fascinada por la hermosura del Resucitado, o por cada nueva gracia que experimenta. Fascinada por la luz mística, que no tiene nada que ver con la del sol: "No hay comparación, porque la claridad del sol parece cosa muy desgustada" (n. 2). Luz envolvente pero no ofuscante. Alguien ha insinuado si el Greco se inspiró alguna vez en estos textos de Teresa.

            2. Nueva tabla de valores. Alternante alza y baja de los valores de la vida. Para ella, están de alza los valores descendentes, los que recibe de Él. Y, en cambio, se le han venido abajo los valores terrestres. Se ríe de las joyas y diamantes que le saca su amiga doña Luisa para su mal de corazón: "Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor" (4). Se atreve a escribir la palabra "basura" para calificar aquéllos, "y cuán vanos y cuán vanos son los señoríos de acá..." (18).

            3. Íntimamente avergonzada. Tiene ella una especie de sonrojo de sí misma ante Dios. Ahí le surge la constante y sincera etiqueta de la propia persona: "Una como yo"; "mujer y ruin"; "llena de pecados"; "una miserable como yo, cargada de abominaciones". Las gracias recibidas son de Él. De ella la fealdad.

            4. Pero sin miedos. Ya antes nos ha dicho que ella no comparte los miedos que los teólogos y el vulgo tienen al diablo. Ahora nos hace otra confidencia, más fuerte si cabe: a Teresa, tan enferma siempre, se le ha esfumado el miedo a la muerte: "Quedome también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre temía tanto. Ahora paréceme facilísima cosa..." (5).

            5. Balbuciente. Pese a las torrenciales páginas que escribe para dar fe de sus experiencias, ella tiene la convicción de que apenas acierta a balbucir, porque lo que le pasa es indecible. Y sus experiencias, inefables. "Quisiera yo dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible... " (2).

            6. Hipersensible a la belleza de las cosas. "Sólo mirar el cielo, recoge mi alma" (6). Lo mismo había dicho poco antes: "Agua, campo, flores..., me despertaban y servían de libro" (9, 5). "Todo me parece sueño lo que veo, y que es burla" (7). Se siente peregrina, con otro tipo de ciudadanía: "También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver lo que hay allá, y saber a dónde hemos de vivir. Porque si uno ha de ir a vivir de asiento a una tierra, esle gran ayuda para pasar el trabajo del camino haber visto que es tierra adonde ha de estar muy a su descanso..." (6). Quizá por eso, después de ciertas experiencias se siente fuera de lugar, como "embobecida" o "medio boba": "Quedé lo más de la Pascua tan embobada y tonta, que no sabía qué me hacer, ni cómo cabía en mí tan gran favor. No oía ni veía, a manera de decir, con gran gozo interior" (11).

            7. Al comulgar, la asaltan sentimientos y emociones intensos: "Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento, los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba..." (19).

            8. Después de todo, Teresa queda con hambre insaciable de más: "Quisiera ella estarse siempre allí y no tornar a vivir...; todo lo de acá parecíame basura, y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello" (3).


Las tres "grandes mercedes"

            Aunque las anuncia en el título del capítulo, no les dedica en él lugar aparte. Las entrevera en la narración a medida que afloran a su recuerdo. Pero las tres son experiencias de esas que le han quedado esculpidas en el alma.

            1. La primera de las tres consiste en algo así como un Pentecostés personal de Teresa. Le ha ocurrido, seguramente, en 1563, "la víspera de Pascua del Espíritu Santo", el 29 de mayo. Era el primer año que celebraba esa fiesta en el Carmelo de San José. Para una persona de frecuentes experiencias místicas, la fiesta de Pentecostés resultaba sumamente evocadora. Así fue en esta ocasión.

            "Después de misa, fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces". Era una ermita solitaria en la huerta del monasterio. A esa soledad Teresa había llevado consigo uno de sus libros predilectos, la Vita Christi del cartujo Ludolfo de Sajonia. Quería leer (más bien, releer) algo sobre la liturgia de la fiesta, concretamente las páginas que exponen "las señales para entender que está (en el alma) el Espíritu Santo". Y leyéndolas le sobrevino súbitamente un "ímpetu grande": "Parecía que el alma se me quería salir del cuerpo". Y en éxtasis revive algo de las teofanías bíblicas: "Veo sobre mi cabeza una paloma bien diferente de las de acá..."; como en el relato evangélico de Jesús en el Jordán, hasta que "ya el alma estaba de tal suerte, que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista" (9-10).

            Y termina con una valoración en superlativo: "Fue grandísima la gloria de este arrobamiento". "Quedé lo más de la Pascua... con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios" (11).

            Todavía muchos años más tarde, en 1579, revivirá en esa misma ermita de Nazaret, una similar experiencia pentecostal y tras ella escribirá los famosos cuatro avisos "a estos Padres Descalzos" (Rel 67).

            2. La segunda "gran merced" es también trinitaria y a la vez cristológica. Le sucede "estando una noche en oración". Mientras evoca, dolorida, sus pecados del pasado. Súbitamente le sobreviene uno de sus éxtasis: "Desde a poco, fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me pareció estaba todo fuera del cuerpo...". Y en tres pinceladas refiere la sustancia de esa experiencia:

            - "Vi a la Humanidad sacratísima (de Cristo) con más excesiva gloria que jamás la había visto".

            - "Representóseme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos del Padre. Esto no sabré yo decir cómo... Quedé tan espantada, que me parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí..., tan esculpido en la imaginación, que no (se) lo puede quitar de sí".

            - "Es, a mi parecer, la más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y trae consigo grandísimos provechos... Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida".

            Esta visión de la Humanidad de Jesús "metido en los pechos del Padre" nos hace recordar el famoso cuadro del Greco sobre el tema. La misma Teresa revivirá esa visión muchos años más tarde (1576), relacionándola con la Virgen de "la Quinta Angustia", pasando del Jesús entrañablemente amado por el Padre, al Jesús entrañablemente amado por la Madre y por Teresa misma (Rel 58, 3).

            3. La experiencia tercera refiere la vivencia de Teresa en el momento de la comunión eucarística. Ya lo hemos recordado arriba. Y sobre el tema volverá la Santa en el capítulo siguiente (39, 22).


Los episodios menores

            Al lado de las "grandes mercedes" consigna la Santa todo un manojo de episodios incisivos que han constelado su oración y su vida mística en el último quinquenio. Son "secretos del cielo" y sucesos de la tierra, e ingresos de seres queridos desde esta última en las moradas de aquél.

            Quizás era este menudeo detallista el que curiosamente solicitaban los asesores de la autora. Ella los escribe algo forzada y de prisa. Al entrar en tema de "visiones de difuntos", las escribe algo recelosa: "Diré pocas, por abreviar y por no ser necesario, digo, para ningún aprovechamiento" (25 y cf n. 32). En la serie de episodios destacan por su estridencia los dos contenidos en los números 23 y 24, únicos de este género en todo el libro.

            En cambio, hay uno que se inserta de lleno en la textura biográfica de la obra. Es el que se refiere a su amigo y colaborador P. Pedro Ibáñez. Este teólogo dominico -"el mayor letrado que entonces (1561) había en el lugar"- la había ayudado ante el Concejo de Ávila y en el recurso a Roma, había escrito dos preciosos textos en su defensa y había sido el destinatario de las primeras Relaciones escritas por ella, precisamente las que pusieron en marcha la composición del presente Libro de la Vida.

            Ahora, en el presente capítulo, la Santa testifica expresamente dos datos más, interesantes los dos: que el P. Ibáñez es destinatario de al menos dos de sus visiones místicas -pentecostal la primera, mariana la otra (nn. 12 y 13)-; y que al final de sus días el propio Ibáñez está colmado de dones místicos y desde su lecho de enfermo terminal los escribe en consulta a la madre Teresa: "Escribiome, poco antes que muriese, que qué medio tendría, porque como acababa de decir misa se quedaba con arrobamiento mucho rato sin poderlo excusar" (13).
            De suerte que el P. Ibáñez es un caso más de empatía mística provocada por las experiencias y confidencias íntimas de la madre Teresa. Caso similar al de ella y fray Pedro de Alcántara, referido en el capítulo 30.


[1] Es decir, me parece o se me hace muy breve tiempo.
[2] Por lapsus material, en el autógrafo repite la palabra «confesor». Era probablemente el P. Baltasar.
[3] Alusión al rapto de san Pablo (2 Cor 12, 2_4) y a la visión de san Jerónimo (Carta a Eustoquio: ML, 22, 416). La Santa la había leído en su juventud (c. 3, 7; y c. 11, 10).
[4] Desgustada: deslustrada.
[5] Se refiere a sí misma. Cf. c. 18, 4.
[6] Ha hablado de Doña Luisa de la Cerda en el c. 34, 1 y ss.
[7] De su mal de corazón ha hablado en los cc. 4, 5; 5, 7; 6, 1_2.5; 7, 11, etc.
[8] Esta cárcel del cuerpo: es imagen de origen paulino, y tópico en la literatura espiritual de su tiempo: cf. c. 20, 25 («esta cárcel de esta vida») y el poema «Vivo sin vivir» («esta cárcel y estos hierros / en que el alma está metida»).
[9] Tierra en acepción de «patria».
[10] Eco del texto bíblico de Flp 3, 20 (ya presente en el c. 24, 5).
[11] En orden: «todo lo que veo con los ojos del cuerpo me parece sueño... y burla» (cf. fray Luis p. 490). _ Ya se había expresado así en el c. 16, 6. Y más adelante, en c. 40, 22.
[12] Todo no la satisface: nada la satisface.
[13] Dialoga de nuevo con García de Toledo.
[14] Era la víspera de Pentecostés. Esa parte bien apartada a que se retiró la Santa era una de las ermitas del monasterio de San José. Muchos años más tarde, otra vez en víspera de Pentecostés, esta gracia mística provocará otra no menos espléndida, pero más apostólica y memorable. Comienza así la Merced 67: «Estando en San José de Ávila, víspera de Pascua del Espíritu Santo, en la ermita de Nazaret, considerando en una grandísima merced que nuestro Señor me había hecho en tal día como éste, 20 años había, poco más o menos...». La Santa misma dató esta segunda merced en 1579. La primera no pudo suceder en 1559 («veinte años...»), sino muy probablemente el 29 de mayo de 1563.
[15] Leer en un Cartujano»: Llamábanse «Cartujanos» los volúmenes de la Vida de Cristo escritos en latín por el «cartujo» LUDOLFO DE SAJONIA y, por orden del cardenal Cisneros, traducidos por Ambrosio de Montesinos (editados en Alcalá 1502, 1503, etc.). La meditación de Pentecostés trata de los «incipientes», «proficientes» y «perfectos», que son los «tres estados» de la vida espiritual, a que aludirá enseguida la Santa.
[16] Quizás es un lapsus, por «no cabía en él» (en el cuerpo). «No cabía en mí», escribe enseguida (n. 11).
[17] Perdiéndose a sí de sí: terminología mística para indicar el ingreso en el éxtasis.
[18] Lo más de la Pascua: la mayor parte del día de Pentecostés (o incluso de la semana de Pentecostés).
[19] «Fray Pedro Ibáñez», anota el P. Gracián en su libro.
[20] De nuevo anota Gracián: «Fray Pedro Ibáñez».
[21] En el libro, es uno de los pocos casos alusivos a la llamada «confirmación en gracia». _ Compárese el simbolismo de la visión con la referida en el c. 33, 14.
[22] Desde a pocos años: pocos años después. _ Al margen del autógrafo apostilla el P. Ibáñez: «Este Padre murió en Trianos». Fecha de su muerte: 2.2.1565.
[23] Mucho rato: palabras añadidas al margen por la Santa.
[24] El P. Gracián anota en su ejemplar: «Baltasar Álvarez». Con él coincide María de San José (Salazar). No es segura esa atribución. Por esas fechas (1562_1565), el P. Baltasar no había sido «rector», sino «ministro» (cf. 29, 5; 33, 8). Al ser retirado de Ávila el Rector, P. Gaspar de Salazar, el P. Baltasar hizo sus veces, pero sin título de rector. Por ello es dudoso a cuál de los dos se refiere el presente pasaje de la Santa. Véase la Vida del P. Baltasar por La Puente, c. 23).
[25] Tornando a lo que decía: al episodio del n. 16. - A continuación: A vuelta de mis lágrimas: con ocasión de mis lágrimas. Cf. el mismo giro en el c. 39, 1.
[26] Estar metido: Cristo, de cuya Humanidad viene hablando.
[27] Sin ver... me vi presente: es decir, con visión intelectual, como la referida en el c. 27, 2.
[28] En otro orden: «queda tan esculpido..., que, por en breve que haya pasado, no lo puede quitar de sí en algún tiempo».
[29] Sensualidad: la parte sensitiva o sensible del compuesto humano (cf. c. 3, 2 nota).
[30] Repetición enfática, como en otros casos: c. 10, 7 nota.
[31] De los efectos de las visiones habló en el c. 28, nn. 10-13, y c. 32, n. 12. De la diferencia de grados entre unas y otras en el c. 37, 2.
[32] Espeluzan: cf. c. 20, 7.
[33] Lo referirá en el n. 23.
[34] Los ojos del alma: con la vista interior. Como otras veces, alude a la visión mística no intelectual.
[35] Es un eco del texto paulino de la 1 Cor 11, 27.
[36] Fray Luis ordenó la frase: «siempre que se me acuerda me hace temor» (p. 503).
[37] Un nuestro Provincial: Gregorio Fernández. Murió en 1561, siendo Provincial de los Carmelitas de Andalucía. Había sido Provincial de Castilla en 1550-1556. También había sido prior del Carmen de Ávila.
[38] Dile todo el bien... de mi vida: se lo ofrecí al Señor por él...
[39] En casa: en la Encarnación. Cuando esto escribe, ninguna monja había fallecido en San José.
[40] Es decir, no fue visión imaginaria sino intelectual... - Más que las que se ven: más que las imaginarias.
[41] En las Horas: en el rezo del Oficio litúrgico.
[42] Colegio de la Compañía: San Gil de Ávila. Alude a los años de grandes sufrimientos ya narrados en los cc. 23-25, con «grandísimos trabajos de alma, junto con tormentos y dolores de cuerpo» (c. 30, 6).
[43] Era el Hermano Alonso de Henao, venido del colegio de Alcalá y fallecido el 11.4.1557.
[44] «Fray Matía», advierte Gracián en su libro. Se trata de fray Diego Matía, carmelita de Ávila, que en algún tiempo fue confesor de la Encarnación.
[45] Alude a los privilegios de la llamada Bula Sabatina.
[46] En el c. 37, 1... Lo repetirá en el c. 39, 20 y c. 40, 17.
[47] El P. Pedro Ibáñez: c. 38, 13.
[48] Cf. el texto de San Pablo en 1 Cor 15, 41.

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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)