Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 14
Prosigue en la fundación de la primera casa de los
descalzos carmelitas. Dice algo de la vida que allí hacían, y del provecho que comenzó
a hacer nuestro Señor en aquellos lugares, a honra y gloria de Dios.
1. Como yo tuve estas dos voluntades (1)[1],
ya me parecía no me faltaba nada. Ordenamos que el padre fray Juan de la Cruz
fuese a la casa, y lo acomodase de manera que comoquiera pudiesen entrar en
ella (2)[2];
que toda mi prisa era hasta que comenzasen, porque tenía gran temor no nos
viniese algún estorbo; y así se hizo. El padre fray Antonio ya tenía algo
allegado de lo que era menester; ayudábamosle lo que podíamos, aunque era poco.
Vino allí a Valladolid a hablarme con gran contento y díjome lo que tenía
allegado, que era harto poco; sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco,
que me cayó en harta gracia. Díjome que para tener las horas concertadas, que
no quería ir desapercibido; creo aún no tenía en qué dormir.
2. Tardose poco en aderezar la casa, porque no había
dinero, aunque quisieran hacer mucho. Acabado, el padre fray Antonio renunció
su priorazgo con harta voluntad y prometió la primera Regla; que aunque le
decían lo probase primero, no quiso. Íbase a su casita con el mayor contento
del mundo. Ya fray Juan estaba allá.
3. Dicho me ha el padre fray Antonio que cuando
llegó a vista del lugarcillo, le dio un gozo interior muy grande y le pareció
que había ya acabado con el mundo en dejarlo todo y meterse en aquella soledad;
adonde al uno y al otro no se les hizo la casa mala, sino que les parecía
estaban en grandes deleites (3)[3].
4. ¡Oh, válgame Dios! ¡Qué poco hacen estos
edificios y regalos exteriores para lo interior! Por su amor os pido, hermanas
y padres míos, que nunca dejéis de ir muy moderados en esto de casas grandes y
suntuosas. Tengamos delante nuestros fundadores verdaderos, que son aquellos
santos padres de donde descendimos, que sabemos que por aquel camino de pobreza
y humildad gozan de Dios.
5. Verdaderamente he visto haber más espíritu y aun
alegría interior cuando parece que no tienen los cuerpos cómo estar acomodados,
que después que ya tienen mucha casa y lo están. Por grande que sea, ¿qué
provecho nos trae, pues sólo de una celda es lo que gozamos continuo? Que ésta
sea muy grande y bien labrada, ¿qué nos va? Sí, que no hemos de andar mirando
las paredes. Considerado que no es la casa que nos ha de durar para siempre,
sino tan breve tiempo como es el de la vida por larga que sea, se nos hará todo
suave viendo que mientras menos tuviéremos acá, más gozaremos en aquella
eternidad, adonde son las moradas conforme al amor con que hemos imitado la
vida de nuestro buen Jesús. Si decimos que son estos principios para renovar la
Regla de la Virgen su Madre, y Señora y Patrona nuestra, no la hagamos tanto
agravio, ni a nuestros santos padres pasados, que dejemos de conformarnos con
ellos. Ya que por nuestra flaqueza en todo no podamos, en las cosas que no hace
ni deshace para sustentar la vida habíamos de andar con gran aviso; pues todo
es un poquito de trabajo sabroso, como le tenían estos dos padres; y en
determinándonos de pasarlo, es acabada la dificultad, que toda es la pena un
poquito al principio.
6. Primero o segundo domingo de adviento de este año
de 1568 (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa
en aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor (4)[4].
La cuaresma adelante, viniendo a la fundación de Toledo, me vine por allí.
Llegué una mañana. Estaba el padre fray Antonio de Jesús barriendo la puerta de
la iglesia, con un rostro de alegría que tiene él siempre. Yo le dije: «¿qué es
esto, mi padre?, ¿qué se ha hecho la honra?». Díjome estas palabras, diciéndome
el gran contento que tenía: «Yo maldigo el tiempo que la tuve».
Como entré en la iglesia, quedeme espantada de ver
el espíritu que el Señor había puesto allí. Y no era yo sola, que dos
mercaderes que habían venido de Medina hasta allí conmigo, que eran mis amigos,
no hacían otra cosa sino llorar. ¡Tenía tantas cruces, tantas calaveras! Nunca
se me olvida una cruz pequeña de palo que tenía para el agua bendita, que tenía
en ella pegada una imagen de papel con un Cristo que parecía ponía más devoción
que si fuera de cosa muy bien labrada.
7. El coro era el desván, que por mitad estaba alto,
que podían decir las horas; mas habíanse de abajar mucho para entrar y para oír
misa. Tenían a los dos rincones, hacia la iglesia, dos ermitillas, adonde no
podían estar sino echados o sentados, llenas de heno (porque el lugar era muy
frío y el tejado casi les daba sobre las cabezas), con dos ventanillas hacia el
altar y dos piedras por cabeceras, y allí sus cruces y calaveras. Supe que
después que acababan maitines hasta prima no se tornaban a ir, sino allí se
quedaban en oración, que la tenían tan grande, que les acaecía ir con harta
nieve las hábitos cuando iban a prima y no lo haber sentido. Decían sus horas
con otro padre de los del paño, que se fue con ellos a estar, aunque no mudó
hábito, porque era muy enfermo, y otro fraile mancebo, que no era ordenado, que
también estaba allí (5)[5].
8. Iban a predicar a muchos lugares que están por
allí comarcanos sin ninguna doctrina, que por esto también me holgué se hiciese
allí la casa; que me dijeron, que ni había cerca monasterio ni de dónde la
tener, que era gran lástima. En tan poco tiempo era tanto el crédito que
tenían, que a mí me hizo grandísimo consuelo cuando lo supe. Iban –como digo– a
predicar legua y media, dos leguas, descalzos (que entonces no traían
alpargatas, que después se las mandaron poner), y con harta nieve y frío; y
después que habían predicado y confesado, se tornaban bien tarde a comer a su
casa. Con el contento, todo se les hacía poco.
9. De esto de comer tenían muy bastante, porque de
los lugares comarcanos los proveían más de lo que habían menester; y venían
allí a confesar algunos caballeros que estaban en aquellos lugares, adonde los
ofrecían ya mejores casas y sitios. Entre éstos fue uno don Luis, señor de las
cinco villas (6)[6].
Este caballero había hecho una iglesia para una imagen de nuestra Señora,
cierto bien digna de poner en veneración. Su padre la envió desde Flandes a su
abuela o madre (que no me acuerdo cuál), con un mercader. Él se aficionó tanto
a ella, que la tuvo muchos años, y después, a la hora de la muerte, mandó se la
llevasen. Es un retablo grande, que yo no he visto en mi vida (y otras muchas
personas dicen lo mismo) cosa mejor. El padre fray Antonio de Jesús, como fue a
aquel lugar a petición de este caballero y vio la imagen; aficionóse tanto a
ella, y con mucha razón, que aceptó de pasar allí el monasterio (7)[7].
Llámase este lugar Mancera. Aunque no tenía ningún agua de pozo, ni de ninguna
manera parecía la podían tener allí, labroles este caballero un monasterio
conforme a su profesión, pequeño, y dio ornamentos. Hízolo muy bien.
10. No quiero dejar de decir cómo el Señor les dio
agua, que se tuvo por cosa de milagro. Estando un día después de cenar el padre
fray Antonio, que era prior, en la claustra con sus frailes hablando en la
necesidad de agua que tenían, levantose el prior y tomó un bordón que traía en
las manos e hizo en una parte de él la señal de la cruz, a lo que me parece,
aunque no me acuerdo bien si hizo cruz; mas, en fin, señaló con el palo y dijo:
«Ahora, cavad aquí». A muy poco que cavaron, salió tanta agua, que aun para
limpiarle es dificultoso de agotar; y agua de beber muy buena, que toda la obra
han gastado de allí, y nunca –como digo– se agota. Después que cercaron una
huerta, han procurado tener agua en ella y hecho noria y gastado harto. Hasta
ahora, cosa que sea nada, no la han podido hallar.
11. Pues como yo vi aquella casita, que poco antes
no se podía estar en ella, con un espíritu, que a cada parte –me parece– que
miraba, hallaba con qué me edificar, y entendí de la manera que vivían y con la
mortificación y oración y el buen ejemplo que daban, porque allí me vino a ver
un caballero y su mujer que yo conocía, que estaba en un lugar cerca, y no me
acababan de decir de su santidad y el gran bien que hacían en aquellos pueblos,
no me hartaba de dar gracias a nuestro Señor, con un gozo interior grandísimo,
por parecerme que veía comenzado un principio para gran aprovechamiento de
nuestra Orden y servicio de nuestro Señor. Plega a Su Majestad que lleve
adelante, como ahora van, que mi pensamiento será bien verdadero.
Los mercaderes que habían ido conmigo me decían que
por todo el mundo no quisieran haber dejado de venir allí. ¡Qué cosa es la
virtud, que más les agradó aquella pobreza que todas las riquezas que ellos
tenían, y les hartó y consoló su alma!
12. Después que tratamos aquellos padres y yo
algunas cosas, en especial –como soy flaca y ruin– les rogué mucho no fuesen en
las cosas de penitencia con tanto rigor, que le llevaban muy grande; y como me
había costado tanto de deseo y oración que me diese el Señor quien lo comenzase
y veía tan buen principio, temía no buscase el demonio cómo los acabar antes
que se efectuase lo que yo esperaba. Como imperfecta y de poca fe, no miraba
que era obra de Dios y Su Majestad la había de llevar adelante. Ellos, como
tenían estas cosas que a mí me faltaban, hicieron poco caso de mis palabras
para dejar sus obras; y así me fui con harto grandísimo consuelo, aunque no
daba a Dios las alabanzas que merecía tan gran merced.
Plega a Su Majestad, por su bondad, sea yo digna de
servir en algo lo muy mucho que le debo, amén; que bien entendía era ésta muy
mayor merced que la que me hacía en fundar casas de monjas.
Notas del Capítulo 14
[4] Fue
probablemente el primer domingo de adviento (29/11/1568). – En la frase
siguiente, datando la propia visita a los descalzos de Duruelo, comenzó la
Santa a escribir la primera semana, palabras que luego tachó. Sin embargo, la
visita acaeció hacia la primera semana de cuaresma del 1569: el 22 de febrero
salió de Valladolid para Toledo, pasando por Medina, Duruelo y Ávila. El 23 del
mismo mes fue aquel año miércoles de ceniza: por tanto, los fundadores de
Duruelo fueron sorprendidos en pleno fervor de su primera cuaresma reformada...
COMENTARIO AL CAPÍTULO 14
Fundación de descalzos en Duruelo
Es uno de los capítulos más apasionados y emocionantes
del libro. La Santa lo escribe embelesada por el recuerdo de los dos pioneros
de Duruelo. Inicia el relato recordándolos: "Como yo tuve estas dos
voluntades, ya me parecía no me faltaba nada". Está "espantada del
espíritu que el Señor ha puesto en la casita" (nn. 2 y 11), en "aquel
portalito de Belén, que no me parece era mejor" (n. 6), conmovida como los
mercaderes, que lloran de emoción (ib), convencida de que "era esta (fundación)
muy mayor merced que la que me hacía (el Señor) en fundar casas de monjas"
(n. 12).
Lo expone en una serie de estampas transidas de emoción:
– Los dos
fundadores: fray Juan de la Cruz y fray Antonio (n. 1);
– "La
casita" y el tenor de vida en ella (nn. 2‑5);
– Inauguración,
visita de la Santa, vida litúrgica en la casa (nn. 6‑7);
– Predicación,
buen ejemplo, fama en la comarca (nn. 9‑12);
– Presagio
del traslado a Mancera (n. 10).
El capítulo es como una partitura en dos actos. Primero,
el estreno de Duruelo, o como ella dice, "los principios" de algo
importante que presiente va a suceder en el grupo. Y en un segundo momento, la
visita de la Santa y su visto bueno al escenario conventual.
Estrena la casita fray Juan, encargado de convertir la
alquería en convento. Probablemente a él se debe la limpieza del portal, ahora
convertido en iglesia, el arreglo del desván para coro, el decorado de la casa
con estampas y cruces y... calaveras. Para fray Antonio queda el barrido de la antepuerta
de la iglesia y el aporte de relojes para tener las horas
"concertadas". Los acompañarán luego otros dos carmelitas, necesarios
para hacer comunidad.
Pero lo más importante son las dos o tres pinceladas que
dan colorido al cuadro: ante todo, la alegría, el contento incontenible
("un gozo interior muy grande", el reiterado "gran
contento"); la pobreza absoluta, como si "aquellos principios"
surgieran de la nada; y una nota inaferrable: el "espíritu" que se respira
en aquel ambiente.
La casita había sido inaugurada en un domingo de
adviento, no sin cierto simbolismo esperanzador. En cambio, la visita de la
Santa y sus amigos mercaderes sobreviene "la cuaresma adelante", en
tiempo penitencial.
El primer impacto es de sorpresa al topar al nuevo prior
barriendo. Y luego de espanto: "Como entré en la iglesita, quedeme
espantada de ver el espíritu que el Señor había puesto allí" (n. 6). En el
léxico de la Santa, el vocablo "espantar/espantarse" sirve para
expresar la estupefacción, el colmo del asombro. ¿Quería eso decir que fray
Juan de la Cruz y fray Antonio habían desbordado el límite de sus expectativas?
"Nunca se me olvida una cruz pequeña de palo que tenían para el agua
bendita, que tenía en ella pegada una imagen de papel con un Cristo que parecía
ponía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada" (n. 6). La cruz
de palo y la imagen de papel eran, de seguro, obra de fray Juan de la Cruz.
Los detalles que más destaca la Santa en "aquellos
principios" son a vuelapluma, la evocación del portalito de Belén y de
"nuestros santos padres pasados", así como de "la Regla de la
Virgen su Madre, Señora y Patrona nuestra"; la pobreza de la casa y la
inagotable alegría de sus moradores; el espíritu de oración y la celebración de
la liturgia; la extrema mortificación –"tanto rigor", que llega a
provocar el temor de la Santa–; la irradiación pastoral y el buen ejemplo en el
entorno...
Y todavía tres detalles finales, netamente teresianos:
la fundación –dice– "me había costado tanto de deseo y oración (para) que
me diese el Señor quien lo comenzase". Todo "era obra de Dios y Su
Majestad la había de llevar adelante". Y de nuevo, la alabanza al Señor
por "lo muy mucho que le debo, amén" (n. 12)
NOTAS del Comentario:
1. Marco cronológico:
– Fray
Juan de la Cruz "ya estaba allí" (en Duruelo) en octubre‑noviembre de
1568. El P. Antonio llega más tarde, en fecha incierta.
– La
inauguración del convento se hace el 28 de noviembre.
– La
visita de la Santa sucede a principios de la cuaresma de 1569 (finales de
febrero).
– El traslado
de la fundación a Mancera: el 11 de junio de 1570; Duruelo había sobrevivido
año y medio.
2. Personas citadas en el capítulo:
– Ante
todo los cuatro moradores de Duruelo: PP. Antonio y fray Juan de la Cruz; otro
P. carmelita enfermo, por nombre Lucas de Celis, "que no mudó
hábito", y un cuarto carmelita, joven diácono, por nombre José de Cristo.
– Don Luis
de Toledo, "señor de las Cinco Villas", dueño del fastuoso retablo de
la iglesia de Mancera, y gran bienhechor de los Descalzos.
– Dos
mercaderes anónimos de Medina, amigos de la Santa.
– La Madre
Teresa, que viaja de Medina a Ávila, camino de Toledo, y va acompañada de otra
carmelita.
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