22.10.11

Camino de Perfección Cap. 34

 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.



Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 34
 
 

 
 
 
Prosigue en la misma materia. - Es muy bueno para después de haber recibido el Santísimo Sacramento.

         1. Pues en esta petición, «de cada día» parece que es «para siempre». Estando yo pensando por qué después de haber dicho el Señor «cada día», tornó a decir «dánoslo hoy, Señor» (1)[1], ser nuestro cada día, me parece a mí porque acá le poseemos en la tierra y le poseeremos también en el cielo, si nos aprovechamos bien de su compañía, pues no se queda para otra cosa con nosotros sino para ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad que hemos dicho se cumpla en nosotros.
(sigue aquí --- en "Más información"... )
         2. El decir «hoy», me parece es para un día, que es mientras durare el mundo, no más. ¡Y bien un día! Y para los desventurados que se condenan, que no le gozarán en la otra, no es a su culpa (2)[2] si se dejan vencer, que Él no los deja de animar hasta el fin de la batalla; no tendrán con qué se disculpar ni quejarse del Padre porque se le tomó al mejor tiempo. Y así le dice su Hijo que, pues no es más de un día, se le deje ya pasar en servidumbre; que pues Su Majestad ya nos le dio y envió al mundo por sola su voluntad, que Él quiere ahora por la suya propia no desampararnos, sino estarse aquí con nosotros para más gloria de sus amigos y pena de sus enemigos (3)[3]; que no pide más de «hoy», ahora nuevamente; que el habernos dado este pan sacratísimo para siempre, cierto lo tenemos. Su Majestad nos le dio -como he dicho- este mantenimiento y maná de la Humanidad, que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma hallará en el Santísimo Sacramento sabor y consolación (4)[4]. No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar, si comenzamos a gustar de los suyos.

         3. Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje «hoy» a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin Él; que baste, para templar tan gran contento, que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle dignamente.

         4. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis dejado en la voluntad de Dios; digo en estos tiempos de oración, que tratáis cosas más importantes, que tiempos hay otros para que trabajéis y ganéis de comer (5)[5]. Mas con el cuidado no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún tiempo; sino trabaje el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese cuidado -como largamente queda dicho- (6)[6] a vuestro Esposo, que Él le tendrá siempre.

         5. Es como si entra un criado a servir; tiene cuenta con contentar a su señor en todo. Mas él está obligado a dar de comer al siervo mientras está en su casa y le sirve, salvo si no es tan pobre que no tiene para sí ni para él. Acá cesa esto; siempre es y será rico y poderoso. Pues no sería bien andar el criado pidiendo de comer, pues sabe tiene cuidado su amo de dárselo y le ha de tener. Con razón le dirá que se ocupe él en servirle y en cómo le contentar, que por andar ocupado el cuidado en lo que no le ha de tener no hace cosa a derechas.

         Así que, hermanas, tenga quien quisiere cuidado de pedir ese pan; nosotras pidamos al Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se descubra a los del alma y se le dé a conocer, que es otro mantenimiento de contentos y regalos y que sustenta la vida (7)[7].

         6. ¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este santísimo manjar, y gran medicina aun para los males corporales? Yo sé que lo es, y conozco una persona de grandes enfermedades que, estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo (8)[8]. Esto muy ordinario, y de males muy conocidos que no se podían fingir, a mi parecer. Y porque de las maravillas que hace este santísimo Pan en los que dignamente le reciben son muy notorias, no digo muchas que pudiera decir de esta persona que he dicho, que lo podía yo saber y sé que no es mentira. Mas ésta habíala el Señor dado tan viva fe, que cuando oía a algunas personas decir que quisieran ser (9)[9] en el tiempo que andaba Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más se les daba?

         7. Mas sé de esta persona que muchos años, aunque no era muy perfecta, cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en su posada el Señor, procuraba esforzar la fe, para que, como creía verdaderamente entraba este Señor en su pobre posada, desocupábase de todas las cosas exteriores cuanto le era posible, y entrábase con Él (10)[10]. Procuraba recoger los sentidos para que todos entendiesen tan gran bien, digo, no embarazasen al alma para conocerle. Considerábase a sus pies y lloraba con la Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del fariseo. Y aunque no sintiese devoción, la fe la decía que estaba bien allí.

         8. Porque, si no nos queremos hacer bobos y cegar el entendimiento, no hay que dudar; que esto no es representación de la imaginación, como cuando consideramos al Señor en la cruz o en otros pasos de la Pasión, que le representamos en nosotros mismos como pasó. Esto pasa ahora y es entera verdad, y no hay para qué le ir a buscar en otra parte mas lejos; sino que, pues sabemos que mientras no consume el calor natural los accidentes del pan, que está con nosotros el buen Jesús, que nos lleguemos a Él. Pues, si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hacen buen hospedaje.

         9. Si os da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no nos conviene, que es otra cosa verle glorificado, o cuando andaba por el mundo; no habría sujeto que lo sufriese, de nuestro flaco natural, ni habría mundo ni quien quisiese parar en él; porque en ver esta verdad eterna, se vería ser mentira y burla todas las cosas de que acá hacemos caso. Y viendo tan gran majestad, ¿cómo osaría una pecadorcilla como yo, que tanto le ha ofendido, estar tan cerca de Él? Debajo de aquel pan (11)[11] está tratable; porque si el rey se disfraza no parece se nos daría nada de conversar sin tantos miramientos y respetos con Él; parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó. ¡Quién osara llegar con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones!

         10. ¡Oh, cómo no sabemos lo que pedimos, y cómo lo miró mejor su sabiduría! (12)[12] Porque a los que ve se han de aprovechar de su presencia, Él se les descubre; que aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías. Estaos vos con Él de buena gana. No perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado (13)[13]. Si la obediencia os mandare, hermanas, otra cosa, procurad dejar el alma con el Señor; que si luego lleváis el pensamiento a otra y no hacéis caso ni tenéis cuenta con que está dentro de vos, ¿cómo se os ha de dar a conocer? Este, pues, es buen tiempo para que os enseñe nuestro Maestro, y que le oigamos y besemos los pies porque nos quiso enseñar, y le supliquéis no se vaya de con vos (14)[14].

         11. Si esto habéis de pedir mirando una imagen de Cristo que estamos mirando, bobería me parece dejar la misma persona por mirar el dibujo (15)[15]. ¿No lo sería, si tuviésemos un retrato de una persona que quisiésemos mucho y la misma persona nos viniese a ver, dejar de hablar con ella y tener toda la conversación con el retrato? ¿Sabéis para cuándo es muy bueno y cosa en que yo me deleito mucho? Para cuando está ausente la misma persona, o quiere darnos a entender lo está con muchas sequedades, es gran regalo ver una imagen de quien con tanta razón amamos (16)[16]. A cada cabo que volviésemos los ojos, la querría ver. ¿En qué mejor cosa ni más gustosa a la vista la podemos emplear, que en quien tanto nos ama y en quien tiene en sí todos los bienes? Desventurados estos herejes que han perdido por su culpa esta consolación, con otras.

         12. Mas acabando de recibir al Señor, pues tenéis la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo querría decir, que si tomáis esta costumbre todas las veces que comulgareis, y procurad tener tal conciencia que os sea lícito gozar a menudo de este bien, que no viene tan disfrazado que, como he dicho (17)[17], de muchas maneras no se dé a conocer, conforme al deseo que tenemos de verle. Y tanto lo podéis desear, que se os descubra del todo.

         13. Mas si no hacemos caso de Él, sino que en recibiéndole nos vamos de con Él a buscar otras cosas más bajas, ¿qué ha de hacer? ¿Hanos de traer por fuerza a que le veamos que se nos quiere dar a conocer? No, que no le trataron tan bien cuando se dejó ver a todos al descubierto y les decía claro quién era, que muy pocos fueron los que le creyeron. Y así harta misericordia nos hace a todos, que quiere Su Majestad entendamos que es Él el que está en el Santísimo Sacramento. Mas que le vean descubiertamente y comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros, no quiere sino a los que entiende que mucho le desean, porque éstos son sus verdaderos amigos. Que yo os digo que quien no le fuere y no llegare a recibirle como tal, habiendo hecho lo que es en sí, que nunca le importune por que se le dé a conocer. No ve la hora de haber cumplido con lo que manda la Iglesia, cuando se va de su casa y procura echarle de sí. Así que este tal, con otros negocios y ocupaciones y embarazos del mundo, parece que lo más presto que puede, se da prisa a que no le ocupe la casa el Señor de él.

COMENTARIO AL CAPÍTULO 34

La eucaristía, maná de la humanidad


         Al capítulo 34 del Camino la Autora le antepuso este sencillo epígrafe: "Prosigue en la misma materia. Es muy bueno para después de haber recibido el Santísimo Sacramento".

         Esa "misma materia" es la tratada en el capítulo anterior, en que se glosaba, en clima de oración, la petición "danos hoy nuestro pan de cada día". Ya en él, la glosa se había orientado hacia solo el pan de la Eucaristía: pedir al Padre ese pan para alimentar la vida.

         Ahora el comentario se eleva a un plano de alta pedagogía espiritual. En la formación del orante es indispensable educar su sentido eucarístico, motivar a fondo su oración, su piedad, su vivencia del Sacramento.

         Estamos ante una de las páginas más hermosas y densas del libro. Teresa no puede ocultar su título de "loca de la Eucaristía". No puede escribir de ella sin evocar sus experiencias eucarísticas recientes y estremecedoras. Se siente en la necesidad de testificar expresamente su fe viva en el Sacramento, su bienaventuranza de tener en él a su Señor en persona, no menos feliz, por cierto, que si hubiera caminado y vivido a su lado por tierras galileas.

         Pasar de ese plano de testificación autobiográfica -especie de pequeño evangelio de su experiencia eucarística- a la pedagogía de la oración es para ella sumamente fácil. Pocos capítulos atrás ha impartido al lector la lección fundamental del libro: la oración de recogimiento. Es decir, enseñarle a interiorizarse para simplificar e intensificar su relación con Dios o con Cristo. Pues bien, la Eucaristía, a nivel personal, es un maravilloso proceso dinámico que va de la presencia a la interiorización. Suma y realística invitación a entrar dentro de sí con el Señor que entra dentro de nosotros. Y que, por tanto, nos ofrece la mejor ocasión para realizar, incluso para sacramentalizar la interiorización del recogimiento.

         Hacia ahí apuntará la lección de todo el capítulo, realmente "muy bueno" para el momento de comulgar.


La elaboración del capítulo

         Antes de leerlo, hagamos una pausa. Recordemos que Teresa escribe a chorro, con gran espontaneidad. Recordemos también que su manuscrito tiene que pasar por el cedazo de los señores censores.

         Son éstos los que, en cierto modo, frenan la fluidez de su lección y le imponen el juego redaccional de revisar lo escrito y rehacerlo. A eso se debe que la Santa se vea precisada a reelaborar su lección eucarística. A ello se debe también que el presente capítulo nos haya llegado en dos exposiciones relativamente diversas.
         En la primera (borrador: manuscrito de El Escorial), intencionadamente se propuso la Santa colocar toda la glosa del "pan" pedido al Padre, en el contexto de pobreza de espíritu y de vida de oración que presiden la pedagogía del Camino: vivir a fondo la fe y el abandono en las manos de la Providencia, llevar a la oración "asuntos" de envergadura, de suerte que ahí -en ese momento privilegiado que es el diálogo con el Padre- no nos asedien las preocupaciones materiales y el hambre física, sino el hambre de Dios. Enfoque éste matizado con finos detalles y alusiones a su propia manera de sentir la vida y la muerte.

         El censor no estuvo de acuerdo con ese enfoque. Tachó con grandes trazos en aspa toda una página del manuscrito teresiano y anotó al margen: "Todo lo que era sustentación del cuerpo y alma pidió Cristo nuestro Señor, como es el pan material y la Eucaristía, y por reverencia para el alma. Y así la Iglesia lo pide en la letanía".

         Teresa acató. Descartó toda esa página. Desechó varios otros pasajes de su texto. Cercenó y añadió. Hasta redactar íntegro el capítulo, de suerte que resultase impecable a los ojos del censor.

         (Para un estudio integral de todo este pasaje, en forma más meticulosa de la que podemos realizar aquí, habría que colocar en sendas columnas el texto de ambas redacciones y hacer el balance de las afirmaciones espontáneas de la Santa por un lado, y de las sucesivas matizaciones por el lado de la segunda redacción, con ulteriores retoques de la misma Autora al preparar su libro para la edición en el códice de Toledo).

         Pero, en realidad, el delicado proceso de elaboración había discurrido por otra pista. Había consistido en recapitular la propia experiencia eucarística y elevarse desde ella a una viva lección de piedad sacramental propuesta a los lectores.

         Veamos de cerca ese movimiento pendular que va desde lo vivido a lo enseñado.


La evocación de las experiencias eucarísticas vividas por la Santa

         Al hacer el esquema del presente capítulo y analizar su estructura, notamos ya que el centro de la exposición está reservado al recuerdo de la propia experiencia eucarística. De los trece números que lo integran, los dos centrales -nn. 6 y 7- comienzan con el típico recurso al anonimato: "Yo conozco una persona" (n. 6) y "sé de esta persona que..." (n. 7).

         El primero de los dos números nos asegurará la total certeza que "esa persona" tiene de que para ella el pan de la Eucaristía ha sido "mantenimiento" e incluso medicina para el cuerpo: "¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este santísimo manjar y gran medicina aun para los males corporales? Yo sé que lo es, y conozco una persona de grandes enfermedades que, estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban (al comulgar) y quedaba buena del todo".

         El segundo testifica la fe incondicional y total con que "esa persona" vivía el encuentro personal con el Señor cada vez que comulgaba: "Ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en su posada el Señor...".

         En los números siguientes continuarán insinuándose, mucho más paliadas, otras alusiones a la experiencia del "hospedaje y la posada" ofrecidos al Señor (n. 8), y al estremecimiento visceral, casi biológico, ante la Majestad trascendente, velada en el Sacramento.

         No tienen nada de sorprendente esas evocaciones. Hace apenas dos años que Teresa misma ha ofrecido esas confidencias en directo al escribir las últimas jornadas de su itinerario espiritual. Allí, en Vida, las ha referido más abundosamente. Y, sobre todo, las ha testificado con frescor y estremecimiento emocionantes.

         Recordemos sólo las más importantes, las que en cierto modo sirven de soporte al presente capítulo:

         a) Ante todo, el "fortissimo" de sus experiencias eucarísticas: hubo un momento en que Teresa experimentó la trascendencia o, como ella dice, "la majestad grandísima" presente y encubierta en el Sacramento. Con sólo recordarla -asegura- "los cabellos se me espeluzaban, y toda me parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! mas si no encubrierais vuestra grandeza, quién osara llegar tantas veces a juntarse... con tan gran Majestad". "Cuando yo veo una majestad tan grande disimulada en cosa tan poca como es la hostia, es así que después acá a mí me admira sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo ni esfuerzo para llegarme a Él. Si Él, que me ha hecho tan grandes mercedes, y hace, no me le diese, no sería posible poderlo disimular, ni dejar de decir a voces tan grandes maravillas" (Vida 38, 19-21).

         b) Pero no sólo no quedó "aniquilada", sino que Él es fuente de salud para su cuerpo enfermo y para su psique atribulada: "Algunas veces, y casi lo más ordinario..., en acabando de comulgar descansaba; y aun algunas, en llegando al Santísimo Sacramento, luego a la hora quedaba tan buena alma y cuerpo, que yo me espanto" (Vida, 30, 14). Y más concisamente: "En llegándome a comulgar, (me) queda el alma y el cuerpo tan quieto, tan sano y tan claro el entendimiento, con toda la fortaleza y deseos que suelo. Y tengo experiencia de esto, que son muchas veces, a lo menos cuando comulgo, ha más de medio año, que notablemente siento clara salud corporal" (Relación 1, 23).

         c) A la raíz de todo eso, eran los impetuosos deseos de ella los que jugaban un papel decisivo: "Viéneme algunas veces unas ansias de comulgar tan grandes que no sé si se podrían encarecer. Acaeciome una mañana que llovía tanto, que no parece hacía para salir de casa. Estando yo fuera de ella, yo estaba ya tan fuera de mí con aquel deseo que, aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por ellas, ¡cuánto más agua!" (Vida 39, 22).

         d) En un plano más humilde, de ascesis y fidelidad cotidiana, Teresa revivía, al comulgar, la escena evangélica de María que hospeda en su casa al Señor: "Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía que estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas..." (Vida, 9, 2).

         Sólo más adelante, después de escrito el Camino, Teresa nos hará la confidencia de que esa su liturgia interior la solemnizaba de forma especial el Domingo de Ramos, y que durante "más de treinta años" había sido fiel a su consigna de "hospedar", aunque fuese en su "harto mala posada", al Señor de la Eucaristía. Basta leer el emocionado relato de la Relación 26 para asomarse a todo un espacioso panorama de fidelidad eucarística.

         Pues bien, ese cuadro de vivencias pasa ahora, con suma discreción, al sustrato del presente capítulo. No se trata sólo de evocarlas, ni siquiera de testificarlas como puntos luminosos de su historia personal. Esas vivencias son generadoras de fuertes convicciones doctrinales. Refrendan su fe en el misterio y confieren tono y potencia especial a su teología transmisora del mensaje eucarístico.


Este maná de la humanidad

         Al comenzar su exposición (números primeros del capítulo), la Santa parece enredarse en una minúscula disquisición exegética: ¿Por qué ese duplicado verbal en la presente petición del Padrenuestro: pan "de cada día", y pan para "hoy"?

         En la primera redacción había introducido el tema en plan confidencial, humorizando sobre sí misma: "... Que escribiendo esto, he estado con deseos de saber por qué después que el Señor dijo "cada día", tornó a decir "hoy". Quiéroos decir mi bobería: si lo fuere, quédese por tal, que harto lo es meterme yo en esto; mas, pues ya vamos entendiendo lo que pedimos, pensemos bien qué es..." (n. 1).

         Pues así de bien pensado y a través de un ensayo de exégesis personal, Teresa quiere transmitir a sus lectores una convicción fuerte y original. Según ella, el "cada día" y el "para hoy" indican las dos vertientes del plan de Dios. El Padre nos ha dado al Hijo "para siempre". Y ahora le pedimos el pan de la Eucaristía para el "hoy" de la vida temporal. Esa sencilla distinción entre el don del Padre para la eternidad o para la temporalidad sirve de punto de partida para asegurar que la Eucaristía es el maná de la humanidad a lo largo de la historia de los hombres. La Santa vuelve sobre el tema joanneo: es el Padre quien nos da el cuerpo y la sangre de Jesús, como pan que sustenta la vida de los hombres, alimento que marca la continuidad entre nuestra vida en el tiempo y en la eternidad. Don ofrecido a todos, amigos y enemigos, de suerte que "si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre, que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma hallará en este Santísimo Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los suyos" (n. 2).
         Repetirá esa misma tesis de fondo al final de su oración al Padre, en el capítulo siguiente: pese a los malos tratos y a las profanaciones con que los hombres ofenden ese pan santísimo, jamás osaremos pedir al Padre que lo retire del mundo: "¿Qué sería de nosotros?, que si algo os aplaca es tener acá tal prenda". El gran motivo de oración por la humanidad es ése: "Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo" (35, 4).


Su real presencia: el misterio del Señor" disfrazado"

         Llegamos al tema central. En la pedagogía teresiana de la oración, "trato de amistad", es de suma importancia la presencia del amigo. Sin ella no sería posible el trato amistoso, y tanto menos la comunicación profunda.

         En la Eucaristía, el orante o el simple creyente topa con un hecho de presencia desbordante, casi desconcertante. Cristo no está ahí, ni como estaba en Galilea hace veinte siglos, ni como está ahora glorioso en el cielo. Ni sensible y palpable, ni glorificado y revestido de majestad. En la Eucaristía está "disfrazado". En cierto modo cosificado y sujeto a los límites y condicionamientos del símbolo sacramental.

         El espejismo del creyente o del orante consiste en no centrar su atención ahí, en ese tipo de real presencia. Y añorar o desear las otras formas de presencia: tener pena por "no verle (glorificado) con los ojos corporales"; o por no poder verle cuando andaba por el mundo". ¿Verle glorificado?: "No habría sujeto que lo sufriese de nuestro flaco natural, ni habría mundo ni quien quisiera parar en él; porque en ver esta Verdad eterna se vería ser mentira y burla todas las cosas de que acá hacemos caso" (n. 9).

         ¿Verle como al Jesús de la escena evangélica, sensible y tangible?: pues "no le trataron tan bien cuando se dejó ver a todos al descubierto y les decía claro quién era, que muy pocos fueron los que le creyeron" (n. 13).

         En cambio, ahora en la Eucaristía está cercano y asequible:

         "Debajo de aquel pan está tratable, porque si el rey se disfraza, no parece se nos daría nada de conversar sin tantos miramientos y respetos con él: parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó" (n. 9).

         "Si no nos queremos hacer bobos y cegar el entendimiento, no hay que dudar: que esto no es representación de la imaginación, como cuando consideramos al señor en la cruz, o en otros pasos de la Pasión... Esto pasa ahora y es entera verdad y no hay para qué le ir a buscar en otra parte más lejos" (n. 8).


Presente y comunicante

         Sin duda, son las dos afirmaciones fuertes del capítulo: que Cristo está ahí, aunque "disfrazado"; que está ahí para entrar en comunión directa y personal con el creyente. Más adelante, en el próximo capítulo, añadirá otras dos afirmaciones importantes: que está ahí sacrificado para que lo ofrezcamos al Padre por el mundo; y que, para ofrecerlo, Teresa misma se sentirá convocada en medio del grupo para realizar esa oferta en nombre de todas.

         De momento, en la segunda mitad del capítulo, la Santa inculcará y motivará ese dato fundamental de la comunión/comunicación, resultante de la dinámica presencia eucarística del Señor.

         Ante todo, Él está ahí para que "nos lleguemos a Él". Para pasar "dentro de mí". "Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba a los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje" (n. 8).

         En segundo lugar, está ahí no sólo para "comunicar sus grandezas", sino para comunicarse Él mismo de persona a persona. Aun bajo "el disfraz", o tras el velo de la fe, busca y espera la comunicación personal: la Eucaristía es cristofanía, en ella está sacramentado para revelarse, ahondando y prolongando la revelación iniciada en el bautismo: "A los que ve que se han de aprovechar de su presencia, Él se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías" (n. 10).

         En la misteriosa dinámica de esa intercomunicación hay un aspecto importante, subrayado una y otra vez por la Santa: la clave y el parámetro de esa comunicación de las personas se halla en el grado de fe y amor con que se le recibe: "Que le vean descubiertamente y comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros no quiere (Él) sino a los que entiende que mucho le desean, porque éstos son sus verdaderos amigos" (n. 13). E insiste en el parámetro de los deseos: "... Que no viene tan disfrazado, que... de muchas maneras no se dé a conocer conforme al deseo que tenemos de verle; y tanto lo podéis desear, que se os descubra del todo" (n. 12).

         Ante esos textos resulta imposible no recordar el relato de los impetuosos deseos con que ella misma lo deseaba, aunque le pusiesen lanzas a los pechos (Vida 39, 22).

         Y por fin, culminando la posibilidad de mutua comunicación, la invitación a "tratar" y "negociar" con Él. Ya nos ha dicho la Santa que en el Sacramento el Señor de la majestad está "tratable". Disponible para "conversar con Él sin tantos miramientos" (n. 9), como trataría el siervo con el rey disfrazado, ateniéndose a la lógica del disfraz.

         El lector del Camino sabe ya la trascendencia del término "tratar" cuando la Santa lo emplea como típico exponente de la oración personal o de la amistad en acto. Ahora, en la gran coyuntura ofrecida por la Eucaristía, matiza dos aspectos. El del recogimiento: interiorizar el trato. Y el de la intercesión: negociar con el Señor de la Majestad.

         "Acabando de recibir al Señor, pues tenéis la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo querría decir, que, si tomáis esta costumbre todas las veces que comulgareis..., que no viene tan disfrazado, que... no se dé a conocer" (n. 12).

         Negociar es interceder: "Estaos con Él de buena gana; no perdáis tan buena sazón como es la hora después de haber comulgado. Si la obediencia os mandare, hermanas, otra cosa, procurad dejar el alma con el Señor..." (n. 10).

         Es posible hacer un sencillo balance del capítulo y del estilo teresiano de orientar y educar la piedad eucarística del orante. Comenzó el capítulo con enfoque trinitario: al Padre le pedimos el maná de la humanidad. Y lo concluye con una orientación insistente hacia lo hondo del misterio: comer ese maná es, en definitiva, entrar en profunda comunión personal con Cristo, que a través de la Eucaristía aquilata nuestra fe en Él, se nos revela más y más, y nos introduce en el diálogo amoroso de la oración de recogimiento. Porque la Eucaristía es el maná de la humanidad.


[1] En la 1ª redacción escribió más extensamente: «... Pide a su Padre que nos le deje «cada día»; parece que es «para siempre», que escribiendo esto he estado con deseo de saber por qué después que el Señor dijo «cada día», tornó a decir «hoy». Quiéroos decir mi bobería; si lo fuere, quédese por tal, que harta lo es meterme yo en esto; mas, pues ya vamos entendiendo lo que pedimos, pensemos bien qué es, para que -como he dicho- lo tengamos en lo que es razón, y lo agradezcamos a quien con tanto cuidado está enseñándonos. Así que, ser nuestro «cada día» me parece a mí...».
[2] «No es culpa del Señor», corrigió fray Luis en la edición príncipe (p. 202). - En 1ª redacción había ampliado hermosamente este concepto: «... Para los desventurados que se han de condenar, que no le gozarán en la otra [vida] para hacer todo lo que como de cosa suya se pueden aprovechar y estar con ellos este «hoy» de esta vida esforzándolos; y si dijeran vencer, no es a su culpa. Y porque se lo otorgue el Padre, tráele a la memoria que es solo un día...». Uno de los censores tildó de poco teológica la frase «tráele a la memoria», y la Santa la sustituyó con: «Pónele delante».
[3] Un censor tachó: «Y pena de sus enemigos». - Había escrito en la 1ª redacción: «Que todo será un día estos malos tratamientos de llegarse a él indignamente; que mire está obligado (pues ha ofrecido por nosotros cosa tan grande como dejar nuestra voluntad en la suya) a ayudarnos por todas las vías que pudiere; que nos pide más de «hoy» ahora nuevamente. Que el habernos dado este pan sacratísimo «para siempre», cierto lo tenemos, y que nos le dio sin pedírsele este mantenimiento y maná de la Humanidad...». - La misma Santa o acaso uno de sus catonianos censores tachó un inciso intercalado en este mismo período: «Y que nos le dio sin pedírsele».
[4] Alusión al maná bíblico (Sb 16, 20). - La 1ª redacción proseguía: «Que otro pan de los mantenimientos y necesidades corporales, no quiero yo pensar se le acordó el Señor de esto, ni querría se os acordase de vosotras. Está puesto en subidísima contemplación (que quien está en aquel punto no hay más memoria de que está en el mundo que si no estuviese, cuánto más si ha de comer); ¿y había el Señor de poner tanto en pedir qué comiésemos, para él y para nosotros? - No hace a mi propósito. Estanos enseñando a poner nuestras voluntades en las cosas del cielo y a pedir le comencemos a gozar desde acá, ¿y habíanos de meter en cosa tan baja como pedir de comer? - ¡Como que no nos conoce!, que comenzados a entrometer en necesidades del cuerpo, se nos olvidarían las del alma. Pues ¡qué gente tan concertada, que nos contentaremos poco y pediremos poco!, sino que mientras más nos diere, más parece nos ha de faltar el agua. Pídanlo esto, hijas, los que quieren más de lo necesario». - Todo este pasaje fue tachado por uno de los censores del primer manuscrito teresiano, que agregó al margen la siguiente anotación: «Todo lo que era sustentación del cuerpo y alma pidió Cristo nuestro Señor, como es el pan material y la Eucaristía, y por reverencia para el alma; y así la Iglesia lo pide en la letanía». - Esta dura censura motivó la supresión del párrafo en la segunda redacción. Otro tanto sucederá en el c. 36, n. 2.
[5] La 1ª redacción insistía en el tema descartado por el censor: «Tiempos hay otros para que la que tiene encargo tenga cuidado de lo que habéis de comer, digo de daros lo que tuviere. No hayáis miedo que os falte si no faltáis vosotras en lo que habéis dicho de dejaros en la voluntad de Dios. Y por cierto, hijas, de mí os digo que si de eso faltare ahora con malicia -como otras veces lo he hecho muchas-, que yo no le suplicase me diese ese pan ni otra cosa para comer. Déjenme morir de hambre; ¡para qué quiero vida, si con ella voy cada día más ganando muerte eterna?». A continuación, en el ms. de El Escorial, para introducir el símil del criado y el señor, escribió la Santa entre líneas «comparación».
[6] Queda dicho en los cc. 2 y 8.
[7] La 1ª redacción insistía de nuevo en el tema de la pobreza de espíritu: «Que para sustentar la vida, más veces que queremos la vendremos a desear y a pedir, aun sin sentirnos. No es menester despertarnos para ello; que nuestra inclinación ruin a cosas bajas despertará -como digo- más veces que queramos. Mas de advertencia no curemos poner nuestro cuidado sino en suplicar al Señor lo que tengo dicho; que teniendo esto, lo tendremos todo.
[8] Habla de sí misma. En la 1ª redacción aludía también a «otros muchos efectos que hacía [la comunión] en esta alma que no hay para qué decirlos».
[9] «Querrían ser»: Vivir o estar.
[10] Fray Luis de León (p. 101) redujo a ley gramatical el libre fraseo teresiano: «... esforzar la fe, para (como creía verdaderamente que entraba este Señor en su pobre posada) desocuparse de todas las cosas...».
[11] Por escrúpulo teológico, fray Luis corrigió esta frase en la edición príncipe: «Debajo de aquellos accidentes de pan...» (p. 207).
[12] Alusión a la respuesta de Jesús a Santiago y San Juan (Mt 20, 22).
[13] La 1ª redacción añadía: «Estaos vos con Él de buena gana. Mirad que es esta hora de gran provecho para el alma, y en que se sirve mucho el buen Jesús que le tengáis compañía. Tened gran cuenta, hijas, de no la perder».
[14] También aquí suprimió la Santa un bello pasaje de la primera redacción: «No digo que no recéis (porque no me asgáis a palabras y digáis que trato de contemplación, salvo si el Señor no os llevare a ella), sino que si rezareis el Paternóster, entendáis con cuánta verdad estáis con quien os lo enseñó y le beséis los pies por ello y le pidáis os ayude a pedir y no se vaya de con vos».
[15] Al margen del autógrafo escurialense escribió la Autora «comparación».
[16] En la 1ª redacción era más explícita: «Para cuando está ausente la misma persona, es gran regalo ver una imagen de nuestra Señora o de algún santo a quien tenemos devoción -cuánto más la de Cristo-, y cosa que despierta mucho y cosa que a cada cabo querría ver que volviese los ojos».
[17] Lo ha dicho en los nn. 5 y 10.

 

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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)