13.7.11

Camino de Perfección Cap. 17

 
Revisión del texto, notas y comentario: 
Tomás Álvarez, O.C.D.








Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 17




De cómo no todas las almas son para contemplación, y cómo algunas llegan a ella tarde, y que el verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor.


         1. Parece que me voy entrando en la oración, y fáltame un poco por decir, que importa mucho, porque es de la humildad y es necesario en esta casa (1)[1]; porque es el ejercicio principal de oración y, como he dicho (2)[2], cumple mucho tratéis de entender cómo ejercitaros mucho en la humildad, y éste es un gran punto de ella y muy necesario para todas las personas que se ejercitan en oración: ¿cómo podrá el verdadero humilde pensar que es él tan bueno como los que llegan a ser contemplativos? Que Dios le puede hacer tal, sí, por su bondad y misericordia. Mas, de mi consejo, siempre se siente en el más bajo lugar, que así nos dijo el Señor lo hiciésemos y nos lo enseñó por la obra (3)[3]. Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por ese camino. Cuando no, para eso es la humildad, para tenerse por dichosa en servir a las siervas del Señor y alabarle porque, mereciendo ser sierva de los demonios en el infierno, la trajo Su Majestad entre ellas.
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         2. No digo esto sin gran causa, porque, como he dicho (4)[4], es cosa que importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino, y por ventura el que le pareciere va por muy más bajo, está más alto en los ojos del Señor.

         Así que no porque en esta casa todas traten de oración, han de ser todas contemplativas (5)[5]. Es imposible. Y será gran desconsolación para la que no lo es, no entender esta verdad, que esto es cosa que lo da Dios; y pues no es necesario para la salvación, ni nos lo pide de premio (6)[6], no piense se lo pedirá nadie. Que por eso no dejará de ser muy perfecta si hace lo que queda dicho. Antes podrá ser tenga mucho más mérito, porque es a más trabajo suyo y la lleva el Señor como a fuerte y la tiene guardado junto todo lo que aquí no goza. No por eso desmaye ni deje la oración y de hacer lo que todas, que a las veces viene el Señor muy tarde y paga tan bien y tan por junto como en muchos años ha ido dando a otros.

         3. Yo estuve más de catorce que nunca podía tener aun meditación sino junto con lección. Habrá muchas personas de este arte, y otras que, aunque sea con la lección, no puedan tener meditación, sino rezar vocalmente, y aquí se detienen más. Hay pensamientos tan ligeros que no pueden estar en una cosa, sino siempre desasosegados, y en tanto extremo que, si quieren detenerle a pensar en Dios, se les va a mil disparates y escrúpulos y dudas (7)[7].

         Yo conozco una persona bien vieja, de harto buena vida, penitente y muy sierva de Dios, y gasta hartas horas, hartos años ha, en oración vocal, y en mental no hay remedio (8)[8]; cuando más puede, poco a poco en las oraciones vocales se va deteniendo. Y otras personas hay hartas de esta manera, y si hay humildad, no creo yo saldrán peor libradas al cabo, sino muy en igual de los que llevan muchos gustos, y con más seguridad en parte; porque no sabemos si los gustos son de Dios o si los pone el demonio. Y si no son de Dios, es más peligro, porque en lo que él trabaja aquí es en poner soberbia; que si son de Dios, no hay que temer; consigo traen la humildad, como escribí muy largo en el otro libro (9)[9].

         4. Estotros (10)[10] andan con humildad, sospechosos que es por su culpa, siempre con cuidado de ir adelante. No ven a otros llorar una lágrima, que, si ella no las tiene, no le parezca está muy atrás en el servicio de Dios, y debe estar por ventura muy más adelante; porque no son las lágrimas, aunque son buenas, todas perfectas; y la humildad y mortificación y desasimiento y otras virtudes, siempre hay más seguridad. No hay qué temer, ni hayáis miedo que dejéis de llegar a la perfección como los muy contemplativos.

         5. Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa. Pues ¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta bienaventurada, que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas veces en su casa y darle de comer y servirle y comer a su mesa? (11)[11]. Si se estuviera como la Magdalena, embebida, no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped. Pues pensad que es esta congregación la casa de santa Marta y que ha de haber de todo. Y las que fueren llevadas por la vida activa, no murmuren a las que mucho se embebieren en la contemplación, pues saben ha de tornar el Señor de ellas, aunque callen, que, por la mayor parte, hace descuidar de sí y de todo (12)[12].

         6. Acuérdense que es menester quien le guise la comida, y ténganse por dichosas en andar sirviendo con Marta. Miren que la verdadera humildad está mucho en estar muy prontos en contentarse con lo que el Señor quisiere hacer de ellos, y siempre hallarse indignos de llamarse sus siervos. Pues si contemplar y tener oración mental y vocal y curar enfermos y servir en las cosas de casa y trabajar -sea en lo más bajo-, todo es servir al Huésped que se viene con nosotras a estar y a comer y recrear, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?

         7. No digo yo que quede por nosotras, sino que lo probéis todo, porque no está esto en vuestro escoger, sino en el del Señor. Mas si después de muchos años quisiere a cada una para su oficio, gentil humildad será querer vosotras escoger. Dejad hacer al Señor de la casa. Sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a Él también. Estad seguras que haciendo lo que es en vosotras y aparejándoos para contemplación con la perfección que queda dicha, que si Él no os la da (lo que creo no dejará de dar, si es de veras el desasimiento y humildad), que os tiene guardado este regalo para dároslo junto en el cielo, y que -como otra vez he dicho- (13)[13] os quiere llevar como a fuertes, dándoos acá cruz como siempre Su Majestad la tuvo. ¿Y qué mejor amistad que querer lo que quiso para Sí para vos? Y pudiera ser no tuvierais tanto premio en la contemplación. Juicios son suyos, no hay que meternos en ellos. Harto bien es que no quede a nuestro escoger, que luego -como nos parece más descanso- fuéramos todos grandes contemplativos.
         ¡Oh gran ganancia no querer ganar por nuestro parecer para no temer pérdida, pues nunca permite Dios la tenga el bien mortificado, sino para ganar más.

COMENTARIO AL CAPÍTULO 17

La montaña de la contemplación


         El capítulo 17 del Camino nos sale al paso con una paradoja. No es que la Autora recurra al juego literario de luces y sombras, sino que es el tema -la oración misma- la que se vuelve paradoja.

         El lector que ha seguido la exposición del capítulo anterior (el juego de ajedrez, la dama, el jaque mate al rey...), se esperaba de seguro un fácil "tiquet" de entrada en la tierra de la contemplación. Teresa acaba de asegurarle que es muy posible para Dios conceder el don de la contemplación a un pobre de alma, a un malparado espiritual que repita el caso de Saulo o de la Magdalena. ¿Cómo no va a dársela a las lectoras del Camino, profesionales de la vida contemplativa, que "no están aquí para otra cosa que la oración"?

         Puro espejismo. Teresa lo conjura en seco. Sí, mantiene lo dicho: es muy posible que Dios conceda la contemplación a uno "en mal estado" (tesis del capítulo 16); pero bien entendido: no todos los que practican la oración "son para llegar a la contemplación" (tema del nuevo capítulo).

         Esto último, categóricamente afirmado una y otra vez. Primero, en el título del capítulo: que trata "de cómo no todas las almas son para contemplación, y cómo algunas llegan tarde...". Luego, en el desarrollo del tema: tras recordar a las lectoras que "la oración es el ejercicio principal del grupo" (n. 1), la tesis doctrinal: "Es cosa que importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino... Así que no porque en esta casa todas traten de oración han de ser todas contemplativas. Es imposible" (n. 2). Así de rotundo.

         Y la Autora escribe como maestra de oración. Sin la más mínima intención de teorizar y dar en sutilezas de teología. Al contrario, convencida de tener entre manos un tema de vital importancia práctica: "éste es un gran punto..., muy necesario para todas las personas que se ejercitan en oración" (n. 1).

         "Un gran punto" equivale a un gran problema. Profundo y algo enrevesado. A la Santa misma no le resultará fácil de resolver. Veámoslo.


El problema de la contemplación para todos

         Los que se ejercitan en oración, ¿llegan normalmente a ser contemplativos? ¿Cuándo y cómo?

         Para las lectoras primerizas del Camino, "oración" y "contemplación" eran términos claros. Para nosotros, lectores de hoy, no tanto. Se impone el regreso a las acepciones lexicales de la Santa. Tarea fácil. Para ella, oración - oración vocal - oración mental - meditación..., expresan las diversas modulaciones de nuestro "trato de amistad con Dios". En cambio, "contemplación" es término fuertemente marcado por la experiencia de la Autora. Es decir, ella lo usa y entiende a base del tipo de contemplación mística que integra su experiencia personal: experiencia de Dios, de Cristo, de sus misterios, de la gozosa relación de gracia que existe entre ella y Él. Experiencia gozosa, gustosa, dolorosa...

         Así entendidos, esos dos términos son como los dos polos de un proceso. Se comienza por las formas de oración universalmente asequibles. Y se apunta al agua viva de la contemplación profunda, en la profunda experiencia de Dios, bajo la acción de su gracia.

         Ahí el problema. Cómo "llegar a ser contemplativos". Cómo internarnos en esa contemplación, que es experiencia de Dios y de su misterio en Cristo.

         Es ése un viejo problema en los libros de la Santa. Ya en Vida se le atraviesa más de una vez con un acuciante interrogante. ¿Por qué Dios no se da del todo, sin dilaciones ni aplazamientos, a quien se convierte a Él y se le entrega? Teresa le plantea a Él mismo la pregunta en directo, con enorme carga de emoción: "¡Oh Señor de mi alma y bien mío! ¿Por qué no quisisteis que en determinándose un alma a amaros, con hacer lo que puede, en dejarlo todo para mejor se emplear en este amor de Dios, luego gozase de subir a este amor perfecto?" (11, 1).

         Volverá a dirigirle la misma pregunta sobre el hilo de la propia experiencia. Haciendo el balance de sus pecados y de las gracias recibidas...: "Llegué al verso que dice justo eres, Señor, y tus juicios..., comencé a pensar cuán gran verdad era... Pues pensando cómo con justicia permitíais a muchas que había muy vuestras siervas, y que no tenían las mercedes y regalos que me hacíais a mí, siendo la que era, respondísteisme, Señor: Sírveme tú a mí, y no te metas en eso..." (19, 9).

         Pues a pesar de esa taxativa respuesta, el problema persiste. "Dios no es aceptador de personas" (Vida 27, 11). Y sin embargo, a ella, que le ha resistido tenazmente, "en solos veintisiete años que ha que tengo oración, me ha dado Su Majestad la experiencia -con andar en tantos tropiezos y tan mal este camino- que a otros en cuarenta y siete años y en treinta y siete, que con penitencia y siempre virtud han caminado por él" (10, 9).

         Más aún, a alguno de sus discípulos letrados resulta que el Señor "lo ha traído en cuatro meses harto más adelante que yo estaba en diecisiete años" (11, 8).

         Uno de los casos flagrantes, implicados en la pregunta que Teresa hace a Dios, es el de su amiga Maridíaz. Retirada, pobre, penitentísima, perseverante..., y jamás agraciada con los carismas contemplativos de Teresa. Hacia el fin de su vida la recordará ésta en una de sus cartas, consolando a otra amiga que se bate en las arideces de la oración: "Me acuerdo de una santa que conocí en Ávila, que cierto se entiende lo fue su vida tal. Habíalo dado todo por Dios, cuanto tenía, y habíale quedado una manta con que se cubría, y diola también. Y luego dale Dios un tiempo de grandísimos trabajos interiores y sequedades. Y después quejábasele mucho y decía: ¿De ésos sois, Señor? ¿Después que me habéis dejado sin nada, os me vais?" (Carta 309, 4).
         El problema de fondo que acucia a la Santa no es el de los años de servicio malpagados: "No tasar por años el aprovechamiento en la oración", había escrito ya en Vida (39, 9). El suyo es siempre el problema del amor. "De ésos es su Dios", de los que se miden por la escala del amor. Pero entonces..., vuelve el problema: ¿corresponde Él al amor del orante? ¿Es normal que a quien es ya siervo del amor se le niegue la experiencia gozosa de su Amor, de su persona, de su misteriosa presencia? O bien, como ella ha notado ya, ¿se la retrasará treinta y siete años, cuarenta y siete años? ¿O toda la vida, como a su amiga Maridíaz?


La solución del problema en la dinámica del amor

         Pese a la reincidencia amorosa de Teresa en plantear y replantear a Dios su pregunta, ella está en posesión de la respuesta. Una respuesta mantenida invariable a lo largo de sus libros: en Vida, Camino y Moradas.

         En Vida la clave de la solución se la ha dado, desde dentro, la palabra interior que ella escuchó: la verdad del salmo "justo eres, Señor, y justos tus juicios". Refrendada expresamente por el Señor: "Tú, Teresa, sírveme a mí y no te metas en eso!".

         Prácticamente será eso mismo lo que repetirá ella a sus lectoras del Camino: "Si después de muchos años (de oración), el Señor quiere a cada una para su oficio" -a unas para contemplación y a otras para el servicio y la cruz- pues..., "¡juicios son suyos!, no hay que meterse en ellos" (n. 7).

         Reiterado al afrontar el tema en las Moradas: vosotras, las lectoras del Castillo, "desearéis saber cómo alcanzaremos esta merced. Yo os diré lo que en esto he entendido. Dejemos cuando el Señor es servido de hacerla, porque Su Majestad quiere y no por más. Él sabe por qué. No nos hemos de meter en eso. Después de hacer lo que los de las moradas pasadas (primeras, segundas y terceras), ¡humildad, humildad! Por ésta se deja vencer el Señor a cuanto de Él queremos" (IV, 2, 8-9).

         "Son juicios suyos - ¡No te metas!". Doble lema que se repite como un ritornelo. Y que, aparentemente, hace de valla que cierra el paso a una respuesta razonada...

         Pero no. No es un cartel de "¡prohibido el paso!". El sentido que Teresa da a esas palabras es de puro respeto al misterio del amor. La llegada a la experiencia de Dios (contemplación) no es premio a nuestros méritos, ni resultado de esfuerzos humanos, ni efecto de técnicas y cálculos, ni promoción por años y servicios. Es puro don. Puro amor. "Esto es cosa que lo da Dios": por amor (n. 2). Es una modulación del amor suyo hacia nosotros. Absolutamente gratuita y exquisita. Pero Teresa misma no se atreve a decir que sea la mejor de las que Él estila. Porque entra en la alternativa la otra forma de su amor, la que va vinculada a la cruz y al servicio.

         Desde esas premisas ella presenta al lector dos modelos evangélicos. Dos amigas de Jesús, las hermanas de Betania. La una contemplándolo. La otra sirviéndolo. Y Teresa arguye: si Él te quiera para que lo sirvas, le prepares el alojamiento en casa, "y darle de comer y servirle, y comer a su mesa..., y aun en su plato", ¿no te introduce en la espiral de su amor como a la que está contemplándolo?

         No ignora Teresa que en coherencia con esa absoluta libertad y gratuidad del Amor se hallan también ciertas coordenadas de nuestra psicología. "Hay pensamientos tan ligeros (tan volanderos), que no pueden estar en una cosa, sino siempre desasosegados". O como ella escribe en el epígrafe del capítulo: "No son para contemplación".

         Sólo que tampoco en ese caso cabe la autoexclusión. Que... "no está esto en vuestro escoger, sino en el del Señor". "¡No quede por vosotras!". A las personas de pensamiento volandero les insiste: "No por eso desmaye ni deje la oración y de hacer lo que todas..." (n. 2).

         Pero en el fondo de esa respuesta teresiana hay algo más grave e importante. Quizás aquí, en el Camino, lo subraya menos. Lo ha dicho y lo repetirá en otras obras: Vida y Moradas. Se trata de las técnicas de meditación profunda para lograr la escalada de la contemplación. Obviamente, Teresa no habla -ni puede hablar- de las técnicas orientales que en nuestros días han invadido occidente. Pero ya en su tiempo conoció otras similares: técnicas de cuadrar el entendimiento, de aprender a engolfarse en el océano de la Divinidad, de subir la mente sobre sí, de provocar el vacío mental y forzarse por no pensar nada... Para llegar, poco a poco, a la contemplación, como quien "ensaya" la subida de una montaña o la penetración en el misterio de Dios.

         Pues bien, de cara a todos esos ensayos y técnicas contemplativas, Teresa ha adoptado una posición radical, netamente cristiana. Ningún esfuerzo humano, ni yogui, ni prometeico, ni quietista, vale para alcanzar la contemplación cristiana. La experiencia de Dios es puro don de su amor. Absolutamente exenta de condicionamientos humanos. Hasta el extremo de que en su amor imprevisible, Él puede regalarla súbitamente a Pablo (es el tema del capítulo 16), y puede no darla a ciertos estupendos amigos viejos. Puede negársela a lo largo de toda la vida, para dársela "por junto" en la otra.

         Frente a ese misterio del amor de Él, Teresa repite una y otra vez al orante, y a todo lector del Camino: nuestra tarea es "disponernos". Disponernos en la oración, en el amor, en la vida.

         Y entre todas las disposiciones hay una de primer orden: la humildad. Es la dama del tablero de ajedrez. Vuelve a jugar un papel decisivo. Veámoslo.


Humildad ante el Amor para llegar a la contemplación

         Como San Francisco canonizó para siempre a "madonna povertà", así Teresa a "dama humildad". Le había reservado el primado en el trío de virtudes fuertes del Camino: amor, desasimiento, humildad, "que aunque la digo a la postre es la principal y las abraza a todas" (4, 4).

         No lo ha olvidado. Ahora abre el capítulo recordando al lector... "que importa mucho". Que lo de la humildad "es necesario en esta casa". Que precisamente porque en el grupo de San José "el ejercicio principal es oración, cumple mucho tratéis de entender cómo ejercitaros mucho en la humildad, y éste es un gran punto de ella y muy necesario para todas las personas que se ejercitan en oración" (n. 1).

         En el fondo, vuelve a aflorar la consigna del capítulo anterior: la dama que rinde al rey de la gloria es la humildad. Visto que a la contemplación no llegamos escalando, sino siendo elevados, la humildad es la disposición de fondo para dejarse "llevar por ese camino" (n. 1).

         Y si el lector pregunta el porqué de ese privilegiado papel de la humildad, he aquí la respuesta de la Autora:

         Sencillamente, porque la humildad determina la postura de espíritu que coloca al orante en la verdad. En la verdad de sí mismo y de su vida. En la verdad de las relaciones con Dios. Que "humildad es andar en verdad", dirá categóricamente en Moradas (VI, 10, 7). Y "Dios es la misma verdad", mientras que el hombre es mentiroso. ¡Lo que cuesta al orante despojarse de las máscaras y disfraces de mentira con que ha arropado a ese personajillo que pretende ser ante los demás y ante Dios!

         Sólo desde la verdad, conocida y reconocida, el hombre puede adoptar la actitud de disponibilidad absoluta, en honda apertura de receptividad ante Dios, decidido a dar y a darse. Porque la contemplación va a consistir en recibir, no en hacer. Más en escuchar que en razonar y hablar. En la experiencia del don de Dios...

         En esa clave define ahora Teresa la función de la humildad: "Miren que la verdadera humildad está mucho en estar muy prontos en contentarse con lo que el Señor quisiere hacer de ellos y siempre hallarse indignos de llamarse sus siervos" (n. 6).

         Así, disponibles absolutos. Sin condicionamientos de cara a Dios. Sin emplazarlo. Sin alegar derechos de cara al misterio de su amor o a la hora de sus dones. Sin llevar en cartera acciones y títulos para presentarse al reparto. Porque, en definitiva..., "esto es cosa que lo da Dios".


La paradoja postrera

         La paradoja de fondo se esconde en el entramado mismo del capítulo. Teresa es una contemplativa. Ha llegado a la contemplación después de catorce y más años de brega. Ahora dialoga sobre ella con su pequeño grupo de lectoras contemplativas. Pero a esas contemplativas les habla del valor de la no-contemplación. valor de la acción, del servicio, del trabajo común y vulgar.

         Aun dentro del grupo contemplativo de un Carmelo, les recuerda que "no a todas lleva Dios por un camino".

         Y que acaso el camino del servicio fraterno sea más encumbrado que el de la contemplación gozosa, pues "por ventura el que les pareciere va por muy más bajo camino, está más alto a los ojos del Señor" (n. 2).

         Teresa no puede menos de recordar a las lectoras los modelos clásicos de contemplación y acción, las dos hermanas de Betania que hospedan a Jesús. Lo singular de su versión de los dos modelos consiste en que, esta vez, a la Teresa contemplativa se le va la pluma a favor de Marta, la hacendosa ama de casa. Y hace de ella una mimosa semblanza: "Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa. Pues, ¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta bienaventurada, que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas veces en su casa y darle de comer y servirle y comer a su mesa? Si se estuviera como la Magdalena, embebida, no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped" (n. 5).

         Por eso dirá a las lectoras: "Acuérdense que es menester (haya) quien le guise la comida, y ténganse por dichosas en andar sirviendo con Marta... Pues, si contemplar y tener oración mental y vocal, y curar enfermos y servir en las cosas de casa y trabajar -sea en lo más bajo-, todo es servir al Huésped que se viene con nosotras a estar y a comer y recrear, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?" (n. 6).

         Y rematará todo lo dicho con un balance global de los dos caminos, acción y contemplación: "Pues pensad que es esta congregación la casa de santa Marta, y que ha de haber de todo. Y las que fueren llevadas por la vida activa no murmuren a las que mucho se embebieren en la contemplación" (n. 5).

         Es ésta, sin duda, una nueva clave de lectura del capítulo entero. A la Santa le interesa poner en claro el engranaje de acción y oración en la vida cotidiana de una comunidad estrictamente contemplativa, pero integrada necesariamente de Martas y Marías. A las Marías, muy contemplativas, les hablará de las excelencias del servicio: la gran suerte de alojar y dar de comer al Señor. A las Martas, tentadas por el ocio contemplativo de María, les desgranará un rosario de cosas importantes:

         - "No murmuren de las que mucho se embeben en la contemplación".

         - Que el servicio fraterno tiene valor incalculable: es "servir al divino huésped". "¿Qué más queréis?".

         - Sirviendo..., "no dejarán de ser muy perfectas".

          Y en cuanto a la gracia de la contemplación, acaso "os tiene guardado este regalo para dároslo junto en el cielo" (n. 7).

         - Pero, alerta: que eso no sea pretexto para aflojar en la oración: "Que no quede por vosotras"; "disponeos para si Dios quiere llevaros por ese camino (de contemplación)"; "no desmaye ni deje la oración ni de hacer lo que todas...".

         Recordémoslo. Cuando Santa Teresa escribe este capítulo corren los años en que, como priora de San José, es la primera en la tabla del barrido, en la cocina y demás menesteres humildes. Experiencia que compendiará más tarde en su famoso dicho: "Entended que si es en la cocina (vuestra tarea), entre los pucheros anda el Señor ayudándoos en lo interior y exterior" (Fundaciones 5, 8).


[1] Monasterio de San José de Ávila.
[2] En el c. 12, n. 6-7.
[3] Lc 14, 10.
[4] En el c. 16, n. 9.
[5] Recogemos una variante de la 1ª red.: «No porque en esta casa haya costumbre y ejercicio de oración, es por fuerza que han de ser todas contemplativas...» - En cambio, en el ms. de Toledo borró la Santa la afirmación siguiente: «es imposible».
[6] «Premio», escribe la Santa. Fray Luis de León (p. 93) conservó el término. - El amanuense del ms. toledano trascribió «de premio», y la Santa tachó simplemente ambos vocablos. - «Pedir de apremio» equivale a exigir.
[7] «... en la fe»: añadía la 1ª red.
[8] En la 1ª redacción es más explícita: «Yo conozco a una monja bien vieja -que pluguiera a Dios fuera mi vida como la suya-, muy santa y penitente y en todo gran monja y de mucha oración vocal y muy ordinaria».
[9] En Vida c. 15, n. 14; c. 17, n. 3; c. 20, nn. 7 y 29, etc.
[10] «Estotros»: los no agraciados con gustos espirituales en la oración.
[11] Más gráficamente en la 1ª redacción: «... darle de comer y servirle y por ventura comer a su mesa y aun en su plato?». - Alude a Lc 10, 38-42.
[12] «Tornar»... por «ellas, que por la mayor parte» la contemplación «hace descuidar...».

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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)