Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 13
En que trata cómo se comenzó la primera casa de la
Regla primitiva, y por quién de los descalzos carmelitas. Año de 1568 (1)[1].
1. Antes que yo fuese a esta fundación de
Valladolid, como ya tenía concertado con el padre fray Antonio de Jesús, que
era entonces prior en Medina, en Santa Ana, que es de la Orden del Carmen, y
con fray Juan de la Cruz –como ya tengo dicho– (2)[2]
de que serían los primeros que entrasen, si se hiciese monasterio de la primera
Regla de Descalzos, y como yo no tuviese remedio para tener casa, no hacía sino
encomendarlo a nuestro Señor; porque –como he dicho– ya estaba satisfecha de
estos padres (3)[3].
Porque al padre fray Antonio de Jesús había el Señor bien ejercitado un año que
había que yo lo había tratado con él, en trabajos y llevádolo con mucha
perfección. Del padre fray Juan de la Cruz ninguna prueba había menester,
porque aunque estaba entre los del paño, calzados, siempre había hecho vida de
mucha perfección y religión. Fue nuestro Señor servido que como me dio lo
principal, que eran frailes que comenzasen, ordenó lo de demás.
2. Un caballero de Ávila, llamado don Rafael (4),
con quien yo jamás había tratado, no sé cómo –que no me acuerdo– vino a
entender que se quería hacer un monasterio de Descalzos; y vínome a ofrecer que
me daría una casa que tenía en un lugarcillo de hartos pocos vecinos (5)[4],
que me parece no serían veinte –que no me acuerdo ahora–, que la tenía allí
para un rentero que recogía el pan de renta que tenía allí. Yo, aunque vi cuál
debía ser, alabé a nuestro Señor y agradecíselo mucho. Díjome que era camino de
Medina del Campo, que iba yo por allí para ir a la fundación de Valladolid, que
es camino derecho y que la vería. Yo dije que lo haría, y aun así lo hice, que
partí de Ávila por junio con una compañera y con el padre Julián Dávila, que
era el sacerdote que he dicho (6)[5]
que me ayudaba a estos caminos, capellán de San José de Ávila.
3. Aunque partimos de mañana, como no sabíamos el
camino, errámosle; y como el lugar es poco nombrado, no se hallaba mucha
relación de él (7)[6].
Así anduvimos aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando
pensábamos estábamos cerca, había otro tanto que andar. Siempre se me acuerda
del cansancio y desvarío que traíamos en aquel camino. Así llegamos poco antes
de la noche.
Como entramos en la casa, estaba de tal suerte, que
no nos atrevimos a quedar allí aquella noche por causa de la demasiada poca
limpieza que tenía y mucha gente del agosto (8)[7].
Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su desván, y una cocinilla.
Este edificio todo tenía nuestro monasterio. Yo consideré que en el portal se
podía hacer iglesia y en el desván coro, que venía bien, y dormir en la cámara.
Mi compañera, aunque era harto mejor que yo y muy
amiga de penitencia, no podía sufrir que yo pensase hacer allí monasterio, y
así me dijo: «Cierto, madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo
pueda sufrir. Vos no tratéis de esto». El padre que iba conmigo, aunque le
pareció lo que a mi compañera, como le dije mis intentos, no me contradijo (9)[8].
Fuímonos a tener la noche en la iglesia, que para el cansancio grande que
llevábamos no quisiéramos tenerla en vela.
4. Llegados a Medina, hablé luego con el padre fray
Antonio, y díjele lo que pasaba y que si tendría corazón para estar allí algún
tiempo, que tuviese cierto que Dios lo remediaría presto, que todo era comenzar
(paréceme tenía tan delante lo que el Señor ha hecho, y tan cierto –a manera de
decir– como ahora que lo veo, y aun mucho más de lo que hasta ahora he visto;
que al tiempo que ésta escribo hay diez monasterios de Descalzos (10)[9]
por la bondad de Dios), y que creyese que no nos daría la licencia el
provincial pasado ni el presente (que había de ser con su consentimiento, según
dije al principio) (11)[10],
si nos viesen en casa muy medrada, dejado que no teníamos remedio de ella, y
que en aquel lugarcillo y casa que no harían caso de ellos. A él le había
puesto Dios más ánimo que a mí; y así dijo que no sólo allí, mas que estaría en
una pocilga. Fray Juan de la Cruz estaba en lo mismo.
5. Ahora nos quedaba alcanzar la voluntad de los dos
padres que tengo dichos, porque con esa condición había dado la licencia
nuestro padre General. Yo esperaba en nuestro Señor de alcanzarla, y así dejé
al padre fray Antonio que tuviese cuidado de hacer todo lo que pudiese en
allegar algo para la casa. Yo me fui con fray Juan de la Cruz a la fundación
que queda escrita de Valladolid (12)[11].
Y como estuvimos algunos días con oficiales para recoger la casa, sin clausura,
había lugar para informar al padre fray Juan de la Cruz de toda nuestra manera
de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas, así de mortificación
como del estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas, que todo es con
tanta moderación, que sólo sirve de entender allí las faltas de las hermanas y
tomar un poco de alivio para llevar el rigor de la Regla. Él era tan bueno, que
al menos yo podía mucho más deprender de él que él de mí; mas esto no era lo
que yo hacía, sino el estilo del proceder las hermanas.
6. Fue Dios servido que estaba allí el provincial de
nuestra Orden, de quien yo había de tomar el beneplácito, llamado fray Alonso González.
Era viejo y harto buena cosa y sin malicia. Yo le dije tantas cosas y de la
cuenta que daría a Dios si tan buena obra estorbaba, cuando se la pedí, y Su
Majestad que le dispuso –como quería que se hiciese–, que se ablandó mucho.
Venida la señora doña María de Mendoza y el obispo de Ávila, su hermano, que es
quien siempre nos ha favorecido y amparado, lo acabaron con él y con el padre
fray Ángel de Salazar, que era el Provincial pasado, de quien yo temía toda la
dificultad. Mas ofreciose entonces cierta necesidad que tuvo menester el favor
de la señora doña María de Mendoza, y esto creo ayudó mucho, dejado que, aunque
no hubiera esta ocasión, se lo pusiera nuestro Señor en corazón, como al padre
General, que estaba bien fuera de ello.
7. ¡Oh, válgame Dios, qué de cosas he visto en estos
negocios, que parecían imposibles y cuán fácil ha sido a Su Majestad
allanarlas! ¡Y qué confusión mía es, viendo lo que he visto, no ser mejor de lo
que soy! Que ahora que lo voy escribiendo, me estoy espantando y deseando que
nuestro Señor dé a entender a todos cómo en estas fundaciones no es casi nada
lo que hemos hecho las criaturas. Todo lo ha ordenado el Señor por unos
principios tan bajos, que sólo Su Majestad lo podía levantar en lo que ahora
está. Sea por siempre bendito, amén.
[9]
A saber, los conventos de descalzos fundados hasta entonces eran: Duruelo
(trasladado a Mancera en junio de 1570), Pastrana, Alcalá de Henares, Altomira,
La Roda, San Juan del Puerto, Granada, La Peñuela y Los Remedios de Sevilla. En
total nueve, no diez como indica la Santa, a no ser que el presente capítulo
esté escrito después de 1575, año en que se fundó el convento de Almodóvar del
Campo, inaugurado en marzo de ese año.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 13
Duruelo a la vista
Es ya el año 1568. La Santa no ha renunciado a su
proyecto de fundar Descalzos. Al menos las dos casas permitidas el año anterior
por el P. General. A éste se lo había propuesto, primero, a través del Obispo
don Álvaro, con respuesta negativa. Luego insistió ella por carta y el P.
General accedió antes de salir de España: firmó su licencia en Barcelona.
La idea de la Madre Teresa era clara: "Cuán
necesario era, si se hacían monasterios de monjas, que hubiese frailes de la
misma Regla" (c. 2, 5). Así pensaba en el momento mismo en que decidía la
expansión de los Carmelos femeninos más allá de Ávila.
Ahora, el presente capítulo cuenta los preparativos de
la fundación. Va a ser en un pueblecito perdido de la provincia de Ávila, que
ella no acierta a mencionar por su nombre en todo el texto. Lo llamará con el
cariñoso diminutivo de "un lugarcillo" (n. 2), "aquel lugarcillo
y casa" (n. 4), "como el lugar es poco nombrado, no se hallaba mucha
noticia de él" (n. 3).
El relato sigue un trazado lineal:
– Antecedentes
de la fundación (n. 1);
– El local
ofrecido en Duruelo (nn. 2‑3);
– Los dos
frailes fundadores (n. 4);
– La
licencia de los superiores provinciales (nn. 5‑6);
– Todo
obra de Dios. ¡Amén! (n. 7).
Los preparativos habían sido mínimos, pero importantes:
Teresa había encontrado a dos carmelitas plenamente disponibles: Antonio
Heredia, de casi 60 años, y fray Juan, de unos 26. "Fraile y medio",
comentó a sus monjas humorizando. Y hace reiteradamente el más colmado elogio
de fray Juan (n. l).
Ella misma emprende una tortuosa cabalgata hasta Duruelo
y queda consternada, pero no defraudada. Ha aceptado la oferta del abulense don
Rafael y, pese a la oscuridad de la tarde (era a finales de junio), recorre las
estancias destartaladas y hace de tracista improvisada del posible convento.
"Yo consideré que en el portal se podía hacer Iglesia, y en el desván
coro, que venía bien, y dormir en la cámara (que era una cámara doblada)".
Había notado también la existencia de "una cocinilla": ¿haría a la
vez de comedor?
Era un proyecto de fantasía, como la fábula de la
lechera. De sus dos compañeros, Julián de Ávila calla, pero la Hermana Antonia
se lo canta claro: "Cierto, Ma dre, que no haya espíritu, por bueno que
sea, que lo pueda sufrir. Vos no tratéis esto" (n. 3).
Pero la Madre, apenas llegada a Medina, lo expone a los
dos pioneros de la empresa, y los dos consienten (n. 4). Y ahora viene lo más
importante: la Santa lleva consigo a fray Juan de la Cruz a lu fundación de
Valladolid. Ella misma le corta y cose el nuevo hábito de descalzo. Lo informa
"de toda nuestra manera de proceder", y lo entrena "en el estilo
de hermandad y recreación que tenemos juntas" (n. 5).
E inmediatamente lo envía a Ávila, a ultimar los
trámites y preparativos de Duruelo. Pone en su mano una carta de recomendación
para el "caballero santo", Francisco de Salcedo, en que hace el más
cálido elogio del futuro descalzo, tal como ella lo ve en ese momento. Le dice:
"Hable vuestra merced a este padre (a fray Juan) –suplícoselo– y
favorézcalo en este negocio, que aunque es chico, entiendo es grande en los
ojos de Dios..., porque es cuerdo y propio para nuestro modo, y así creo le ha
llamado nuestro Señor para esto. No hay fraile que no diga bien de él, porque
ha sido su vida de gran penitencia. Aunque ha poco tiempo, mas parece le tiene
el Señor de su mano... Ánimo lleva, mas como es solo, ha menester lo que
nuestro Señor le da, para que lo tome tan a pechos" (carta 13, 2: de septiembre
1568).
Y todavía insiste la Santa en la postdata: "Torno a
pedir en limosna a vuestra merced me hable a este padre, y aconseje lo que le
pareciere para su modo de vivir. Mucho me ha animado el espíritu que el Señor
le ha dado y la virtud entre tantas ocasiones, para pensar llevamos buen
principio. Tiene harta oración y buen entendimiento. Llévele el Señor
adelante".
Entre tanto, la Santa se las arregla para conseguir la
licencia de los dos Provinciales –el presente y el saliente– de los carmelitas
de Castilla, como había exigido el P. General.
Y la fundación queda en puertas. La narrará en el
capítulo siguiente. Pero antes se dirige al verdadero autor y protagonista de
la empresa. No es ella quien maneja los hilos. "Todo lo ha ordenado el
Señor por unos principios tan bajos, que solo Su Majestad lo podía levantar en
lo que ahora está. ¡Sea por siempre bendito, amén!" (n. 7).
Era la misma convicción que había expresado al comienzo
del capítulo: "Dios le dio lo principal, que eran los frailes..., y Él
ordenó todo lo demás".
NOTAS DEL COMENTARIO
1. Marco cronológico:
– La idea
de fundar Descalzos surge en Ávila, en la primavera de 1567;
– Rubeo
imparte la licencia en Barcelona el 10 de agosto de ese año;
– La Santa
funda el Carmelo de Medina, agosto de 1567. (Fundará en 1568 los Carmelos de
Malagón y Valladolid);
– Primera
propuesta a fray Juan de la Cruz, agosto de 1567, en Medina;
– Don
Rafael Mejía ofrece a la Santa su alquería de Duruelo, junio de 1568;
– Primera
visita de la Santa a la alquería de Duruelo, 30 de junio de 1568; – Información y aprendizaje de fray Juan en
Valladolid, agosto‑septiembre de 1568;
– Envío de
fray Juan a Ávila para ulteriores trámites, 30 de septiembre de 1568;
– La
inauguración del convento de Duruelo será el 28 de noviembre de 1568.
2. Personas mencionadas en el capítulo. En el breve
relato comparecen unas once personas. Son, en orden de mención:
– Los dos
candidatos de la fundación,"fray Antonio de Jesús, que era entonces prior
en Medina" en el convento de los carmelitas, y "fray Juan de la
Cruz";
– El abulense donante de la finca de
Duruelo, Don Rafael Mejía;
– Los dos
acompañantes de la Santa en el viaje a Medina: la carmelita de San José,
Antonia del Espíritu Santo, y el capellán del mismo Carmelo abulense, Julián de
Ávila;
– Los tres
prelados carmelitas que dan su consentimiento: el P. General Juan Bautista
Rubeo, que otorga la licencia, el provincial carmelita de Castilla, Alonso
Gutiérrez, y su predecesor en el cargo, Ángel de Salazar;
– El
Obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, que "siempre nos ha favorecido y
amparado", y su hermana doña María de Mendoza, que facilita el
consentimiento del P. Salazar;
– Y a lo
largo del episodio, la propia Madre Teresa, que lo inspira y promueve.
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
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