Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 12
En que trata de la vida y muerte de una religiosa
que trajo nuestro Señor a esta misma casa, llamada Beatriz de la Encarnación,
que fue en su vida de tanta perfección, y su muerte tal, que es justo se haga
de ella memoria (1)[1].
1. Entró en este monasterio por monja una doncella
llamada doña Beatriz Óñez, algo deudo de doña Casilda. Entró algunos años antes
(2)[2],
cuya alma tenía a todas espantada por ver lo que el Señor obraba en ella de
grandes virtudes; y afirman las monjas y priora (3)[3]
que en todo cuanto vivió jamás entendieron en ella cosa que se pudiese tener
por imperfección, ni jamás por cosa la vieron de diferente semblante, sino con
una alegría modesta, que daba bien a entender el gozo interior que traía su
alma. Un callar sin pesadumbre, que con tener gran silencio, era de manera que
no se le podía notar por cosa particular. No se halla haber jamás hablado
palabra que hubiese en ella que reprender, ni en ella se vio porfía ni una
disculpa, aunque la priora, por probarla, la quisiese culpar de lo que no había
hecho, como en estas casas se acostumbra para mortificar. Nunca jamás se quejó
de cosa ni de ninguna hermana, ni por semblante ni palabra dio disgusto a
ninguna con oficio que tuviese, ni ocasión para que de ella se pensase ninguna
imperfección, ni se hallaba por qué acusarla ninguna falta en capítulo, con ser
cosas bien menudas las que allí las celadoras dicen que han notado. En todas
las cosas era extraño su concierto interior y exteriormente. Esto nacía de
traer muy presente la eternidad y para lo que Dios nos había criado. Siempre
traía en la boca alabanzas de Dios y un agradecimiento grandísimo. En fin, una
perpetua oración.
2. En lo de la obediencia jamás tuvo falta, sino con
una prontitud y perfección y alegría a todo lo que se le mandaba. Grandísima
caridad con los prójimos, de manera que decía que por cada uno se dejaría hacer
mil pedazos a trueco de que no perdiesen el alma y gozasen de su hermano
Jesucristo, que así llamaba a nuestro Señor. En sus trabajos, los cuales con
ser grandísimos, de terribles enfermedades -como adelante diré- (4)[4]
y de gravísimos dolores, los padecía con tan grandísima voluntad y contento,
como si fueran grandes regalos y deleites. Debíasele nuestro Señor dar en el
espíritu, porque no es posible menos, según con la alegría los llevaba.
3. Acaeció que en este lugar de Valladolid llevaban
a quemar a unos por grandes delitos. Ella debía saber no iban a la muerte con
tan buen aparejo como convenía, y diole tan grandísima aflicción, que con gran
fatiga se fue a nuestro Señor y le suplicó muy ahincadamente por la salvación
de aquellas almas; y que a trueco de lo que ellos merecían, o porque ella
mereciese alcanzar esto -que las palabras puntualmente no me acuerdo-, le diese
toda su vida todos los trabajos y penas que ella pudiese llevar. Aquella misma
noche le dio la primera calentura, y hasta que murió siempre fue padeciendo.
Ellos murieron bien, por donde parece que oyó Dios su oración.
4. Diole luego una postema dentro de las tripas con
tan gravísimos dolores, que era bien menester para sufrirlos con paciencia lo
que el Señor había puesto en su alma. Esta postema era por la parte de adentro,
adonde cosa de las medicinas que la hacían no la aprovechaba; hasta que el
Señor quiso que se la viniese a abrir y echar la materia, y así mejoró algo de
este mal. Con aquella gana que le daba de padecer, no se contentaba con poco; y
así oyendo un sermón un día de la Cruz, creció tanto este deseo, que, como
acabaron, con un ímpetu de lágrimas se fue sobre su cama y, preguntándole qué
había, dijo que rogasen a Dios la diese muchos trabajos y que con esto estaría
contenta.
5. Con la priora trataba ella todas las cosas
interiores y se consolaba en esto. En toda la enfermedad jamás dio la menor
pesadumbre del mundo, ni hacía más de lo que quería la enfermera, aunque fuese
beber un poco de agua. Desear trabajos almas que tienen oración es muy
ordinario, estando sin ellos; mas, estando en los mismos trabajos, alegrarse de
padecerlos no es de muchas. Y así, ya que estaba tan apretada, que duró poco y
con dolores muy excesivos y una postema que le dio dentro de la garganta que no
la dejaba tragar, estaban allí algunas de las hermanas, y dijo a la priora
(como la debía consolar y animar a llevar tanto mal), que ninguna pena tenía,
ni se trocaría por ninguna de las hermanas que estaban muy buenas. Tenía tan
presente a aquel Señor por quien padecía, que todo lo más que ella podía rodear
(5)[5]
para que no entendiesen lo mucho que padecía. Y así, si no era cuando el dolor
la apretaba mucho, se quejaba muy poco.
6. Parecíale que no había en la tierra cosa más ruin
que ella, y así, en todo lo que se podía entender, era grande su humildad. En
tratando de virtudes de otras personas, se alegraba muy mucho. En cosas de
mortificación era extremada. Con una disimulación se apartaba de cualquiera
cosa que fuese de recreación, que, si no era quien andaba sobre aviso, no lo
entendían. No parecía que vivía ni trataba con las criaturas según se le daba
poco de todo; que de cualquiera manera que fuesen las cosas, las llevaba con
una paz, que siempre la veían estar en un ser; (6)[6]
tanto que le dijo una vez una hermana que parecía de unas personas que hay muy
honradas, que aunque mueran de hambre, lo quieren más que no que lo sientan los
de fuera, porque no podían creer que ella dejaba de sentir algunas cosas,
aunque tan poco se le parecía.
7. Todo lo que hacía de labor y de oficios era con un
fin que no dejaba perder el mérito, y así decía a las hermanas: «No tiene
precio la cosa más pequeña que se hace, si va por amor de Dios; no habíamos de
menear los ojos, hermanas, si no fuese por este fin y por agradarle». Jamás se
entremetía en cosa que no estuviese a su cargo; así no veía falta de nadie,
sino de sí. Sentía tanto que de ella se dijese ningún bien, que así traía
cuenta con no le decir de nadie en su presencia, por no las dar pena. Nunca
procuraba consuelo, ni en irse a la huerta ni en cosa criada; porque, según
ella dijo, grosería sería (7)[7]
buscar alivio de los dolores que nuestro Señor le daba; y así nunca pedía cosa
sino lo que le daban: con eso pasaba. También decía que antes le sería cruz
tomar consuelo en cosa que no fuese Dios. El caso es que, informándome yo de
las de casa, no hubo ninguna que hubiese visto en ella cosa que pareciese sino
de alma de gran perfección.
8. Pues venido el tiempo en que nuestro Señor la
quiso llevar de esta vida, crecieron los dolores y tantos males juntos, que,
para alabar a nuestro Señor de ver el contento como lo llevaba, la iban a ver
algunas veces. En especial tuvo gran deseo de hallarse a su muerte el capellán
que confiesa en aquel monasterio, que es harto siervo de Dios; que, como él la
confesaba, teníala por santa. Fue servido que se le cumplió este deseo, que
como estaba con tanto sentido y ya oleada, llamáronle para que, si hubiese
menester aquella noche reconciliarla o ayudarla a morir. Un poco antes de las
nueve, estando todas con ella y él lo mismo, como un cuarto de hora antes que
muriese, se le quitaron todos los dolores; y con una paz muy grande, levantó
los ojos y se le puso una alegría de manera en el rostro, que pareció como un
resplandor; y ella estaba como quien mira a alguna cosa que la da gran alegría,
porque así se sonrió por dos veces. Todas las que estaban allí y el mismo
sacerdote fue tan grande el gozo espiritual y alegría que recibieron, que no
saben decir más de que les parecía que estaban en el cielo. Y con esta alegría
que digo, los ojos en el cielo, expiró, quedando como un ángel, que así podemos
creer, según nuestra fe y según su vida, que la llevó Dios a descanso en pago
de lo mucho que había deseado padecer por Él.
9. Afirma el capellán, y así lo dijo a muchas
personas, que al tiempo de echar el cuerpo en la sepultura, sintió en él
grandísimo y muy suave olor. También afirma la sacristana que de toda la cera
que en su enterramiento y honras ardió, no halló cosa desminuida de la cera.
Todo se puede creer de la misericordia de Dios. Tratando estas cosas con un
confesor suyo de la Compañía de Jesús, con quien había muchos años confesado y
tratado su alma, dijo que no era mucho ni él se espantaba, porque sabía que
tenía nuestro Señor mucha comunicación con ella.
10. Plega a Su Majestad, hijas mías, que nos sepamos
aprovechar de tan buena compañía como ésta y otras muchas que nuestro Señor nos
da en estas casas. Podrá ser que diga alguna cosa de ellas, para que se
esfuercen a imitar las que van con alguna tibieza, y para que alabemos todas al
Señor que así resplandece su grandeza en unas flacas mujercitas.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 12
Beatriz Óñez, modelo de carmelita
El presente capítulo tiene algo de extraño en el libro.
En él se ofrece la semblanza de una carmelita modelo. También ella "de la
casa del Adelantado de Castilla", si bien no de su familia. Por nombre
Beatriz Óñez, que de Carmelita se trocará en Beatriz de la Encarnación.
Primer dato extraño es el título del capítulo, no
escrito por la Santa sino por otra mano desmañada y extraña, cuyo estilo se
mantendrá presente en los tres folios autógrafos del texto que sigue.
Relato excesivamente sobrecargado de superlativos y
supervaloraciones. En solos los primeros números se reitera: agradecimiento
grandísimo, grandísima caridad, trabajos grandísimos de terribles enfermedades,
gravísimos dolores, dolores excesivos...; o bien el jamás, repetido siete
veces, o el nunca, otras tantas, o el nunca jamás se quejó..., todo ello poco
usual en el estilo teresiano.
La Santa no parece haber convivido con la biografiada.
Se sirve de los relatos que le envían desde valladolid, donde la Hermana
Beatriz ha sido la primera difunta, y cuyo tránsito ha impresionado tanto a las
Hermanas, que han transmitido a aquélla panegíricos exaltados. Ella misma
descalifica alguno de ellos. Escribe a la priora de la casa que le envíe otra
relación, pero que "no lo fíe de Juliana, que las boberías y desatinos que
decía en la relación de Beatriz de la Encarnación (Óñez) eran intolerables, por
encarecer..." (carta 143, 6).
De hecho, la Santa se limitó a calcar y remodelar alguna
de esas relaciones para insertarla en el relato que, a grandes trazos, se
perfila así:
–
Presentación y elogio de Beatriz, su paciencia y obediencia (nn. 1‑2);
– Episodio
conmovedor y decisivo de los criminales llevados a la hoguera (n. 3);
– Virtudes
heroicas de Beatriz; sus enfermedades (nn. 4‑7);
– Su
muerte y entierro (nn. 8‑9);
– Epílogo:
proyecto de escribir más semblanzas modélicas (n. 10).
De Beatriz ignoramos la fecha de nacimiento. Oriunda de
Arroyo de Santa Gadea (Burgos), es una de las primeras novicias del Carmelo de
Valladolid, donde toma el hábito el 8.9.1569, y profesa al año siguiente el
17.9.1570, muriendo a los 3 años, el 5 de mayo de 1573.
A base de su biografía, la Santa propone en el capítulo
un programa de virtudes para la lectora carmelita: ante todo la obediencia y la
humildad; la oración por los pobres (los condenados a la hoguera son como
"el Pranzini" de santa Teresita); el sentido de Dios en la vida ordinaria;
el sufrimiento callado en las enfermedades: "Parecía de unas personas que
hay muy honradas, que aunque mueran de hambre, lo quieren más que no que lo
sientan los de fuera" (n. 6); la normal comunicación de espíritu con la
priora ("con la priora trataba ella todas las cosas interiores", n.
5), el aprecio de las virtudes ajenas... Su lema fundamental: "No tiene
precio la cosa más pequeña que se hace, si va por amor de Dios" (n. 7).
Como en otros casos, la Santa tiene cierta complacencia
en exaltar ante sus lectoras la muerte ideal de la carmelita, "con una paz
muy grande" (n. 8).
NOTAS DEL COMENTARIO
1. En el texto, Teresa hace suya la relación que se le
ha enviado. De ahí la sensación de que ella misma ha asistido a los hechos
narrados: "Que las palabras (de Beatriz "cuando llevaban a
quemar" a unos criminales) puntualmente no me acuerdo" (n. 3), así
como las puntualizaciones en la agonía de Beatriz: "Un poco antes de las
nueve... Como un cuarto de hora antes que muriese" (n. 8). Sirven sin
embargo para acentuar el realismo de la narración.
2. Contexto cronológico: La Santa abandona el Carmelo de
Valladolid el 22 de febrero de 1569. Beatriz toma el hábito poco después: el 8
de septiembre. Cuando ésta muere en mayo de 1573, la Santa sigue de priora en
la Encarnación de Ávila. Será, al menos, un año después de muerta Beatriz,
cuando Teresa escriba el presente capítulo, probablemente en Segovia, 1574.