22.10.11

Camino de Perfección Caps. 38 y 39

 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.



Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulos 38 y 39

Que trata de la gran necesidad que tenemos de suplicar al Padre eterno nos conceda lo que pedimos en estas palabras: «Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo», y declara algunas tentaciones. - Es de notar (1)[1].

         1. Grandes cosas tenemos aquí, hermanas, que pensar y que entender, pues lo pedimos. Ahora mirad que tengo por muy cierto los que llegan a la perfección que no piden al Señor los libre de los trabajos ni de las tentaciones ni persecuciones y peleas. Que éste es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no ilusión, la contemplación y mercedes que Su Majestad les diere; porque, como poco ha dije (2)[2], antes los desean y los piden y los aman. Son como los soldados, que están más contentos cuando hay más guerra, porque esperan salir con más ganancia. Si no la hay, sirven con su sueldo, mas ven que no pueden medrar mucho.
(sigue aquí --- en "Más información"... )
         2. Creed, hermanas, que los soldados de Cristo, que son los que tienen contemplación y tratan de oración, no ven la hora que pelear; nunca temen mucho enemigos públicos; ya los conocen y saben que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y que siempre quedan vencedores y con gran ganancia; nunca los vuelven el rostro. Los que temen, y es razón teman y siempre pidan los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz (3)[3]; vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma, no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo entendemos. De éstos pidamos, hijas, y supliquemos muchas veces en el Paternóster que nos libre el Señor y que no consienta andemos en tentación; que no nos traigan engañadas, que se descubra la ponzoña, que no os escondan la luz y la verdad. ¡Oh, con cuánta razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto y lo pide por nosotros! (4)[4].

         3. Mirad, hijas, que de muchas maneras dañan, no penséis que es sólo en hacernos entender que los gustos que pueden fingir en nosotros y regalos son de Dios, que éste me parece el menos daño, en parte, que ellos pueden hacer; antes podrá ser que con esto hagan caminar más aprisa, porque, cebados de aquel gusto, están más horas en la oración; y como ellos están ignorantes que es del demonio y como se ven indignos de aquellos regalos, no acabarán de dar gracias a Dios, quedarán más obligados a servirle, esforzarse han a disponerse para que les haga más mercedes el Señor, pensando son de su mano.

         4. Procurad, hermanas, siempre humildad y ver que no sois dignas de estas mercedes, y no las procuréis. Haciendo esto, tengo para mí que muchas almas pierde el demonio por aquí, pensando hacer que se pierdan, y que saca el Señor del mal que él pretende hacer, nuestro bien. Porque mira Su Majestad nuestra intención, que es contentarle y servirle estándonos con Él en la oración, y fiel es el Señor (5)[5]. Bien es andar con aviso no haga quiebra en la humildad o engendrar alguna vanagloria. Suplicando al Señor os libre en esto, no hayáis miedo, hijas, que os deje su Majestad regalar mucho de nadie, sino de Sí.

         5. Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es haciéndonos creer que tenemos virtudes no las teniendo, que esto es pestilencia (6)[6]. Porque en los gustos y regalos parece sólo que recibimos y que quedamos más obligados a servir; acá parece que damos y servimos y que está el Señor obligado a pagar, y así poco a poco hace mucho daño. Que por una parte enflaquece la humildad, por otra descuidámonos de adquirir aquella virtud, que nos parece la tenemos ya ganada.

         Pues ¿qué remedio, hermanas? El que a mí me parece mejor es lo que nos enseña nuestro Maestro: oración y suplicar al Padre Eterno que no permita que andemos en tentación (7)[7].

         6. También os quiero decir otro alguno: que, si nos parece el Señor ya nos la ha dado, entendamos que es bien recibido y que nos le puede tornar a quitar, como, a la verdad, acaece muchas veces y no sin gran providencia de Dios. ¿Nunca lo habéis visto por vosotras, hermanas? Pues yo sí: unas veces me parece que estoy muy desasida, y en hecho de verdad, venido a la prueba, lo estoy; otra vez me hallo tan asida y de cosas que por ventura el día de antes burlara yo de ello, que casi no me conozco. Otras veces me parece tengo mucho ánimo y que a cosa que fuese servir a Dios no volvería el rostro; y probado, es así que le tengo para algunas; otro día viene que no me hallo con él para matar una hormiga por Dios si en ello hallase contradicción. Así, unas veces me parece que de ninguna cosa que me murmurasen ni dijesen de mí no se me da nada; y probado, algunas veces es así, que antes me da contento; vienen días que sola una palabra me aflige y querría irme del mundo, porque me parece me cansa en todo. Y en esto no soy sola yo, que lo he mirado en muchas personas mejores que yo y sé que pasa así.

         7. Pues esto es, ¿quién podrá decir de sí que tiene virtud ni que está rica, pues al mejor tiempo que haya menester la virtud se halla de ella pobre? - Que no, hermanas, sino pensemos siempre lo estamos, y no nos adeudemos sin tener de qué pagar; porque de otra parte ha de venir el tesoro, y no sabemos cuándo nos querrá dejar en la cárcel de nuestra miseria sin darnos nada; y si teniéndonos por buenas nos hacen merced y honra -que es el emprestar que digo-, quedaranse burlados ellos y nosotras. Verdad es que, sirviendo con humildad, en fin nos socorre el Señor en las necesidades; mas si no hay muy de veras esta virtud, a cada paso -como dicen- os dejará el Señor. Y es grandísima merced suya, que es para que la tengáis y entendáis con verdad que no tenemos nada que no lo recibimos.

         8. Ahora, pues, notad otro aviso: hácenos entender el demonio que tenemos una virtud, digamos de paciencia, porque nos determinamos y hacemos muy continuos actos de pasar mucho por Dios; y parécenos en hecho de verdad que lo sufriríamos, y así estamos muy contentas, porque ayuda el demonio a que lo creamos. Yo os aviso no hagáis caso de estas virtudes, ni pensemos las conocemos sino de nombre, ni que nos las ha dado el Señor, hasta que veamos la prueba; porque acaecerá que a una palabra que os digan a vuestro disgusto, vaya la paciencia por el suelo. Cuando muchas veces sufriereis, alabad a Dios que os comienza a enseñar esta virtud, y esforzaos a padecer, que es señal que en eso quiere se la paguéis, pues os la da, y no la tengáis sino como en depósito, como ya queda dicho (8)[8].

         9. Trae otra tentación, que nos parecemos muy pobres de espíritu, y traemos costumbre de decirlo, que ni queremos nada ni se nos da nada de nada. No se ha ofrecido la ocasión de darnos algo -aunque pase de lo necesario- cuando va toda perdida la pobreza de espíritu. Mucho ayuda el traer costumbre de decirlo, a parecer que se tiene.

         Mucho hace al caso andar siempre sobre aviso para entender esta tentación, así en las cosas que he dicho, como en otras muchas; porque cuando de veras da el Señor una sólida virtud de éstas, todas parece las trae tras sí; es muy conocida cosa. Mas tórnoos a avisar (9)[9] que, aunque os parezca la tenéis, temáis que os engañáis. Porque el verdadero humilde siempre anda dudoso en virtudes propias, y muy ordinariamente le parecen más ciertas y de más valor las que ve en sus prójimos.


CAPÍTULO 39

         Prosigue la misma materia, y da avisos de tentaciones algunas de diferentes maneras, y pone los remedios para que se puedan librar de ellas (1)[10].

         1. Pues guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud de la gravedad de nuestros pecados, que suele apretar aquí de muchas maneras, hasta apartarse de las comuniones y de tener oración particular (por no lo merecer, les pone el demonio); y cuando llegan al Santísimo Sacramento, en si se aparejaron bien o no, se les va el tiempo que habían de recibir mercedes. Llega la cosa a término de hacer parecer a un alma que, por ser tal, la tiene Dios tan dejada, que casi pone duda en su misericordia. Todo le parece peligro lo que trata, y sin fruto lo que sirve, por bueno que sea. Dale una desconfianza que, se le caen los brazos para hacer ningún bien, porque le parece que lo que lo es en los otros, en ella es mal.

         2. Mirad mucho, hijas, en este punto que os diré, porque algunas veces podrá ser humildad y virtud teneros por tan ruin, y otras grandísima tentación. Porque yo he pasado por ella, la conozco. La humildad no inquieta ni desasosiega ni alborota el alma, por grande que sea; sino viene con paz y regalo y sosiego. Aunque uno, de verse ruin, entienda claramente merece estar en el infierno, y se aflige y le parece con justicia todos le habían de aborrecer, y que no osa casi pedir misericordia, si es buena humildad, esta pena viene con una suavidad en sí y contento, que no querríamos vernos sin ella. No alborota ni aprieta el alma, antes la dilata y hace hábil para servir más a Dios. Estotra pena todo lo turba, todo lo alborota, toda el alma revuelve, es muy penosa. Creo pretende el demonio que pensemos tenemos humildad, y si pudiese, a vueltas, que desconfiásemos de Dios.

         3. Cuando así os hallareis, atajad el pensamiento de vuestra miseria lo más que pudiereis, y ponedle en la misericordia de Dios y en lo que nos ama y padeció por nosotros. Y si es tentación, aun esto no podréis hacer, que no os dejará sosegar el pensamiento ni ponerle en cosa, sino para fatigaros más. Harto será si conocéis es tentación (2)[11].

         Así es en penitencias desconcertadas, para hacer entendernos que somos más penitentes que las otras y que hacéis algo. Si os andáis escondiendo del confesor o prelada, o si diciéndoos que lo dejéis no lo hacéis, es clara tentación. Procurad -aunque más pena os dé- obedecer, pues en esto está la mayor perfección.

         4. Pone otra bien peligrosa, que es una seguridad de parecernos que en ninguna manera tornaríamos a las culpas pasadas y contentos del mundo: «Que ya le tengo entendido y sé que se acaba todo» y «que más gusto me dan las cosas de Dios». Esta, si es a los principios, es muy malo, porque con esta seguridad no se les da nada de tornarse a poner en las ocasiones, y hácenos dar de ojos, y plega a Dios que no sea muy peor la recaída. Porque, como el demonio ve que es alma que le puede dañar y aprovechar a otras, hace todo su poder para que no se levante.

         Así que, aunque más gustos y prendas de amor el Señor os dé, nunca tanto andéis seguras que dejéis de temer podéis tornar a caer, y guardaros de las ocasiones.

         5. Procurad mucho tratar esas mercedes y regalos con quien os dé luz, sin tener cosa secreta. Y tened este cuidado: que en principio y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento. Y si es de Dios, aunque no queráis ni tengáis este aviso, lo haréis aun más veces, porque trae consigo humildad y siempre deja con más luz para que entendamos lo poco que somos.

         No me quiero detener más, porque muchos libros hallaréis de estos avisos. Lo que he dicho es porque he pasado por ello y vístome en trabajo algunas veces. Todo cuanto se puede decir no puede dar entera seguridad.

         6. Pues, Padre Eterno, ¿qué hemos de hacer sino acudir a Vos y suplicaros no nos traigan estos contrarios nuestros en tentación? Cosas públicas vengan, que con vuestro favor mejor nos libraremos. Mas esas traiciones ¿quién las entenderá, Dios mío? Siempre hemos menester pediros remedio. Decidnos, Señor, alguna cosa para que nos entendamos y aseguremos. Ya sabéis que por este camino no van los muchos, y si han de ir con tantos miedos, irán muy menos.

         7. Cosa extraña es ésta, ¡como si para los que no van por camino de oración no tentase el demonio!, ¡y que se espanten más todos de uno que engaña de los que van más llegados a perfección, que de cien mil que ven en engaños y pecados públicos!, que no hay que andar a mirar si es bueno o malo, porque de mil leguas se entiende es Satanás.

         A la verdad, tienen razón, porque son tan poquísimos a los que engaña el demonio de los que rezaren el Paternóster como queda dicho, que como cosa nueva y no usada da admiración; que es cosa muy de los mortales pasar fácilmente por lo continuo que ven, y espantarse mucho de lo que es muy pocas veces o casi ninguna. Y los mismos demonios los hacen espantar, porque les está a ellos bien, que pierden muchos por uno que se llega a la perfección (3)[12].

COMENTARIO A LOS CAPÍTULOS 38-39

Un escollo en el puerto de la oración


         Estamos ante las últimas peticiones del Padrenuestro. Son las dos que toman de mira los peligros y los males en la vida de los hombres. Jesús pide con nosotros al Padre que no nos deje caer en la tentación. Y que nos libre del mal o del Maligno.

         Teresa les dedica los capítulos finales del Camino. Después de haber hablado largamente de la oración y del orante. De los pasos que conducen a los altos grados de oración contemplativa y de las virtudes que preparan y caracterizan al hombre de oración.

         Por eso ahora, un tanto paradójicamente, al hablar de tentaciones y peligros, no se dirige al principiante, sino ante todo a los avezados y adelantados: "Los que llegan a la perfección", o "tienen contemplación" (nn. 1 y 2). A ellos precisamente y a todo auténtico orante quiere hablarles de algo negativo, pero sumamente importante, especie de larva tóxica que puede nutrirse y crecer en la entraña misma de la oración.


1. El escollo solapado

         Los modernos maestros de oración lo han denunciado en términos fuertes. Tanto desde la teología espiritual como desde la psicología religiosa, la gran dificultad que entraña la oración en sí misma es lograr realmente la relación con Dios. Ponerse al habla con Él. Pasar la barrera de la trascendencia. Por ello, el gran peligro que acecha al orante es la involución o la autosugestión: creer que habla a Dios o que lo está escuchando, cuando en el fondo se está hablando y escuchando a sí mismo. De ser así, la oración se convertiría en una espiral deformante sin fin. Y de rebote falsearía toda la vida religiosa del hombre.

         Por ahí va a comenzar la Santa. Pero sin llegar a un acuerdo con los modernos filósofos y psicólogos de la oración. Probablemente, ella no experimentó la trascendencia de Dios como una barrera infranqueable. Sencillamente porque para ella Dios es amigo -"y ¡qué buen amigo!"- y la oración es trato de amistad con Él. En páginas anteriores del Camino ha advertido al lector que no hay amistad sin trato de los amigos. De seguro firmaría sin reticencias el dicho de fray Juan de la Cruz: "Señor, Dios mío, no eres tú extraño a quien no se extraña contigo: ¿cómo dicen que te ausentas tú?". Su toma de posiciones, al abrir el capítulo 38, se va escalonando así:

         - En esas palabras finales del Padrenuestro, Jesús habla de tentación, o de "la tentación". ¿Qué tentación antonomástica es ésa a que apunta la oración del Señor?

         - No, ciertamente, para el orante provecto no se trata de "los trabajos, las persecuciones y peleas", ni de las penalidades exteriores, ni de la consiguiente tentación de desaliento. El orante auténtico las acepta amorosamente y se crece en ellas. Como el soldado en la batalla. "Los soldados de Cristo son los que tienen contemplación y tratan de oración. No ven la hora de pelear. Nunca temen mucho a los enemigos públicos; ya los conocen, y saben que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y que siempre quedan vencedores y con gran ganancia. Nunca les vuelven el rostro" (n. 2).

         - Más allá de los trabajos exteriores, en lo interior del orante incuba el riesgo de mentira o de ilusionismo en la oración. Creer que son de Dios ciertos flecos lustrosos de la propia oración ("gustos y regalos"), siendo así que brotan de los pliegues y repliegues de la propia psicología, o bien del "ángel de la mentira" que se nos instala dentro, para "escondernos la luz y la verdad". Sería ésa, en buena parte, la dificultad agigantada por los maestros modernos.

         - Para Teresa no es esa "la tentación", el gran escollo instalado en el puerto mismo de la oración: "Este me parece el menor daño -en parte- que ellos (los demonios) nos pueden hacer" (n. 3). Vivido con sencillez de corazón, sería un error capaz de despertar una oleada de gratitud sincera y de gran fidelidad a Dios. "Podrá ser que... nos haga caminar más aprisa, porque cebados con aquel gusto están más horas en la oración... y como se ven indignos de aquellos regalos, no acabarán de dar gracias a Dios, quedarán más obligados a servirle, se esforzarán a disponerse para que les haga más mercedes el Señor, pensando son de su mano" (n. 3).

         - Contra ese relativo escollo prevalecen las actitudes de fondo del buen orante. Dos o tres fundamentales. La humildad sincera: "Procurar, hermanas, siempre humildad". La intención recta: "Dios mira nuestra intención" y le basta. Y, sobre todo, la fidelidad de Dios mismo: "Fiel es el Señor... No hayáis miedo, hijas, que os deje Él regalar mucho de nadie sino de Sí" (n. 4). Esa suprema garantía de la fidelidad de Dios para los rectos de corazón será la salida liberadora de la espiral del error. Sacará al orante de los trucos de la propia psicología o de los espejismos del ángel de la mentira.

         - La gran tentación, en cambio, es otra. Reside en la zona del engreimiento. En la solapada deformación de la imagen que el orante tiene de sí mismo. En los decisivos engranajes que insertan la oración en la persona y en la vida. La Santa lo dice con su típico grafismo: "Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es haciéndonos creer que tenemos virtudes no las teniendo, que esto es pestilencia. Porque en los gustos y regalos parece sólo que recibimos y que quedamos más obligados a servir. Acá (en el otro engaño) parece que damos y servimos, y que está el Señor obligado a pagar, y así poco a poco hace mucho daño. Que por una parte enflaquece la humildad; por otra, descuidámonos de adquirir aquella virtud que nos parece tenemos ya ganada" (n.5).

         Ese es, según ella, el grave riesgo de deformación y "traición" que acecha al hombre de oración, no desde fuera, sino desde la entraña misma del trato con Dios.

2. Atención al escollo

         Que entre las dificultades que aquejan al orante cristiano o al contemplativo adulto, la Santa ponga el dedo en esa llaga y asegure que es ésa la gran tentación, no deja de sorprender al lector. ¿Por qué crear ahora ese centro de atención? Para responder, bastará destacar alguna de las pinceladas del texto teresiano que acabamos de transcribir:

         - "Creer que tenemos virtudes, no las teniendo, es pestilencia". Pestilencia es uno de los más típicos y fuertes anatemas teresianos: "Ponzoña y pestilencia" son ciertos desvaríos de la amistad...; "incurable pestilencia", las divisiones y bandillos en la comunidad; "pura pestilencia", los clasismos, «mayorías» y «puntillos de honra» en la vida de un Carmelo; "roña pestilencial", las herejías en la Iglesia (Camino 1, 4; 4, 7; 4, 8; 12, 4...). Pestilencia en la oración es vivir en ese "estado de mentira".

         - Pero el colmo del absurdo consiste en pensar que somos acreedores ante Dios; que no recibimos de Él, sino que Él recibe de nosotros lo que nos está dando; que es Él el obligado y deudor. Total falseamiento de postura en el corazón mismo de la oración.

         - Ahí el daño: Teresa lo recalca varias veces en esas pocas líneas. Es ahí donde el demonio "puede hacer gran daño sin entenderle". "Poco a poco hace gran daño". Dicho mucho más plásticamente pocas líneas antes: esos espejismos, "hasta que han hecho mucho daño en el alma no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes..."; es "ponzoña" que oscurece la luz y la verdad (n. 2). "Da con nosotros en un hoyo de donde no podamos salir... Nos jarreta las piernas para no andar este camino de la oración" (n. 5 de la 1ª redacción).

         En el diagnóstico teresiano, ese tipo de tentación comporta un doble fallo radical. Pone en quiebra los dos postulados básicos del trato con Dios: la verdad y la humildad. Dos fuerzas que se integran mutuamente.

         Ante todo, la exigencia de verdad para ponerse al habla con Dios. "Espíritu que no vaya fundado en verdad, yo más le querría sin oración" - había advertido al principiante en el libro de la Vida (13, 16). Pues bien, es contra verdad adoptar ese gesto de propietario en materia de virtudes. Las virtudes cristianas no las poseemos como una técnica o como fondos capitalizados a pulso. Es menester "que entendáis con verdad que no tenemos nada que no lo recibimos" (n. 7). Que esos haberes interiores que van ennobleciendo el espíritu y acercándolo a Dios son dones "en depósito" (n. 8), y que en nuestras manos están sometidos a extraños vaivenes de sube y baja. Teresa no tiene inconveniente en refrendarlo con el recuerdo de su experiencia de aprendiz de oración: "¿Nunca lo habéis visto por vosotras, hermanas? Pues yo sí. Unas veces me parece que estoy muy desasida, y en hecho de verdad, venido a la prueba, lo estoy; otra vez me hallo tan asida y de cosas que por ventura el día antes burlara de ello, que casi no me conozco. Otras veces me parece tengo mucho ánimo y que a cosa que fuese servir a Dios no volvería el rostro; y probado, es así que le tengo para algunas; otro día viene que no me hallo con él para matar una hormiga por Dios si en ello hallase contradicción..." (n. 6).
         Y en segundo lugar, la humildad, simple derivado del espíritu de verdad. Humildad "es andar en verdad", escribirá categóricamente en las Moradas. Es importante que "en principio y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento" (39, 5).

         Todo ello, sin abandonarse a elucubraciones y teorías. Teresa, más bien, condimenta su exposición no sólo con el recuerdo fresco y oxigenado de sus experiencias juveniles, sino ironizando jovialmente con sus lectoras. Tanto, que al pasar su borrador al cuaderno definitivo, se siente obligada a eliminar esas páginas humorísticas acerca de los envalentonamientos en materia de virtudes como la pobreza o la humildad. Merece la pena recoger aquí siquiera el último de esos párrafos eliminados, ya que al lector no le es fácil encontrarlos en las ediciones del Camino. Escribe así: "Así nos acaece en la humildad: que nos parece no queremos honra ni se nos da nada de nada. Viene la ocasión de tocaros en un punto (de honra); luego, en lo que sentís y hacéis, se entenderá que no sois humilde, porque, si algo os viene para más honra, no lo desecháis -ni aun los pobres que hemos dicho- para más provecho. Y ¡plega a Dios no lo procuren ellos! Y traen ya tan en la boca que no quieren nada ni se les da nada de nada, como de hecho de verdad lo piensan así, que aun la costumbre de decirlo les hace más que lo crean!" (38, 5 del borrador).


3. El séquito de tentaciones menudas

         Comentando la petición del Padrenuestro, la Santa ha centrado su atención en el escollo mayor. La tentación del riesgo total. Pero, obviamente, no quiere reducir la oración de Jesús a esa sola perspectiva.

         En torno al peligro de autoespejismo, que desenfocaría toda la vida de oración, la Santa enumera varios otros que le merecen el correspondiente tratamiento pedagógico. Baste enumerarlos.

         Contra la verdad y la humildad no sólo se peca por engreimiento, atribuyéndose a sí mismo lo que uno no tiene. Se peca también por carta de menos: no reconociéndose a sí mismo objeto de los dones de Dios, de su amor, de su acogida benéfica. Falsa humildad, depresiva y desasosegada, que conduce también a una postura de mentira frente a Dios. También por esta tentación ha pasado ella misma: "La conozco" (39, 2). "Principio de la tentación de Judas", había escrito en Vida (19, 3): obcecarse en la visión del propio pecado, olvidándose de que, a pesar de él, seguía siendo amado por Jesús. La consigna de la humildad verdadera es: no nos atribuyamos lo que no es nuestro, pero no desconozcamos lo que se nos ha dado y efectivamente existe en nosotros. Por ahí va el "andar en verdad".

         Teresa menciona también la tentación de "las penitencias desconcertadas", que en el fondo sirven para hacernos entender que somos y hacemos más que los otros (39, 3).

         Y aun "otra tentación peligrosa". Arrogarnos una seguridad que no poseemos: "Parecernos que en ninguna manera tornaríamos a las culpas pasadas, y a los contentos del mundo: que ya le tengo entendido,
         y sé que se acaba todo, y que más gusto me dan las cosas de Dios..." Su receta: "Nunca andéis tan seguras, que dejéis de temer podéis tornar a caer; y guardaros de las ocasiones" (39, 4).


4. Epílogo en oración

         De nuevo entra en juego la consigna pedagógica de la Santa: no hablar de oración sin que la palabra pase por la oración. Todo lo dicho se recopila ahora en una súplica conclusiva sumamente delicada: la Autora se apodera una vez más de la palabra de Jesús, para dirigirse con Él y con los lectores al Padre:

         "Pues, Padre Eterno, ¿qué hemos de hacer sino acudir a Vos y suplicaros no nos traigan estos contrarios nuestros en tentación? Cosas públicas vengan, que con vuestro favor mejor nos libraremos; mas esas traiciones (las tentaciones solapadas) ¿quién las entenderá, Dios mío? Siempre hemos menester pediros remedio. Decidnos, Señor, alguna cosa para que nos entendamos y aseguremos; ya sabéis que por este camino (de oración) no van los muchos, y si han de ir con tantos miedos irán muy menos..." (39, 6).


[1] «Et ne nos ynducas yn tentacionem, sed libera nos a malo», escribió la Santa.
[2] Véase el c. 36, nn. 8-10.
[3] Alusión a 2Cr 11, 14.
[4] Al margen escribió el censor de turno: «Esta es doctrina de San Agustín».
[5] Alusión al texto paulino, 1Cr 10, 13.
[6] En lugar de los nn. 5, 6, 7, 8 y mitad del 9, la 1ª redacción decía:
            «Que sin sentiros, pareciéndonos vamos seguros, damos con nosotros en un hoyo que no podemos salir de él, que, aunque no sea de conocido pecado mortal para llevarnos al infierno todas veces, es que nos jarreta las piernas para no andar este camino de que comencé a tratar -que no se me ha olvidado-. Ya veis cómo de andar uno metido en una gran hoya: allí se le acaba la vida, y harto hará si no ahonda hacia abajo para ir al infierno; mas nunca medra. Ya que esto no es, ni aprovecha a sí ni a los otros, antes daña; porque, como se está el hoyo hecho, muchos que van por el camino pueden caer en él. Si sale y le tapa con tierra, no hace daño ni a sí ni a los otros. Mas yo os digo que es bien peligrosa esta tentación; yo sé mucho de esto por experiencia, y así os lo sabré decir, aunque no tan bien como quisiera:
            Háceos el demonio entender que sois pobre, y tiene alguna razón, porque habéis prometido pobreza -con la boca se entiende-, y aun a otras personas que tienen oración. Digo «con la boca», porque es imposible que si con el corazón entendiésemos lo que prometimos y lo prometiésemos, que aquí nos pudiese traer veinte años y toda nuestra vida el demonio en esta tentación; sí, que veríamos que engañamos el mundo y a nosotros mismos.
            Ahora bien, prometida la pobreza, o diciendo el que piensa que es pobre: «Yo no quiero nada». «Esto tengo porque no puedo pasar sin ello». «En fin, he de vivir para servir a Dios». «Él quiere que sustentemos estos cuerpos...»; mil diferencias de cosas que el demonio enseña aquí como ángel, (porque todo esto es bueno), y así hácele entender que ya es pobre y tiene esta virtud, que todo está hecho. - Ahora vengamos a la prueba; que esto no se conocerá de otra manera sino andándole siempre mirando a las manos; y si hay cuidado, muy presto da señal: tiene demasiada renta para lo que ha menester (entiéndese lo necesario, y no que si puede pasar con un mozo traiga tres); pónenle un pleito por algo de ello, o déjale de pagar el pobre labrador: tanto desasosiego le da y tanto pone en aquello, como si sin ello no pudiera vivir. - Dirá que «porque no se pierda por mal recaudo», que luego hay una disculpa. - No digo yo que lo deje; sino que lo procure si fuere bien; y si no, también. Porque el verdadero pobre tiene en tan poco estas cosas, que ya que por algunas causas las procura, jamás le inquieta, porque nunca piensa le ha de faltar. Y que le falte, no se le da mucho; tiénelo por cosa accesoria y no principal. Como tiene pensamientos más altos, a fuerza de brazos se ocupa de estotros.
            Pues un religioso o religiosa (que ya está averiguado que lo es, al menos que lo ha de ser) no posee nada porque no lo tiene a las veces; mas si hay quién se lo dé, por maravilla le parece le sobra. Siempre gusta de tener algo guardado, y si puede tener un hábito de fino paño no le pide de ruin; alguna cosilla que pueda empeñar o vender, aunque sean libros, porque si viene una enfermedad, ha menester más regalo del ordinario.
            ¡Pecadora de mí! ¡Qué!, ¿eso es lo que prometisteis?
            Descuidar de vos y dejar a Dios, venga lo que viniere; porque si andáis proveyéndoos para lo porvenir, más sin distraeros tuvierais renta cierta. Aunque esto se pueda hacer sin pecado, es bien que nos vamos entendiendo estas imperfecciones, para ver que nos falta mucho para tener esta virtud, y la pidamos a Dios y la procuremos; porque, con pensar que la tenemos, estamos descuidados y engañados, que es lo peor.
            Así nos acaece en la humildad; que nos parece no queremos honra ni se nos da nada de nada. Viene la ocasión de tocaros en un punto; luego, en lo que sentís y hacéis, se entenderá que no sois humilde; porque, si algo os viene para más honra, no lo desecháis -ni aun los pobres que hemos dicho- para más provecho. Y ¡plega a Dios no lo procuren ellos! Y traen ya tan en la boca «que no quieren nada ni se les da nada de nada» como de hecho de verdad lo piensan así; que aun la costumbre de decirlo les hace más que lo que crean».
[7] Alusión a Mc 14, 38 y 6, 28; y Mt 6, 13.
[8] Lo ha dicho en los nn. 6-7.
[9] La Santa escribió elidiendo: «Tórnoos avisar».
[10] Uno de los censores anotó sobre el título: «El capítulo 40 es mucho de notar, así para los tentados de humildades falsas, como para los confesores». Los amanuenses incluyeron la observación en el texto, y dentro de él la conservó fray Luis de León (p. 235).
[11] El lugar de los períodos que preceden, en la 1ª redacción se leía: «Pues guardaos, hijas, de unas humildades que pone el demonio, con gran inquietud, de la gravedad de los pecados pasados: «Si merezco llegarme al Sacramento», «si me dispuse bien», «que no soy para vivir entre buenos», cosas de éstas, que viniendo con sosiego y regalo y gusto, como él trae consigo el conocimiento propio, es de estimar; mas si viene con alboroto e inquietud y apretamiento de alma y no poder sosegar el pensamiento, creed que es tentación, y no os tengáis por humildes, que no viene de ahí».
[12] La 1ª redacción concluía así el capítulo: «Y digo que es tan de espantar, que no me maravillo se espanten; porque, si no es muy por su culpa, van tan más seguros que los que van por otro camino, como los que están en el cadalso mirando al toro o los que andan poniéndosele en los cuernos. Esta comparación he oído, y paréceme al pie de la letra.
No hayáis miedo, hermanas, de ir por estos caminos, que muchos hay en la oración, porque unos aprovechan en uno y otros en otro, como he dicho; camino seguro es; mas aína os libraréis de la tentación estando cerca del Señor, que no estando lejos. Suplicádselo y pedídselo, como lo hacéis tantas veces al día en el Paternóster».

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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)