Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 27
En que trata de la fundación de la villa de
Caravaca. Púsose el Santísimo Sacramento, día de año nuevo del mismo año de
1576. Es la vocación del glorioso San José (1)[1].
1. Estando en San José de Ávila para partirme a la
fundación que queda dicha de Beas, que no faltaba sino aderezar en lo que
habíamos de ir, llega un mensajero propio, que le enviaba una señora de allí,
llamada doña Catalina, porque se habían ido a su casa –desde un sermón que
oyeron a un padre de la Compañía de Jesús– tres doncellas con determinación de
no salir hasta que se fundase un monasterio en el mismo lugar (2)[2].
Debía ser cosa que tenían tratada con esta señora, que es la que les ayudó para
la fundación. Eran de los más principales caballeros de aquella villa. La una
tenía padre, llamado Rodrigo de Moya, muy gran siervo de Dios y de mucha
prudencia (3)[3].
Entre todas tenían bien para pretender semejante obra. Tenían noticia de ésta
que ha hecho nuestro Señor en fundar estos monasterios, que se la habían dado
de la Compañía de Jesús, que siempre han favorecido y ayudado a ella.
2. Yo, como vi el deseo y hervor de aquellas almas,
y que de tan lejos iban a buscar la Orden de nuestra Señora, hízome devoción y
púsome deseo de ayudar a su buen intento. Informada que era cerca de Beas,
llevé más compañía de monjas de la que llevaba –porque, según las cartas, me
pareció no se dejaría de concertar–, con intento de, en acabando la fundación
de Beas, ir allá. Mas como el Señor tenía determinado otra cosa, aprovecharon
poco mis trazas, como queda dicho en la fundación de Sevilla; que trajeron la
licencia del Consejo de las Órdenes de manera que, aunque ya estaba determinada
a ir, se dejó (4)[4].
3. Verdad es que, como yo me informé en Beas de
adónde era y vi ser tan a trasmano y de allí allá tan mal camino, que habían de
pasar trabajo los que fuesen a visitar las monjas, y que a los prelados se les
haría de mal, tenía bien poca gana de ir a fundarle. Mas porque había dado
buenas esperanzas, pedí al padre Julián de Ávila y a Antonio Gaytán fuesen allá
para ver qué cosa era, y si les pareciese, lo deshiciesen. Hallaron el negocio
muy tibio, no de parte de las que habían de ser monjas, sino de la doña
Catalina, que era el todo del negocio, y las tenía en un cuarto por sí, ya como
cosa de recogimiento.
4. Las monjas estaban tan firmes, en especial las
dos, digo las que lo habían de ser, que supieron tan bien granjear al padre
Julián de Ávila y Antonio Gaytán, que antes que se vinieron dejaron hechas las
escrituras (5)[5], y
se vinieron dejándolas muy contentas; y ellos lo vinieron tanto de ellas y de
la tierra, que no acababan de decirlo, también como del mal camino. Yo, como lo
vi ya concertado y que la licencia tardaba, torné a enviar allá al buen Antonio
Gaytán, que por amor de mí todo el trabajo pasaba de buena gana, y ellos (6)[6]
tenían afición a que la fundación se hiciese. Porque, a la verdad, se les puede
a ellos agradecer esta fundación, porque si no fueran allá y lo concertaran, yo
pusiera poco en ella.
5. Dile que fuese para que pusiese torno y redes (7)[7],
adonde se había de tomar la posesión y estar las monjas hasta buscar casa a
propósito. Así estuvo allá muchos días, que en la de Rodrigo de Moya, que –como
he dicho– (8)[8]
era padre de la una de estas doncellas, les dio parte de su casa muy de buena
gana. Estuvo allá muchos días haciendo esto.
6. Cuando trajeron la licencia y yo estaba ya para
partirme allá, supe que venía en ella que fuese la casa sujeta a los
Comendadores y las monjas les diesen la obediencia, lo que yo no podía hacer,
por ser la Orden de nuestra Señora del Carmen. Y así tornaron de nuevo a pedir
la licencia, que en ésta y la de Beas no hubiera remedio (9)[9].
Mas hízome tanta merced el Rey, que en escribiéndole yo, mandó que se diese,
que es al presente Don Felipe, tan amigo de favorecer los religiosos que
entiende que guardan su profesión, que, como hubiese sabido la manera del
proceder de estos monasterios, y ser de la primera Regla, en todo nos ha
favorecido. Y así, hijas, os ruego yo mucho, que siempre se haga particular
oración por Su Majestad, como ahora la hacemos.
7. Pues como se hubo de tornar por la licencia,
partime yo para Sevilla, por mandado del padre Provincial, que era entonces y
es ahora, el maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios –como queda
dicho– (10)[10] y
estuviéronse las pobres doncellas encerradas hasta el día de año nuevo
adelante; y cuando ellas enviaron a Ávila era por febrero. La licencia luego se
trajo con brevedad. Mas como yo estaba tan lejos y con tantos trabajos, no
podía remediarlas, y habíales harta lástima, porque me escribían muchas veces
con mucha pena, y así ya no se sufría detenerlas más.
8. Como ir yo era imposible, así por estar tan
lejos, como por no estar acabada aquella fundación (11)[11],
acordó el padre maestro fray Jerónimo Gracián, que era Visitador Apostólico
–como está dicho–, que fuesen las monjas que allí habían de fundar, aunque no
fuese yo, que se habían quedado en San José de Malagón. Procuré que fuese
priora de quien yo confiaba lo haría muy bien, porque es harto mejor que yo
(12)[12].
Y llevando todo recaudo, se partieron con dos padres Descalzos de los nuestros,
que ya el padre Julián de Ávila y Antonio Gaytán había días que se habían
tornado a sus tierras; y por ser tan lejos no quise viniesen, y tan mal tiempo,
que era en fin de diciembre.
9. Llegadas allá, fueron recibidas con gran contento
del pueblo, en especial de las que estaban encerradas. Fundaron el monasterio,
poniendo el Santísimo Sacramento día del Nombre de Jesús, año de 1576 (13)[13].
Luego tomaron las dos hábito. La otra tenía mucho humor de melancolía, y
debíale de hacer mal estar encerrada, cuánto más tanta estrechura y penitencia.
Acordó de tornarse a su casa con una hermana suya.
10. Mirad, mis hijas, los juicios de Dios y la
obligación que tenemos de servirle las que nos ha dejado perseverar hasta hacer
profesión y quedar para siempre en la casa de Dios y por hijas de la Virgen,
que se aprovechó Su Majestad de la voluntad de esta doncella y de su hacienda
para hacer este monasterio, y al tiempo que había de gozar de lo que tanto
había deseado, faltole la fortaleza y sujetola el humor, a quien muchas veces,
hijas, echamos la culpa de nuestras imperfecciones y mudanzas.
11. Plega a Su Majestad que nos dé abundantemente su
gracia, que con esto no habrá cosa que nos ataje los pasos para ir siempre
adelante en su servicio, y que a todas nos ampare y favorezca para que no se
pierda por nuestra flaqueza un tan gran principio como ha sido servido que
comience en unas mujeres tan miserables como nosotras. En su nombre os pido,
hermanas e hijas mías, que siempre lo pidáis a nuestro Señor, y que cada una
haga cuenta de las que vinieren (14)[14]
que en ella torna a comenzar esta primera Regla de la Orden de la Virgen
nuestra Señora, y en ninguna manera se consienta en nada relajación. Mirad que
de muy pocas cosas se abre puerta para muy grandes, y que sin sentirlo se os
irá entrando el mundo. Acordaos con la pobreza y trabajo que se ha hecho lo que
vosotras gozáis con descanso; y si bien lo advertís, veréis que estas casas en
parte no las han fundado hombres las más de ellas, sino la mano poderosa de
Dios, y que es muy amigo Su Majestad de llevar adelante las obras que Él hace,
si no queda por nosotras. ¿De dónde pensáis que tuviera poder una mujercilla
como yo para tan grandes obras, sujeta, sin solo un maravedí, ni quien con nada
me favoreciese? Que este mi hermano, que ayudó en la fundación de Sevilla (15)[15],
que tenía algo y ánimo y buen alma para ayudar algo, estaba en las Indias.
12. Mirad, mirad, mis hijas, la mano de Dios. Pues
no sería por ser de sangre ilustre el hacerme honra. De todas cuantas maneras
lo queráis mirar, entenderéis ser obra suya. No es razón que nosotras la
disminuyamos en nada, aunque nos costase la vida y la honra y el descanso;
cuánto más que todo lo tenemos aquí junto. Porque vida es vivir de manera que
no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida, y estar con esta ordinaria
alegría que ahora todas traéis y esta prosperidad, que no puede ser mayor que
no temer la pobreza, antes desearla. ¿Pues a qué se puede comparar la paz
interior y exterior con que siempre andáis? En vuestra mano está vivir y morir
con ella, como veis que mueren las que hemos visto morir en estas casas.
Porque, si siempre pedís a Dios lo lleve adelante y no fiáis nada de vosotras,
no os negará su misericordia; si tenéis confianza en Él y ánimos animosos –que
es muy amigo Su Majestad de esto–, no hayáis miedo que os falte nada. Nunca
dejéis de recibir las que vinieren a querer ser monjas (como os contenten sus
deseos y talentos, y que no sea por sólo remediarse, sino por servir a Dios con
más perfección), porque no tenga bienes de fortuna, si los tiene de virtudes;
que por otra parte remediará Dios lo que por ésta os habíais de remediar con el
doblo (16)[16].
13. Gran experiencia tengo de ello. Bien sabe Su
Majestad que –a cuanto me puedo acordar– jamás he dejado de recibir ninguna por
esta falta, como me contentase lo demás. Testigos son las muchas que están
recibidas sólo por Dios, como vosotras sabéis. Y puédoos certificar que no me
daba tan gran contento cuando recibía la que traía mucho, como las que tomaba
sólo por Dios; antes las había miedo, y las pobres me dilataban el espíritu y
daba un gozo tan grande, que me hacía llorar de alegría. Esto es verdad.
14. Pues si cuando estaban las casas por comprar y
por hacer, nos ha ido tan bien con esto, después de tener adónde vivir ¿por qué
no se ha de hacer? Creedme, hijas, que por donde pensáis acrecentar, perderéis.
Cuando la que viene lo tuviere, no teniendo otras obligaciones, como lo ha de
dar a otros que no lo han por ventura menester, bien es os lo dé en limosna;
que yo confieso que me pareciera desamor, si esto no hicieran. Mas siempre
tened delante a que la que entrare haga de lo que tuviere conforme a lo que le
aconsejaren letrados, que es más servicio de Dios; porque harto mal sería que
pretendiésemos bien de ninguna que entra, sino yendo por este fin. Mucho más
ganamos en que ella haga lo que debe a Dios –digo, con más perfección–, que en
cuanto puede traer, pues no pretendemos todas otra cosa, ni Dios nos dé tal
lugar, sino que sea Su Majestad servido en todo y por todo.
15. Y aunque yo soy miserable y ruin, para honra y
gloria suya lo digo, y para que os holguéis de cómo se han fundado estas casas
suyas. Que nunca en negocio de ellas, ni en cosa que se me ofreciese para esto,
si pensara no salir con ninguna si no era torciendo en algo este intento, en
ninguna manera hiciera cosa, ni la he hecho –digo en estas fundaciones– que yo
entendiese torcía de la voluntad del Señor un punto, conforme a lo que me
aconsejaban mis confesores (que siempre han sido, después que ando en esto,
grandes letrados y siervos de Dios, como sabéis), ni –que me acuerde– llegó
jamás a mi pensamiento otra cosa.
16. Quizá me engaño y habré hecho muchas que no
entienda, e imperfecciones serán sin cuento. Esto sabe nuestro Señor, que es
verdadero juez –a cuanto yo he podido entender de mí, digo– y también veo muy
bien que no venía esto de mí, sino de querer Dios se hiciese esta obra, y como
cosa suya me favorecía y hacía esta merced. Que para este propósito lo digo,
hijas mías, de que entendáis estar más obligadas y sepáis que no se han hecho
con agraviar a ninguno hasta ahora. Bendito sea el que todo lo ha hecho, y
despertado la caridad de las personas que nos han ayudado. Plega a Su Majestad
que siempre nos ampare y dé gracia, para que no seamos ingratas a tantas
mercedes, amén.
***
17. Ya habéis visto, hijas, que se han pasado
algunos trabajos, aunque creo son los menos los que he escrito; porque si se
hubieran de decir por menudo, era gran cansancio, así de los caminos, con aguas
y nieves y con perderlos, y sobre todo muchas veces con tan poca salud, que
alguna me acaeció –no sé si lo he dicho– (17)[17]
que era en la primera jornada que salimos de Malagón para Beas, que iba con
calentura y tantos males juntos, que me acaeció, mirando lo que tenía por andar
y viéndome así, acordarme de nuestro Padre Elías, cuando iba huyendo de Jezabel
(18)[18]
y decir: «Señor, ¿cómo tengo yo de poder sufrir esto? ¡Miradlo Vos!». Verdad es
que, como Su Majestad me vio tan flaca, repentinamente me quitó la calentura y
el mal; tanto, que hasta después que he caído en ello (19)[19],
pensé que era porque había entrado allí un siervo de Dios, un clérigo, y quizá
sería ello; al menos fue repentinamente quitarme el mal exterior e interior. En
teniendo salud, con alegría pasaba los trabajos corporales.
18. Pues en llevar condiciones de muchas personas,
que era menester en cada pueblo, no se trabajaba poco. Y en dejar las hijas y
hermanas mías cuando me iba de una parte a otra, yo os digo que, como yo las
amo tanto, que no ha sido la más pequeña cruz, en especial cuando pensaba que
no las había de tornar a ver y veía su gran sentimiento y lágrimas. Que aunque
están de otras cosas desasidas, ésta no se lo ha dado Dios, por ventura para
que me fuese a mí más tormento, que tampoco lo estoy de ellas, aunque me
esforzaba todo lo que podía para no se lo mostrar, y las reñía; mas poco me
aprovechaba, que es grande el amor que me tienen y bien se ve en muchas cosas
ser verdadero.
19. También habéis oído cómo era, no sólo con
licencia de nuestro Reverendísimo Padre General, sino dada debajo de precepto
un mandamiento después (20)[20];
y no sólo esto, sino que cada casa que se fundaba me escribía recibir
grandísimo contento, habiendo fundado las dichas; que, cierto, el mayor alivio
que yo tenía en los trabajos era ver el contento que le daba por parecerme que
en dársele servía a nuestro Señor, por ser mi prelado, y, dejado de eso, yo le
amo mucho.
O es que Su Majestad fue servido de darme ya algún
descanso, o que al demonio le pesó porque se hacían tantas casas adonde se
servía nuestro Señor (bien se ha entendido no fue por voluntad de nuestro Padre
General, porque me había escrito –suplicándole yo no me mandase ya fundar más
casas– que no lo haría, porque deseaba fundase tantas como tengo cabellos en la
cabeza, y esto no había muchos años), antes que me viniese de Sevilla, de un
Capítulo General que se hizo, adonde parece se había de tener en servicio lo
que se había acrecentado la Orden, tráenme un mandamiento dado en Definitorio,
no sólo para que no fundase más, sino para que por ninguna vía saliese de la
casa que eligiese para estar, que es como manera de cárcel (21)[21];
porque no hay monja que para cosas necesarias al bien de la Orden no la pueda
mandar ir el Provincial de una parte a otra, digo de un monasterio a otro. Y lo
peor era estar disgustado conmigo nuestro Padre General, que era lo que a mí me
daba pena, harto sin causa, sino con informaciones de personas apasionadas. Con
esto me dijeron juntamente otras dos cosas de testimonios bien graves que me
levantaban.
20. Yo os digo, hermanas, para que veáis la
misericordia de nuestro Señor y cómo no desampara Su Majestad a quien desea
servirle, que no sólo no me dio pena, sino un gozo tan accidental (22)[22]
que no cabía en mí, de manera que no me espanto de lo que hacía el rey David
cuando iba delante del arca del Señor, porque no quisiera yo entonces hacer
otra, según el gozo, que no sabía cómo le encubrir. No sé la causa, porque en
otras grandes murmuraciones y contradicciones en que me he visto no me ha
acaecido tal. Mas al menos la una cosa de éstas que me dijeron, era gravísima.
Que esto del no fundar, si no era por el disgusto del Reverendísimo General era
gran descanso para mí, y cosa que yo deseaba muchas veces: acabar la vida en
sosiego; aunque no pensaban esto los que lo procuraban, sino que me hacían el
mayor pesar del mundo, y otros buenos intentos tendrían quizá.
21. También algunas veces me daban contento las
grandes contradicciones y dichos que en este andar a fundar ha habido, con
buena intención unos, otros por otros fines. Mas tan gran alegría como de esto
sentí no me acuerdo, por trabajo que me venga, haberla sentido. Que yo confieso
que en otro tiempo cualquiera cosa de las tres que me vinieron juntas, fuera
harto trabajo para mí. Creo fue mi gozo principal parecerme que, pues las
criaturas me pagaban así, que tenía contento al Criador. Porque tengo entendido
que el que le tomare por cosas de la tierra o dichos de alabanzas de los
hombres, está muy engañado; dejado de la poca ganancia que en esto hay, una
cosa les parece hoy, otra mañana; de lo que una vez dicen bien, presto tornan a
decir mal. Bendito seáis Vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre
jamás, amén. Quien os sirviere hasta el fin, vivirá sin fin, en vuestra
eternidad.
***
22. Comencé a escribir estas fundaciones por mandato
del padre maestro Ripalda, de la Compañía de Jesús –como dije al principio–
(23)[23],
que era entonces rector del Colegio de Salamanca, con quien yo entonces me
confesaba. Estando en el monasterio del glorioso San José, que está allí, año
de 1573, escribí algunas de ellas, y con las muchas ocupaciones habíalas
dejado, y no quería pasar adelante, por no me confesar ya con el dicho a causa
de estar en diferentes partes, y también por el gran trabajo y trabajos que me
cuesta lo que he escrito, aunque, como ha siempre sido mandado por obediencia,
yo los doy por bien empleados. Estando muy determinada a esto (24)[24],
me mandó el padre Comisario Apostólico (que es ahora el maestro fray Jerónimo
Gracián de la Madre de Dios) que las acabase. Diciéndole yo el poco lugar que
tenía y otras cosas que se me ofrecieron –que como ruin obediente le dije,
porque también se me hacía gran cansancio, sobre otros que tenía–, con todo, me
mandó, poco a poco o como pudiese las acabase.
23. Así lo he hecho, sujetándome en todo a que
quiten los que entienden lo que es mal dicho: que lo quiten, que por ventura lo
que a mí me parece mejor, irá mal.
Hase acabado hoy, víspera de San Eugenio, a catorce
días del mes de noviembre, año de 1576 en el Monasterio de San José de Toledo,
adonde ahora estoy por mandato del padre Comisario Apostólico, el maestro fray
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, a quien ahora tenemos por Prelado
Descalzos y Descalzas de la primitiva Regla, siendo también Visitador de los de
la Mitigada de la Andalucía, a gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, que
reina y reinará para siempre. Amén.
24. Por amor de nuestro Señor pido a las hermanas y
hermanos que esto leyeren me encomienden a nuestro Señor para que haya
misericordia de mí y me libre de las penas del purgatorio y me deje gozar de
sí, si hubiere merecido estar en él. Pues mientras fuere viva no lo habéis de
ver, séame alguna ganancia para después de muerta lo que me he cansado en
escribir esto y el gran deseo con que lo he escrito de acertar a decir algo que
os dé consuelo, si tuvieren por bien que lo leáis.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 27
Fundación del Carmelo de Caravaca. Primer epílogo del
libro
Es el último capítulo escrito por la Santa en su
reclusión de Toledo (1576). Con él cree, de momento, terminada la fundación de
sus Carmelos y concluido el presente libro. Al ser depuesto Gracián por el
nuncio Sega, fenece el mandato de escribirlo impuesto por aquél ese mismo año
al llegar a Toledo.
La Santa tardará tres años largos ("más de cuatro
años", dirá ella: 28, 1) en reanudar la doble tarea de fundar y de
escribir lo fundado. Y al alejarse del Carmelo toledano, llevará consigo el
manuscrito en que ha ido refiriendo su historia: de Toledo a Ávila, de Ávila a
Medina y Valladolid, a cada una de las cuatro últimas fundaciones, incluso en
su postrer viaje, de Burgos a Alba de Tormes.
El presente capítulo se desarrolla en cuatro puntos:
– La
fundación de Caravaca, único tema anunciado en el título (nn. 1‑10);
– Diálogo
abierto con las lectoras (nn. 11‑16);
–
Valoración retrospectiva de las fundaciones (nn. 17‑21);
– A modo
de colofón (nn. 22‑24).
La fundación de Caravaca
Era un proyecto de vieja data, "estando en San José
de Ávila..." en 1574. Lo pone en marcha con su viaje a Beas (1575). En él
enrola una doble escuadrilla de monjas fundadoras: un grupo para Beas, el otro
para Caravaca. Con dos posibles prioras de alta calidad: para Beas, Ana de
Jesús; para Caravaca, María de San José.
Pero el proyecto fracasa. Caravaca pertenece a la
encomienda de Santiago y la licencia de fundación exige que las futuras monjas
se sometan a la obediencia del Consejo de Órdenes, cosa inadmisible para la
Santa, que ante esa traba desvía hacia Sevilla el grupo de monjas destinadas a
Caravaca.
Entretanto ella misma escribe al Rey y obtiene licencia
en condiciones. Corresponde dando las gracias a Su Majesad (carta 86: del 19 de
julio). Pero ante las dificultades del viaje, envía a Caravaca a sus dos
escuderos de ocasión, Julián de Ávila y Antonio Gaytán, los cuales regresan
entusiastas y con las escrituras firmadas. Sólo que de las cuatro jóvenes que
se habían reunido en casa de Rodrigo de Moya en espera de la Santa, persistían
únicamente dos.
La Santa propone por fundadora a Ana de San Alberto, que
es nombrada oficialmente priora por el P. Gracián el 22 de noviembre de 1575, y
la propia Santa le hace entrega de un billete "sobre lo que se ha de hacer
en Caravaca". Procuré –escribe– que fuese priora quien yo confiaba lo
haría muy bien, porque es harto mejor que yo" (n. 8).
Se inauguró el nuevo Carmelo el 1.1.1576, cuando aún
estaba en ciernes la fundación de Sevilla. El de Caravaca será un Carmelo
afortunado. Contará con la simpatía y el magisterio de San Juan de la Cruz, que
mantendrá abundante correspondencia epistolar con la fundadora Ana de San
Alberto.
En conversación con las lectoras
De pronto, sin cambio de tema ni paso de página, la
narración se convierte en diálogo íntimo con las lectoras. La autora toma
conciencia de que está escribiendo para ellas. Y le interesa que la historia
–lo narrado– les sea fuente de vida. Que el objetivo de la obra no es la pura
historia, sino la provocación que desde ella exige fidelidad y vida, comenzar
de nuevo, ir comenzando siempre.
De ahí la insistencia coloquial entablada con las
lectoras de entonces, tan fuerte que impacta igualmente al lector de hoy:
"Mirad, mis hijas, los juicios de Dios y la obligación que tenemos de
servirle... En su nombre os pido, hermanas e hijas mías, que siempre lo pidáis
a nuestro Señor... Mirad que de muy pocas cosas se abre puerta para muy
grandes... ¿De dónde pensáis que tuviera poder una mujercilla como yo para tan
grandes obras... Mirad, mirad, mis hijas, la mano de Dios... Creedme, hijas,
que por donde pensáis acrecentar perderéis...".
El tema monocorde del coloquio es la convicción de que
los orígenes fundacionales del grupo son pura obra de Dios, que "si bien
lo advertís, veréis que estas casas, en parte, no las han fundado hombres las
más de ellas, sino la mano poderosa de Dios" (n. 11). Bendito sea él que
todo lo ha hecho..., no seamos ingratas a tantas mercedes" (n. 16).
Son lemas que se convertirán en tópico reiterativo en
los capítulos siguientes. La narración histórica vale únicamente en cuanto
motivo de revivencia. Evocar lo iniciado es un compromiso para proseguirlo.
Compromiso con quien en realidad lo ha iniciado, que es Él.
Siguen todavía dos complementos terminales. La mirada
retrospectiva sobre lo hecho y narrado: "Habéis visto, hijas, que se han
pasado algunos trabajos..." (nn. 17‑21).
Y el colofón: "Comencé a escribir estas
fundaciones... en Salamanca. – Hase acabado hoy, a 14 días del mes de
noviembre, año de 1576, en... Toledo" (nn. 22‑23).
Nota del comentario
La inserción de los "Cuatro avisos" en este
punto de las "Fundaciones":
Como indica la misma Santa al final del capítulo, ese 14
de noviembre de 1576 da por terminado el libro. Lo reanudará tres años después
con la fundación de Villanueva de la Jara (1580). En el intervalo ocurre un
episodio singular en el autógrafo de las Fundaciones. El 6 de junio de 1579,
"estando en San José de Ávila, víspera del Espíritu Santo
(Pentecostés)", la Santa recibe del Señor la gracia de los "cuatro
avisos a estos Padres Descalzos", e inmediatamente los escribe en una
cuartilla que ella misma aloja al final del cuaderno de las Fundaciones, entre
los folios blancos del último cuadernillo. Ahí queda suelta esa cuartilla, sin
conexión alguna ni literaria ni textual, con el relato precedente, cuando lo
reanude en cuadernillo nuevo con la fundación de Villanueva de la Jara. Sólo
años más tarde, para evitar el reiterado hurto de ese pequeño autógrafo
teresiano, el bibliotecario escurialense lo encola en el folio 100, casi como
si fuese una pieza más del Libro de las Fundaciones. Actualmente, el breve
texto de los cuatro Avisos puede verse en la Relación 67, dentro de las Obras
completas de la Santa. (Cf mi estudio "Sobre los Cuatro Avisos de la
Santa", en "Monte Carmelo" 2006, pp. 257‑299).
Notas del texto teresiano
[2] Mensajero propio:
era el correo privado que se despachaba para urgir mensajes o despachos de importancia.
– Una señora de allí: de Caravaca. – Después de Catalina, dejó en el autógrafo
un espacio vacío para escribir el apellido Otálora, que de momento no
recordaba. – El jesuita al que alude en seguida es el P. Leiva. – Las tres doncellas fueron Francisca de
Saojosa, Francisca de Cuéllar y Francisca de Tauste, la primera de las cuales
se retiró del grupo poco antes de la fundación, en la que ingresó más tarde
(1578); había formado parte del grupo una cuarta que lo abandonó en seguida
(cf. JULIAN DE Ávila, Vida de Santa Teresa, P. 2, c. 8, pp. 279-280).
[4] Para
comprender más fácilmente este pasaje teresiano téngase presente: 1º, que al
venir la Santa a la fundación de Beas, trajo consigo doble número de monjas,
las suficientes para dos fundaciones (cf. c. 24, n. 4); 2º, que perteneciendo
Caravaca a la encomienda de la Orden de Santiago, el conceder el Consejo de
Órdenes la licencia para la fundación, puso por condición que se sometiese a la
Obediencia de dicho Consejo, cosa inadmisible para la Reformadora (cf. c. 23, n.
1; y c. 24, n. 3); 3º, que por éste y otros motivos, las monjitas destinadas a
Caravaca fueron llevadas a la fundación de Sevilla (cf. cc. 22-26).
[9] Que en esta y la de Beas no hubiera
remedio:
como ambas poblaciones pertenecían a la Encomienda de Santiago, si el Consejo
de Órdenes no hubiera accedido a las condiciones puestas por la M. Teresa, «no
hubiera remedio», es decir, no se hubiera fundado. – La carta de la Santa a
Felipe II se ha perdido; se conserva, en cambio, el despacho regio (cf. B.M.C.,
t. 6, p. 257-262) fechado el 9 de junio de 1575. Conservamos asimismo la
respuesta agradecida de la Santa al Rey (19/7/1575).
[10] En
el c. 14, n. 4. – Día de año nuevo
adelante: 1 de enero del «siguiente» año (1576). Cuando enviaron a Ávila, no fue en febrero, sino probablemente en
enero de 1575: llevaban, aproximadamente, un año de retiro y espera. – La licencia... se trajo con fecha 9 de junio de 1575, cuando la Santa estaba
lejos, en Sevilla.
[21] Se
refiere al Capítulo General de Plasencia, celebrado bajo la presidencia del P.
Rubeo en mayo-junio de 1575. El Definitorio del Capítulo impuso a la Santa el
«mandamiento» de recluirse definitivamente en un convento de Castilla, sin
salir a hacer nuvas fundaciones. La Madre quiso ejecutar inmediatamente esta
orden, pero lo impidió el P. Gracián, que en calidad de Visitador Apostólico
tenía autoridad independiente de la del Superior General (cf. c. 25, n. 2). En
las Actas del Capítulo no queda constancia de este «mandamiento» intimado a la
Santa. – El sentido de este largo párrafo pende de la disyuntiva inicial: «O es
que Dios dispuso que yo descansase, o al diablo le pesó que hiciese tantas
fundaciones: el caso es que el Difinitorio dio orden de que no fundase más»...
[22] Un gozo tan accidental:
usa la Santa este último término en su acepción teológica (el goce accidental
de los bienaventurados es el que no proviene directamente de la visión facial),
pero con una aplicación muy original: ella poseía, efectivamente, mucho más
profundo del que disfrutaba permanentemente. – Alude en seguida al episodio de
David referido en Vida, 16, 3. – De esta singular alegría teresiana poseemos
testimonios interesantísimos; he aquí el del P. Gracián: «Pues un solo consuelo
que me quedaba, que era acudir a la misma Madre a consolarme con ella, era para
mí mayor tormento; porque cuando le decía los males que de ella se decían era
tan grande su contento y fregaba una palma con otra en señal de alegría, como a
quien le ha acontecido un sabroso suceso, que a mí me era increíble pesar».
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