21.10.11

Camino de Perfección Cap.24

 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.



Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 24
 
 
 
 
 
Trata cómo se ha de rezar oración vocal con perfección, y cuán junta anda con ella la mental.

         1. Ahora, pues, tornemos (1)[1] a hablar con las almas que he dicho que no se pueden recoger ni atar los entendimientos en oración mental ni tener consideración. No nombremos aquí estas dos cosas, pues no sois para ellas, que hay muchas personas en hecho de verdad que sólo el nombre de oración mental o contemplación parece las atemoriza, [2.] y porque (2)[2] si alguna viene a esta casa, que también, como he dicho, no van todos por un camino. 
(sigue aquí --- en "Más información"... )
         Pues lo que quiero ahora aconsejaros (y aun puedo decir enseñaros, porque, como madre, con el oficio de priora que tengo, es lícito) (3)[3], cómo habéis de rezar vocalmente, porque es razón entendáis lo que decís. Y porque quien no puede pensar en Dios puede ser que oraciones largas también le cansen, tampoco me quiero entremeter en ellas, sino en las que forzado habemos de rezar, pues somos cristianos, que es el Paternóster y Avemaría; porque no puedan decir por nosotras que hablamos y no nos entendemos, salvo si no nos parece basta irnos por la costumbre, con sólo pronunciar las palabras, que esto basta. Si basta o no, en eso no me entremeto, los letrados lo dirán (4)[4]. Lo que yo querría hiciésemos nosotras, hijas, es que no nos contentemos con solo eso. Porque cuando digo «credo», razón me parece será que entienda y sepa lo que creo; y cuando «Padre nuestro», amor será entender quién es este Padre nuestro y quién es el maestro que nos enseñó esta oración.

         3. Si queréis decir que ya os lo sabéis y que no hay para qué se os acuerde, no tenéis razón; que mucho va de maestro a maestro, pues aun de los que acá nos enseñan es gran desgracia no nos acordar; en especial, si son santos y son maestros del alma, es imposible, si somos buenos discípulos (5)[5]. Pues de tal maestro como quien nos enseñó esta oración y con tanto amor y deseo que nos aprovechase, nunca Dios quiera que no nos acordemos de Él muchas veces cuando decimos la oración, aunque por ser flacos no sean todas.

         4. Pues cuanto a lo primero, ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas; que así lo hacía Él siempre que oraba (6)[6], y no por su necesidad, sino por nuestro enseñamiento. Ya esto dicho se está que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y escuchando por otra parte lo que están hablando, o pensar en lo que se les ofrece sin más irse a la mano; salvo si no es algunos tiempos que, o de malos humores -en especial si es persona que tiene melancolía- o flaqueza de cabeza, que aunque más lo procura no puede, o que permite Dios días de grandes tempestades en sus siervos para más bien suyo, y aunque se afligen y procuran quietarse, no pueden ni están en lo que dicen, aunque más hagan, ni asienta en nada el entendimiento, sino que parece tiene frenesí, según anda desbaratado.

         5. Y en la pena que da a quien lo tiene, verá que no es a culpa suya. Y no se fatigue, que es peor, ni se canse en poner seso a quien por entonces no le tiene, que es su entendimiento, sino rece como pudiere; y aun no rece, sino como enferma procure dar alivio a su alma: entienda en otra obra de virtud.

         Esto es ya para personas que traen cuidado de sí y tienen entendido no han de hablar a Dios y al mundo junto.

         Lo que podemos hacer nosotros es procurar estar a solas, y plega a Dios que baste, como digo, para que entendamos con quién estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones. ¿Pensáis que está callado? Aunque no le oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón.
         Y bien es consideremos somos cada una de nosotras a quien enseñó esta oración y que nos la está mostrando, pues nunca el maestro está tan lejos del discípulo que sea menester dar voces, sino muy junto. Esto quiero yo entendáis vosotras os conviene para rezar bien el Paternóster: no se apartar de cabe el Maestro que os le mostró.

         6. Diréis que ya esto es consideración, que no podéis ni aun queréis sino rezar vocalmente; porque también hay personas mal sufridas y amigas de no se dar pena, que como no lo tienen de costumbre, esla recoger el pensamiento al principio; y por no cansarse un poco, dicen que no pueden más ni lo saben, sino rezar vocalmente.

         Tenéis razón en decir que ya es oración mental. Mas yo os digo, cierto, que no sé cómo lo aparte (7)[7], si ha de ser bien rezado lo vocal y entendiendo con quién hablamos. Y aun es obligación que procuremos rezar con advertencia. Y aun plega a Dios que con estos remedios vaya bien rezado el Paternóster y no acabemos en otra cosa impertinente. Yo lo he probado algunas veces, y el mejor remedio que hallo es procurar tener el pensamiento en quien enderezó las palabras. Por eso tened paciencia y procurad hacer costumbre de cosa tan necesaria (8)[8].

COMENTARIO AL CAPÍTULO 24

¿Rezar es orar?


         "Ahora, pues, tornemos a hablar..." de oración vocal. Y hablemos de ella con quienes no pueden, o creen no poder iniciarse en la oración mental.

         Así comienza la Santa este nuevo capítulo del Camino; bien consciente de que es reiterativa. Está hablando de oración interior -en espíritu y en verdad-, como peldaño previo a la contemplación, ante un grupo de lectoras contemplativas. Y, sin embargo, torna sobre la oración "rezada": "Cómo rezar oración vocal con perfección", anuncia el título del capítulo.

         Nos interesa el tema. Nos interesa oír a una mística como ella hablar de la humilde oración vocal, la de los rezos rezados. Ya desde el título nos sorprende su toma de posiciones: "Cuán juntas andan oración vocal y mental".

         De hecho, el capítulo entero servirá para reafirmar categóricamente que la línea divisoria entre oración mental y vocal es tenue, casi nula; que no hay oración vocal sin contenido mental y que los rezos básicos del cristiano -el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo- son un excelente peldaño en la escala de la oración, y en su aprendizaje.

         Pero veamos cómo plantea al lector ese problema de la oración vocal en el contexto polémico de su tiempo.


El problema

         Estamos lejos de sutilezas y abstrusidades. Al contrario, para el lector de hoy resulta casi un problema sin problema. Al menos a primera vista, tal como lo formula la Santa. He aquí sus palabras, en las dos redacciones sucesivas del capítulo:

         a) En el borrador lo enunció así: "Si basta o no con decir las palabras para que sea oración. Aunque hablemos y no nos entendamos".

         b) Al redactar nuevamente el texto y pasarlo del borrador al libro, retocó así la formulación: "Si basta irnos por la costumbre, con sólo pronunciar las palabras". Es decir, si bastan las palabras para que el rezo se convierta en oración.

         Así planteado el problema, es evidente que para las lectoras novicias del Camino, lo mismo que para nosotros, conocedores elementales de la oración, como "hecho interior" producido "en espíritu y en verdad", expresión de "amistad con quien sabemos nos ama", ese rezo maquinal, producto de la "costumbre" y realizado "con sólo pronunciar las palabras", no es ni puede bastar para llamarse oración. Ello, pese al posible sonrojo nuestro, si volvemos la mirada a la historia de nuestra oración y repasamos el talante de tantos rezos hechos en voz alta, con un correctísimo "pronunciar las palabras" y con exacta ejecución de formularios y ritos, incluso tan maravillosos como los salmos o los sacramentos.

         A ese problema ya le han dado respuesta categórica páginas anteriores del Camino. La Autora se lo decía a su Señor: "Nunca, Vos, Señor, permitáis que tenga por bueno que quien fuere a hablar con vos, sea sólo con la boca" (22, 1). Y se lo repetía a las lectoras: "Hijas..., no me estéis hablando con Dios y pensando en otras cosas" (22, 8). Lo recalcará una y otra vez en el presente capítulo.

         Pero el problema, en realidad, no es tan elemental. Se le complica por dos lados. Primero, por el lado de la polémica que serpea a lo largo del Camino y que la mantiene alerta frente a las posiciones de los teólogos. Y luego, por el lado de las lectoras y de su situación concreta en el marco de la vida contemplativa de su tiempo.

         Teresa no puede pasar de soslayo por el tipo de oración litúrgica que hacen a diario sus lectoras. Novicias de dos o tres años, bregan con el breviario, poco más o menos, como ella misma en sus años jóvenes. Grandes dificultades para leer y rezar. Dificultades para descifrar las abreviaturas y los apretados caracteres góticos de los libros corales. Dificultades, sobre todo, para rezar salmos, cánticos e himnos en un latín que ninguna de ellas entiende. ¿No es eso rezar "con sólo pronunciar las palabras"? Y ¿"no pueden decir de nosotras que hablamos y no nos entendemos"?

         Pues bien, ahí es donde los letrados de turno aseguran a Teresa: "¡Que esto basta!"; que basta el recitado coral; que, además, esa es oración eclesial que une automáticamente los labios de las orantes al alma de la Ecclesia orans.

         Es evidente que si Teresa hubiera tenido la posibilidad de sacudirse de encima aquellos latines y agarrarse a nuestras liturgias en romance, hubiera resuelto de un tajo la cuestión. No pudo. De momento sólo puede sacudirse de encima el problema, remitiéndolo a los señores letrados. Se lo devuelve una primera vez en el borrador, no sin cierta punta de ironía: "si eso basta o no, no me entrometo. Eso es de letrados. Ellos lo dirán a las personas que les diere Dios luz para que se lo quieran preguntar". En la redacción definitiva del texto eliminará la ironía y se limitará a remitir secamente el problema a los teólogos: "Si basta o no (el rezar sin entender), en eso no me entrometo. Los letrados lo dirán" (n. 2).

         En realidad, la solución que dará enseguida valdrá también para esa situación paradójica de su comunidad contemplativa y, en general, de todas las comunidades femeninas de su tiempo.

         La segunda complicación proviene de otro factor más positivo. Más real y psicológico, atentamente observado por la Santa. Es este: hay personas que "no pueden". No pueden "recogerse". Ni pueden "atar el entendimiento" para concentrarlo en lo que oran. Son, en el fondo, personas que no pueden orar sin rezar. Incapaces de esa especie de oración pura, que se formula en la palabra interior, del entendimiento o del corazón.

         Para Teresa es incuestionable la existencia de ese tipo de orantes. Ella misma se ha encontrado con casos flagrantes. Conoce a "una persona bien vieja, de harto buena vida, penitente y muy sierva de Dios, y gasta hartas horas, hartos años ha, en oración vocal; y en mental no hay remedio. Cuando más puede, poco a poco en las oraciones vocales se va deteniendo. Y otras personas hay de esta manera..." (17, 3).

         Otro caso: "Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a esta lo tenía todo: y si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos todas la mental! En ciertos Paternósteres que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, estaba -y en poco más rezado- algunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntele qué rezaba, y vi que asida al Paternóster, tenía pura contemplación..." (30, 7).

         No se trata de casos esporádicos. Probablemente, la Santa está tocando una de las componentes profundas del acto religioso. Esa extraña necesidad que siente el orante de todas las religiones de recurrir al rito, al gesto, al sacramento, a la palabra ajena, incluso a la palabra sagrada, para dar contenidos al momento en que intenta dirigirse a Dios. Todo eso tiene su concreción en la necesidad de la oración vocal. El caso es -dirá Teresa- que hay personas que no pueden prescindir de la oración exterior...

         En rápidas pinceladas presentará ella varias situaciones concretas. Quiere tenerlas presentes en su pedagogía de la oración:

         - Hay personas con real dificultad psicológica para embarcarse en una oración puramente mental.

         - "Hay muchas personas..., a quienes el nombre mismo de oración mental o contemplación parece las atemoriza". Son, sin duda, los que han sucumbido a los miedos que difunden ciertos teólogos recelosos.

         - Hay situaciones de agotamiento mental o de absoluta impotencia momentánea para la oración interior (nn. 4-5).

         - Por fin, desde un punto de vista más elevado, hay que tener presente que Dios no lleva a todos por un camino. Y por eso mismo, al grupito reunido en San losé pueden agregársele personas sumergidas en esa impotencia interior, pasajera o no.

         A todos ellos va a sugerirles la Santa un camino posible o unas soluciones al problema. Veámoslas.


Cómo orar vocalmente

         Ante todo, una consigna fundamental: jamás contentarse con la oración de solas palabras. "Lo que querría hiciésemos nosotras, hijas, es que no nos contentemos con sólo eso" (n. 2). El rezo maquinal, el "irnos por la costumbre", el rellenar formularios oracionales, no es oración. Es otra cosa, a la que aquí no interesa dar nombre.

         La Santa lo repetirá de manera categórica e insuperable en las primeras páginas de su Castillo interior, destinadas al principiante de oración:

         "La puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide, y quién es quien pide, y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras. Mas quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría con su esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca y tiene aprendido por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni plega a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte; que entre vosotras, hermanas, espero en Su Majestad no la habrá, por la costumbre que hay de tratar cosas interiores, que es harto bueno para no caer en semejante bestialidad" (Moradas I, 1, 7).

         Segunda consigna: más allá de la atención a los contenidos de la oración, importa avivar la atención al otro, al destinatario mismo de la oración. La Santa jerarquiza así ambas consignas: "Cuando digo Credo, razón será que entienda y sepa lo que creo; y cuando (digo) Padre nuestro, amor será entender quién es este Padre nuestro y quién es el maestro que nos enseñó esta oración" (n. 2). Alternancia de "razón" y "amor". Para entender qué y a quién... hablamos.

         Capítulos adelante subrayará ella la importancia que tiene el "relacionarse con el Padre" al orar en Cristo. Ahora insistirá más bien en el segundo dato: atención al maestro de toda oración cristiana. "De tal maestro como quien nos enseñó esta oración y con tanto amor y deseo que nos aprovechase, nunca Dios quiera que no nos acordemos de él muchas veces cuando decimos la oración, aunque por ser flacos no sean todas" (n. 3).

         Se trata de un dato de real interés para la Santa. Toda oración vocal debe apoyarse en ese transfondo de atención a Cristo, fundado en el presupuesto realístico de que él es maestro orante con cada cristiano que ora. Maestro que "nunca está lejos". Que, al contrario, está "muy junto" al orante. De suerte que no es menester "dar voces". "¿Pensáis que está callado? Aunque no le oímos, bien habla al corazón, cuando le pedimos de corazón".

         Por eso, "bien es (que) consideremos somos cada una de nosotras a quien (Él) enseñó esta oración y que nos la está mostrando".

         Difícilmente se podría subrayar más marcadamente el sentido personalista y relacional de la oración, de la misma oración vocal. Lo que en ella interesa no es tanto activar la atención a las palabras (que también interesa), cuanto abrir y mantener ese trasfondo de atención a la Persona con quien oramos. Dejar que entre ella y el orante fluya y refluya esa comunión de sentimientos, afectos e intenciones que tiene su foco radial en Cristo, misteriosamente presente y orante a nuestro lado. Eso, pese a que por nuestra parte el flujo y reflujo de contenidos "personales" quede siempre menguado y tarado por todo un cúmulo de limitaciones y condicionamientos, "porque somos flacos" -dirá la Santa.

         Vuelve, así, de nuevo la idea básica de Teresa: lo importante en la oración mental era el "quién con Quién" (cap. 22). En la vocal no puede faltar ese engranaje: "Esto quiero yo entendáis vosotras os conviene para rezar bien el Paternóster: no se apartar de cabe el Maestro que os lo mostró" (5). "Yo lo he probado algunas veces y el mejor remedio que hallo es procurar tener el pensamiento en quien enderezó las palabras" (6).

         Tercera consigna: Teresa la condensa en su lema predilecto: "A solas". Que tampoco en la oración vocal falte esa dimensión religiosa de la relación personal con Cristo o con Dios.

         Aquí le dará una expresa motivación cristológica: "Ya sabéis que nos enseña Su Majestad que sea a solas", que así lo hacía Él siempre cuando oraba. Y no por su necesidad, sino por nuestro enseñamiento" (4).

         Es cierto que ese "a solas" lo entiende aquí la Santa como exclusión de pensamientos y ocupaciones profanas: "Que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y escuchando, por otra parte, lo que están hablando" (4). Pero lo esencial es que la oración vocal logre ponernos "ante Él", relacionarnos "con Él".

         Ese tipo de soledad en compañía -"a solas", pero "con Él"- será posible y actuable en pleno rezo de grupo en la medida en que la atención a los otros no interfiera ni ensombrezca el primado de la atención a Él. Atención a Él que debe tejer el trasfondo de la oración vocal, para que también ella nos permita "entender con quién estamos y lo que responde el Señor a nuestras peticiones" (n. 5). Que "si ha de ser bien rezado lo vocal (ha de ser) entendiendo con quién hablamos" (n. 6).

         Cuarta consigna: todo eso..., hay que trabajarlo. También la oración vocal implica una seria tarea de autoeducación. Con empeño y perseverancia, con disciplina interior. "Que también hay personas mal sufridas y amigas de no se dar pena, que como no lo tienen de costumbre...", no se imponen el esfuerzo de recoger el propio espíritu para rezar. Pues bien, a ellas van dirigidas esas consignas de autodominio impartidas por la Santa en el presente capítulo.


Pero..., ¿no hay excepciones?

         Sí. Hay una excepción a esas consignas. Especialmente a esa consigna final de trabajar con tesón por rezar desde dentro, interiorizando las palabras, educando la mente y el corazón a "estar con Él".

         Lo curioso es que la Santa haya dejado constancia de esa excepción precisamente al hablar de la oración vocal y de su indispensable respaldo interior. Pues bien, la excepción consiste en que hay tiempos y situaciones de absoluta atrofia interior. Rachas de embotamiento de espíritu en que la mente se niega a seguir, acoger o refrendar las palabras rezadas por los labios.

         No se trata de elucubraciones teóricas o psicológicas. Ella misma ha vivido esa experiencia. Y se atreve a decirle al lector, aprendiz de oración, que en situaciones así no se empeñe: "No rece", espere tiempos mejores.

         Por el libro de su Vida conocemos bien esas jornadas opacas vividas por la Santa. Como si de pronto y sin saber por qué, un espíritu tan alerta como el suyo se volviera obtuso y plomizo, sin capacidad de despegue. Basta leer las confidencias vertidas en el capítulo 30 de la Autobiografía (nn. 11, 15, 16, 18...), o en la Relación primera. Situaciones -dice ella- en que "de todo punto se me quita la posibilidad de pensar cosa buena ni desearla hacer, sino un alma y cuerpo del todo inútil y pesado". "Otras veces me hallo que nada puedo pensar de Dios, ni bien que vaya con asiento, ni tener oración, aunque esté en soledad..., con el entendimiento tan perdido que no parece sino un loco furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un Credo..." (n. 16). "Otras veces me da una bobería de alma, que ni bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen... Paréceme a mí que anda el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque le dan de comer, y come casi sin sentirlo..." (Vida 30, 16. 18).

         Son los días grises. La Autora del Camino sabe que los tenemos todos y no ella sola. Los describe a las lectoras en cuatro pinceladas de mano maestra: rachas de malos humores y melancolía (tristeza, depresión); desasosiego y desabrimiento; no poder "estar en lo que dicen" por más que hagan; pensamientos sin asiento, "sin seso", desbaratados, atacados de una especie de frenesí interior; y, sobre todo, de impotencia: impotencia para pensar, desear y orar... Todo ello acompañado de "la pena que da el no poder...".

         Para esa situación de excepción la madre Teresa tiene una palabra de comprensión y humanismo. No agobiarse, no empeñarse "en poner seso a quien por entonces no le tiene (la mente)". "No rece, sino, como enferma, procure dar alivio a su alma: entienda en otra obra de virtud" (n. 5).

         Sabe ella que la misma pena sufrida por esa racha de impotencia es un tácito clamor orante que se eleva desde nuestra miseria hasta Dios. Pero, bien entendido, advierte ella. No se trata aquí de los típicos ataques de desgana y flojera que acosan al principiante. A éste, y ante esos fáciles pasos de sifón, le seguirá repitiendo la consigna de la determinada determinación: no dejar la oración pase lo que pase, así se hunda el mundo...


[1] Cf c. 19, n. 2 s, cuyo tema ahora reanuda; cf además el c. 21, n. 3.
[2] Léase «por» (cf Fr. Luis p. 139). - «Como he dicho»: cf c. 17, n. 2; c. 20, n. 1 s; c. 19, n. 9.
[3] Súplase «es» (cf Fr. Luis p. 139: «lo que ahora quiero aconsejaros...» es «cómo habéis de rezar»).
[4] En la 1ª redacción escribió: «Si os basta o no, no me entrometo. Eso es de letrados: ellos lo dirán a las personas que les diere Dios luz para que se lo quieran preguntar. Y en los que no tienen nuestro estado no me entremeto».
[5] «... Y si es maestro del alma y somos buenos discípulos, es imposible [no nos acordar de él], sino tenerle mucho amor y aun honrarnos de él y hablar en él muchas veces». - Así, en la 1ª redacción.
[6] Doble alusión bíblica: a Mt 6, 6 y a Lc 6, 12 y 22, 41. - En el ms. de Toledo la propia Autora enmendó esta afirmación demasiado perentoria, así: «que así lo hacía Su Majestad muchas veces». - Con las palabras «lo primero» la Santa se refiere al «cómo habéis de rezar vocalmente», que se propuso tratar en el n. 1-2: su plan abarca dos puntos: el 1º, exponer la oración vocal en general; el 2º, cómo rezar en especial el Paternóster y Avemaría. De hecho, sólo expondrá la oración dominical, omitiendo el comentario a la salutación angélica (cf c. 42, nota 7).
[7] «No sé cómo lo aparte»: no sé cómo se pueda separar la oración mental de la vocal.
[8] La 1ª redacción concluía así: «Por eso, tened paciencia, que esto es menester para ser monjas y aun para rezar como buenos cristianos, a mi parecer».

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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)