Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 24
Prosigue en la fundación de San José del Carmen en
la ciudad de Sevilla.
1. Cuando he dicho (1)[1]
que el padre maestro fray Jerónimo Gracián me fue a ver a Beas, jamás nos
habíamos visto, aunque yo lo deseaba harto; escrito, sí algunas veces. Holgueme
en extremo cuando supe que estaba allí, porque lo deseaba mucho por las buenas
nuevas que de él me habían dado; mas muy mucho más me alegré cuando le comencé
a tratar, porque, según me contentó, no me parecía le habían conocido los que
me le habían loado.
2. Y como yo estaba con tanta fatiga, en viéndole,
parece que me representó el Señor el bien que por él nos había de venir; y así
andaba aquellos días con tan excesivo consuelo y contento, que es verdad que yo
misma me espantaba de mí. Entonces aún no tenía comisión más de para la
Andalucía (2)[2],
que estando en Beas le envió a mandar el Nuncio que le viese, y entonces se la
dio para Descalzos y Descalzas de la Provincia de Castilla. Era tanto el gozo
que tenía mi espíritu, que no me hartaba de dar gracias a nuestro Señor
aquellos días, ni quisiera hacer otra cosa.
3. En este tiempo trajeron la licencia para fundar
en Caravaca, diferente de lo que era menester para mi propósito; y así fue
menester que tornasen a enviar a la Corte, porque yo escribí a las fundadoras
que en ninguna manera se fundaría si no se pedía cierta particularidad que
faltaba, y así fue menester tornar a la Corte (3)[3].
A mí se me hacía mucho esperar allí tanto y queríame tornar a Castilla (4)[4];
mas como estaba allí el padre fray Jerónimo, a quien estaba ya sujeto aquel
monasterio, por ser comisario de toda la Provincia de Castilla, no podía hacer
nada sin su voluntad, y así lo comuniqué con él.
4. Pareciole que ida una vez, se quedaba la
fundación de Caravaca, y también que sería gran servicio de Dios fundar en
Sevilla, que le pareció muy fácil, porque se lo habían pedido algunas personas
que podían y tenían muy bien para dar luego casa; y el Arzobispo de Sevilla (5)[5]
favorecía tanto a la Orden, que tuvo creído se le haría gran servicio; y así se
concertó que la priora y monjas que llevaba para Caravaca, fuese para Sevilla.
Yo, aunque siempre había rehusado mucho hacer monasterio de estos en Andalucía
por algunas causas (que cuando fui a Beas, si entendiera que era provincia de
Andalucía, en ninguna manera fuera, y fue el engaño que la tierra aún no es del
Andalucía, de creo cuatro o cinco leguas adelante comienza, mas la provincia
sí) (6)[6],
como vi ser aquélla la determinación del prelado, luego me rendí (que esta
merced me hace nuestro Señor, de parecerme que en todo aciertan), aunque yo
estaba determinada a otra fundación, y aun tenía algunas causas que tenía, bien
graves, para no ir a Sevilla.
5. Luego se comenzó a aparejar para el camino,
porque la calor entraba mucha, y el padre comisario apostólico, Gracián, se fue
al llamado del Nuncio (7)[7],
y nosotras a Sevilla con mis buenos compañeros, el Padre Julián de Ávila y
Antonio Gaytán y un fraile Descalzo (8)[8].
Íbamos en carros muy cubiertas, que siempre era esta nuestra manera de caminar;
y, entradas en la posada, tomábamos un aposento, bueno o malo, como le había, y
a la puerta tomaba una hermana lo que habíamos menester, que aun los que iban
con nosotras no entraban allá.
6. Por prisa que nos dimos, llegamos a Sevilla el
jueves antes de la Santísima Trinidad (9)[9],
habiendo pasado grandísimo calor en el camino; porque, aunque no se caminaba
las siestas, yo os digo, hermanas, que como había dado todo el sol a los
carros, que era entrar en ellos como en un purgatorio. Unas veces con pensar en
el infierno, otras pareciendo se hacía algo y padecía por Dios, iban aquellas
hermanas con gran contento y alegría. Porque seis que iban conmigo eran tales
almas, que me parece me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos, y que
tuvieran fortaleza o, por mejor decir, se la diera nuestro Señor para padecer
por Él, porque estos eran sus deseos y pláticas, muy ejercitadas en oración y
mortificación, que como habían de quedar tan lejos, procuré que fuesen de las
que me parecían más a propósito (10)[10].
Y todo fue menester, según se pasó de trabajos; que algunos, y los mayores, no
los diré, porque podrían tocar en alguna persona.
7. Un día antes de Pascua de Espíritu Santo (11)[11]
les dio Dios un trabajo harto grande, que fue darme a mí una muy recia
calentura. Yo creo que sus clamores a Dios fueron bastantes para que no fuese
adelante el mal; que jamás de tal manera en mi vida me ha dado calentura que no
pase muy más adelante. Fue de tal suerte, que parecía tenía modorra, según iba
enajenada. Ellas a echarme agua en el rostro, tan caliente del sol, que daba
poco refrigerio.
8. No os dejaré de decir la mala posada que hubo
para esta necesidad: fue darnos una camarilla a teja vana; ella no tenía
ventana, y si se abría la puerta, toda se henchía de sol. Habéis de mirar que
no es como el de Castilla por allá, sino muy más importuno. Hiciéronme echar en
una cama, que yo tuviera por mejor echarme en el suelo; porque era de unas
partes tan alta y de otras tan baja, que no sabía cómo poder estar, porque
parecía de piedras agudas. ¡Qué cosa es la enfermedad!, que con salud todo es
fácil de sufrir. En fin, tuve por mejor levantarme, y que nos fuésemos, que
mejor me parecía sufrir el sol del campo, que no de aquella camarilla.
9. ¡Qué será de los pobres que están en el infierno,
que no se han de mudar para siempre!, que aunque sea de trabajo a trabajo,
parece es algún alivio. A mí me ha acaecido tener un dolor en una parte muy
recio, y aunque me diese en otra otro tan penoso, me parece era alivio mudarse;
así fue aquí. A mí ninguna pena, que me acuerde, me daba verme mala; las
hermanas lo padecían harto más que yo. Fue el Señor servido que no duró más de
aquel día lo muy recio.
10. Poco antes, no sé si dos días, nos acaeció otra
cosa que nos puso en un poco de aprieto, pasando por un barco a Guadalquivir
(12)[12]:
que al tiempo del pasar los carros no era posible por donde estaba la maroma,
sino que habían de torcer el río, aunque algo ayudaba la maroma, torciéndola
también; mas acertó a que la dejasen los que la tenían, o no sé cómo fue, que
la barca iba sin maroma ni remos con el carro. El barquero me hacía mucha más
lástima verle tan fatigado, que no el peligro. Nosotras a rezar. Todos voces
grandes.
11. Estaba un caballero mirándonos en un castillo
que estaba cerca, y movido de lástima envió quien ayudase, que aun entonces no
estaba sin maroma y tenían de ella nuestros hermanos (13)[13],
poniendo todas sus fuerzas; mas la fuerza del agua los llevaba a todos de
manera que daba con alguno en el suelo. Por cierto que me puso gran devoción un
hijo del barquero, que nunca se me olvida: paréceme debía haber como diez u
once años, que lo que aquél trabajaba de ver a su padre con pena, me hacía
alabar a nuestro Señor. Mas como Su Majestad da siempre los trabajos con
piedad, así fue aquí; que acertó a detenerse la barca en un arenal, y estaba
hacia una parte el agua poca, y así pudo haber remedio. Tuviéramosle malo de
saber salir al camino, por ser ya noche, si no nos guiara quien vino del
castillo.
No pensé tratar de estas cosas, que son de poca
importancia, que hubiera dicho hartas de malos sucesos de caminos. He sido
importunada para alargarme más en éste.
12. Harto mayor trabajo fue para mí que los dichos
lo que nos acaeció el postrer día de Pascua de Espíritu Santo (14)[14].
Dímonos mucha prisa por llegar de mañana a Córdoba para oír misa sin que nos
viese nadie. Guiábannos a una iglesia que está pasada la puente, por más
soledad. Ya que íbamos a pasar, no había licencia para pasar por allí
carros,que la ha de dar el corregidor. De aquí a que se trajo, pasaron más de
dos horas, por no estar levantados, y mucha gente que se llegaba a procurar
saber quién iba ahí. De esto no se nos daba mucho, porque no podían, que iban
muy cubiertos (15)[15].
Cuando ya vino la licencia, no cabían los carros por la puerta de la puente;
fue menester aserrarlos, o no sé qué, en que se pasó otro rato. En fin, cuando
llegamos a la iglesia, que había de decir misa el padre Julián de Ávila, estaba
llena de gente; porque era la vocación del Espíritu Santo, lo que no habíamos
sabido, y había gran fiesta y sermón.
13. Cuando yo esto vi, diome mucha pena, y, a mi
parecer, era mejor irnos sin oír misa que entrar entre tanta baraúnda. Al padre
Julián de Ávila no le pareció; y como era teólogo, hubímonos todas de llegar a
su parecer; que los demás compañeros quizá siguieran el mío, y fuera más mal
acertado, aunque no sé si yo me fiara de solo mi parecer. Apeámonos cerca de la
iglesia, que aunque no nos podía ver nadie los rostros, porque siempre
llevábamos delante de ellos velos grandes, bastaba vernos con ellos y capas
blancas de sayal, como traemos, y alpargatas, para alterar a todos, y así lo
fue. Aquel sobresalto me debía quitar la calentura del todo; que cierto, lo fue
grande para mí y para todos (16)[16].
14. Al principio de entrar por la iglesia, se llegó
a mí un hombre de bien a apartar la gente. Yo le rogué mucho nos llevase a
alguna capilla. Hízolo así, y cerrola, y no nos dejó hasta tornarnos a sacar de
la iglesia. Después de pocos días vino a Sevilla y dijo a un padre de nuestra
Orden, que por aquella buena obra que había hecho pensaba que había Dios
héchole merced que le habían proveído de una gran hacienda, o dado, de que él
estaba descuidado.
Yo os digo, hijas, que aunque esto no os parecerá
quizá nada, que fue para mí uno de los malos ratos que he pasado, porque el
alboroto de la gente era como si entraran toros. Así no vi la hora que salir de
allí de aquel lugar; aunque no le había para pasar la siesta cerca, tuvímosla
debajo de una puente.
15. Llegadas a Sevilla a una casa que nos tenía
alquilada el padre fray Mariano (17)[17],
que estaba avisado de ello, yo pensé que estaba todo hecho; porque –como digo– era
mucho lo que favorecía el Arzobispo a los Descalzos y habíame escrito algunas
veces a mí mostrándome mucho amor. No bastó para dejarme de dar harto trabajo,
porque lo quería Dios así. Él es muy enemigo de monasterios de monjas con
pobreza, y tiene razón. Fue el daño, o por mejor decir, el provecho, para que
se hiciese aquella obra; porque si antes que yo estuviera en el camino se lo
dijeran, tengo por cierto no viniera en ello. Mas teniendo por certísimo el
padre comisario y el padre Mariano (que también fue mi ida de grandísimo
contento para él) que le hacían grandísimo servicio en mi ida, no se lo dijeron
antes; y, como digo, pudiera ser mucho yerro, pensando que acertaban. Porque en
los demás monasterios, lo primero que yo procuraba era la licencia del
Ordinario como manda el santo Concilio (18)[18];
acá no sólo la teníamos por dada, sino, como digo, por que se le hacía gran
servicio, como a la verdad lo era, y así lo entendió después; sino que ninguna
fundación ha querido el Señor que se haga sin mucho trabajo mío: unos de una
manera, otros de otra (19)[19].
16. Pues llegadas a la casa, que, como digo, nos
tenían de alquiler, yo pensé luego tomar la posesión, como lo solía hacer, para
que dijésemos oficio divino; y comenzome a poner dilaciones el padre Mariano,
que era el que estaba allí, que, por no me dar pena, no me lo quería decir del
todo. Mas no siendo razones bastantes, yo entendí en qué estaba la dificultad,
que era en no dar licencia; y así me dijo que tuviese por bien que fuese el monasterio
de renta, u otra cosa así, que no me acuerdo. En fin, me dijo que no gustaba de
hacer monasterios de monjas por su licencia, ni desde que era Arzobispo jamás
la había dado para ninguno, que lo había sido hartos años allí y en Córdoba, y
es harto siervo de Dios; en especial de pobreza, que no la daría.
17. Esto era decir que no se hiciese el monasterio:
lo uno, ser en la ciudad de Sevilla a mí se me hiciera muy de mal (20)[20],
aunque lo pudiera hacer; porque en las partes que he fundado con renta es en
lugares pequeños, que, o no se ha de hacer, o ha de ser así, porque no hay cómo
se pueda sustentar. Lo otro, porque sola una blanca nos había sobrado del gasto
del camino, sin traer cosa ninguna con nosotras, sino lo que traíamos vestido y
alguna túnica y toca, y lo que venía para venir cubiertos y bien en los carros;
que, para haberse de tornar los que venían con nosotras se hubo de buscar
prestado: un amigo que tenía allí Antonio Gaytán le prestó de ello, y para
acomodar la casa el Padre Mariano lo buscó; ni casa propia había. Así que era
cosa imposible.
18. Con mucha importunidad debía ser del padre
dicho, nos dejó decir misa para el día de la Santísima Trinidad (21)[21],
que fue la primera, y envió a decir que ni se tañese campana, ni se pusiese,
decía, sino que estaba ya puesta. Y así estuve más de quince días, que yo sé de
mi determinación que si no fuera por el padre comisario y el padre Mariano, que
yo me tornara con mis monjas, con harta poca pesadumbre, a Beas, para la
fundación de Caravaca. Harta más tuve aquellos días, que, como tengo mala
memoria, no me acuerdo, mas creo fue más de un mes; porque ya sufríase peor la
ida que luego luego, por publicarse ya el monasterio. Nunca me dejó el padre
Mariano escribirle, sino poco a poco le iba ablandando y con cartas de Madrid
del padre comisario.
19. A mí una cosa me sosegaba para no tener mucho
escrúpulo, y era haberse dicho misa con su licencia, y siempre decíamos en el
coro el oficio divino. No dejaba de enviarme a visitar y a decir me vería
presto, y un criado suyo envió a que dijese la primera misa; por donde veía yo
claro que no parecía servía de más aquello que de tenerme con pena. Aunque la
causa de tenerla yo no era por mí ni por mis monjas, sino por la que tenía el
padre comisario; que, como él me había mandado ir, estaba con mucha pena y
diérasela grandísima si hubiera algún desmán, y tenía hartas causas para ello.
20. En este tiempo vinieron también los padres
Calzados a saber por dónde se había fundado. Yo les mostré las patentes que
tenía de nuestro reverendísimo padre General (22)[22].
Ya con esto sosegaron, que si supieran lo que hacía el Arzobispo, no creo
bastara; mas esto no se entendía, sino todos creían que era muy a su gusto y
contento. Ya fue Dios servido que nos fue a ver. Yo le dije el agravio que nos
hacía. En fin, me dijo que fuese lo que quisiese y como lo quisiese. Y desde
ahí adelante, siempre nos hacía merced en todo lo que se nos ofrecía, y favor.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 24
Fundación del Carmelo de Sevilla
El capítulo cuenta la azarosa fundación del Carmelo de
Sevilla: un relato en tres tiempos:
– Decisión
de fundar en Sevilla, renunciando de momento a fundar en Caravaca;
– Aventuras
del viaje de Beas a Sevilla;
– Y, por
fin, la contrastada y provisional inauguración del Carmelo hispalense.
Sevilla es quizás la única fundación que emprende la
Santa contra su voluntad: "Yo siempre había rehusado mucho hacer
monasterio de éstos en Andalucía" (n. 4). Cuenta ella, no sin cierto
eufemismo, cómo se avino plácidamente a la decisión de Gracián. Pero, en
realidad, fue éste quien impuso su opción juvenil al criterio personal de la
Santa. Ahí en Beas, seguía en espera el grupito de monjas destinadas a la
fundación de Caravaca. Pues bien, cambian de rumbo y, sin demora posible, se
ponen camino de Sevilla, mientras el propio Gracián adopta rumbo opuesto, camino
de Madrid, para acudir "a la llamada del Nuncio".
El relato tiene desarrollo sencillo:
– Núms. 1‑4:
la decisión de fundar no en Caravaca, sino en Sevilla;
– Núms. 5‑6:
la comitiva de fundadoras: seis monjas y la M. Teresa;
– Núms. 7‑13:
peripecias del viaje, en pleno calor andaluz: mes de mayo;
– Núms. 13‑19:
llegada a Sevilla, trámites y fundación.
Aunque silenciado, en el trasfondo del relato late un
hecho contrastante: a la Madre Teresa el Superior General de la Orden, J. B.
Rubeo, la ha autorizado para fundar Carmelos en Castilla, no en Andalucía.
Ahora, en cambio, el P. Gracián, con autoridad de Comisario Apostólico para
Andalucía, le impone la decisión contraria. Y la Madre Teresa, en sumiso gesto
de obediencia al segundo, se pone en camino, si bien la voz interior –su Señor–
le anticipa que "os costará grandísimos trabajos".
El contrapunto jurisdiccional "Rubeo / Gracián"
se agrava en ese momento por la celebración del Capítulo General de la Orden en
Piacenza (mayo‑junio de 1575), en que se adoptan duras medidas contra los
Descalzos. A la misma Madre Teresa le llegará ahí en Sevilla la falsa noticia
de que, según dicho capítulo general, "vine apóstata y estaba descomulgada"
(carta 102, 15): se lo escribe ella misma al P. General, Rubeo.
Para el viaje y la fundación elige a seis carmelitas de
Beas, entre lo mejor de sus monjas, "porque seis que iban conmigo eran
tales almas, que me parece me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos, y
que tuvieran fortaleza, o por mejor decir, se la diera el Señor, para padecer
por Él" (n. 6).
Cuenta una de ellas –María de San José en su Libro de
recreaciones–, que en el carromato "todo se pasaba riendo y componiendo
romances de todos los sucesos que acontecían, de que nuestra Santa gustaba
extrañamente".
Y recuerda la pausa tras la primera jornada de camino:
"Aquel primer día llegamos a la siesta en una hermosa floresta, de donde
apenas podíamos sacar a nuestra santa Madre. Porque con la diversidad de flores
y canto de mil pajaritos, toda se deshacía en alabanzas de Dios" (ib, recreación
9a).
Siguen, en el relato de la Santa, las inverosímiles
peripecias del camino, casi como una novela picaresca: el "grandísimo
calor", la agobiante calentura de la Santa y su pobre refugio en una
especie de pocilga –"una camarilla a teja vana, sin ventana, y si se abría
la puerta, toda se henchía de sol"–, el casi naufragio en el paso del
Guadalquivir, la angustiosa entrada en la ciudad de Córdoba en la fiesta de
Pentecostés, las acampadas nocturnas a campo abierto o bajo las arcadas de un
puente, el sosiego en la solitaria ermita de Santa Ana en Écija, o la trifulca
de espadachines en la venta de Andino (o Albino), cerca ya de Sevilla...: en
total, ocho días de viaje bajo el toldo de los carromatos, en compañía de los
dos asiduos compañeros, Julián de Ávila y Antonio Gaytán, más el novicio
carmelita Gregorio Nacianceno y el grupo de carreteros y mozos de mulas.
Habían salido de Beas el 18 de mayo y cuando llegaron a
Sevilla el 26 del mismo mes, "sola una blanca nos había sobrado del gasto
del camino" (n. 17), refiere ella.
Ahora en Sevilla sobrevienen dificultades absolutamente
imprevistas por el grupo de fundadoras. Resulta que ni Gracián ni su compañero
Ambrosio Mariano habían solicitado la licencia del prelado hispalense, don
Cristóbal de Rojas, que se opone resueltamente a la fundación. Permite a la
Santa y a su grupo celebrar misa en la improvisada casa que les han alquilado, pero
sin toque de campanas ni exhibición alguna de su presencia religiosa, con
sorpresa absoluta de la Santa, que está dispuesta a emprender el camino de
regreso a Beas para iniciar la fundación de Caravaca: "Yo sé de mi
determinación, que si no fuera por el padre Comisario y el padre Mariano, que
yo me tornara con mis monjas, con harta poca pesadumbre, a Beas, para la
fundación de Caravaca" (n.18).
"Fue más de un mes" la resistencia del Obispo,
anota la Santa. "Nunca me dejó el padre Mariano escribirle, sino que poco
a poco se fue ablandando" (n. 18). Ese mes coincidió con lo más duro del
verano andaluz: junio/julio de 1575.
Y el relato queda en suspenso. Tendrá su desenlace en el
capítulo siguiente.
Notas del Comentario
1. El episodio de Beas, relatado por Gracián:
"Quiero contar otra prueba de espíritu que aquí me
acaeció con la Madre Teresa. Yo deseaba que se hiciera monasterio de monjas en
Sevilla; ella deseábala en Madrid. Porque en ambas partes había comodidad, díjele
lo tratase con nuestro Señor con muchas veras para que nos diese luz. Y al cabo
de dos o tres días que había hecho oración sobre este caso, díjome que ya tenía
respuesta clara de la manera que solía: que fuese a fundar el monasterio de
Madrid. Yo le dije, con todo eso, fuese a fundar a Sevilla; y así, sin réplica
ninguna, se aderezaron carros para caminar allá. Preguntele, a cabo de pocos
días, si ella sabía que aquel su espíritu era verdadero –como se lo habían
certificado los más graves y santos hombres de España– y ella deseaba hacer la
voluntad de Dios, por qué no había replicado. Respondiome sonriéndose: ¿Él no sabe que todas las revelaciones que
tengo no me hacen a mí certidumbre de fe que lo manda Dios? ¿Para qué había de
replicar? Díjele que lo tornase a tratar con el Señor y veamos qué le
decía. Respondiome que le había dicho: Bien
hiciste en obedecer. Mejor guiaré yo por ahí los negocios de nuestra Orden, mas
costaraos grandísimos trabajos" (Escolias a la vida de Santa Teresa
compuesta por el P. Ribera. Roma 1582, p. 394. – Gracián lo refiere de nuevo en
la Historia de las Fundaciones, MHCT III, p. 374).
2. El episodio de la Venta de Andino, relatado por
Julián de Ávila:
"Llegamos a una venta adonde estaban unos hombres, los
más perversos que yo he visto en mi vida. E iba allí el padre fray Gregorio
Nacianceno, que le habían acabado de dar el hábito... Fueron tantas las
bellaquerías que dijeron aquellos hombres al recién tomado el hábito, que ni
por bien ni por mal bastaba a hacerlos callar..., hasta que el Señor permitió
que entre ellos se levantase cierta cuestión, con que echando mano a las
espadas unos contra otros, se salieron todos de la venta y nos dejaron en paz.
A todo esto, se estuvo la Madre y sus monjas en los carros, cubiertas, que no
las vieron, que si las vieran, como trataron de palabra al Padre, trataran a la
santa Madre... En esta venta se padeció bastante sed, porque el calor era muy
excesivo, y cada jarrito de agua muy pequeño costaba dos maravedís, y había
menester cada monja muchos jarritos, de suerte que era muy más barato el vino
que el agua..." (BMC 18, p. 201. – Cf otro relato similar de María de San
José en el Libro de recreaciones, r. 9a).
3. "Ir a tierra de turcos" (n. 6): alude a las
regiones del norte de África, mundo islámico, adonde se iba generalmente, o a
la fuerza por ser cautivo de piratas mediterráneos (así, por ejemplo, ese mismo
año 1575 cae cautivo en las costas catalanas Miguel de Cervantes), o por
ofrecerse como mediador para redimir cautivos (como, por ejemplo, el amigo de
la Santa fray Alonso de Cordobilla, de cuya gesta habla en los Conceptos c. 3, n.
8).
4. Fechas contextuales:
– 18.5.1575:
la Santa sale de Beas, camino de Sevilla;
– 23.5.1575:
llega a Córdoba;
– 24.5.1575:
pausa en la ermita de Santa Ana en Écija (Rel 39‑41);
– 26.5.1575:
la Santa llega a Sevilla;
– mayo‑junio
1575: Capítulo General de los Carmelitas en Piacenza;
– mayo de
1575: la Santa escribe al P. Granada, en Lisboa;
– 18.6.1575:
extensa carta de la Santa al P. Rubeo, en Piacenza;
– 3.8.1575:
el Nuncio Ormaneto confirma a Gracián como Comisario;
– 12.8.1575:
arriban a Sanlúcar los hermanos y sobrinos de la Santa, venidos de las Indias.
Notas del texto teresiano
[2]
Entonces no tenía (el P. Gracián) comisión más de para la Andalucía:
efectivamente, su encuentro con la Santa en Beas data de abril de 1575; y hasta
el 3 de agosto del mismo año no extendió su autoridad el Nuncio Ormaneto sobre
todos los Descalzos.
[4]
De toda la Provincia de... Andalucía,
más bien que de Castilla. La Santa
incurre en un error material, pues acaba de afirmar (n. 2) que «entonces no
tenía comisión más de para la Andalucía»; Beas «era Provincia (eclesiástica) de
Andalucía» (cf. n. 4).
[5]
D. Cristóbal de Rojas y Sandoval, hijo del marqués de Denia (1502-1580), que
había sido obispo de Oviedo, de Badajoz y de Córdoba.
[6]
El error de la Santa fue de ciertas proporciones: el P. General la había
facultado para fundar en sola Castilla. Beas en lo civil pertenecía a Castilla;
no en lo eclesiástico, era diócesis de Cartagena y dependía de los Prelados de
Andalucía («averiguose que en cuanto a los pleitos seglares de las
Chancillerías era distrito de Castilla, mas en cuanto (a) las religiones, era
Provincia de Andalucía», explica Gracián en las Scholias a la Vida de Ribera, cf. El Monte Carmelo 68 (1960), p.
125. La Santa salió de su error sólo cuando el hecho estaba consumado.
[8]
El fraile Descalzo era el P. Gregorio Nacianceno, que ya la había acompañado
desde Malagón a Beas (cf. c. 22, n. 19, nota 22).
[9]
El 26 de mayo de 1575. – Frase siguiente: No
se caminaba las siestas, es decir, durante el resistero o primeras horas de
la tarde.
[10]
Merecen mención de honor; eran María de San José (la famosa priora de Sevilla y
Lisboa), Isabel de San Francisco, Leonor de San Gabriel, Ana de San Alberto,
María del Espíritu Santo e Isabel de San Jerónimo: las cuatro primeras, Prioras
en varios carmelos primitivos. – A renglón seguido: No los diré, porque podrían tocar en alguna persona: es decir,
«tocar» en su nombre o en su honra, comprometerla.
[13]
Nuestro Hermanos: en la comitiva ha
mencionado sólo un fraile descalzo, el P. Gregorio Nacianceno (cf. n. 5); a su
lado estarían Julián de Ávila y Antonio Gaitán (cf. n. 5).
[16]
Me debía quitar la calentura.
Recuérdese que el día anterior la había tenido fortísima, nn. 7-8.
[17]
Llegaron a Sevilla el 26 de mayo (cf. n. 6). – De la benevolencia del Arzobispo
habló en el n. 4.
[19]
«Al decir de María de San José, la oposición del Arzobispo procedía de que sus
intentos se encaminaban a que la Santa y sus hijas reformasen los monasterios
de monjas existentes en Sevilla, más bien que fundar uno nuevo» (Silverio). –
Cf. Libro de Recreaciones, Recr. 9.
[21]
29 de mayo de 1575. – El P. dicho es Mariano de San Benito (cf. n. 15). – El P
Comisario es Gracián.
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