Libro de las Fundaciones
La fundación de Villanueva de la
Jara (1)[1].
1. Acabada la fundación de Sevilla, cesaron las
fundaciones por más de cuatro años (2)[2].
La causa fue que comenzaron grandes persecuciones muy de golpe a los Descalzos
y Descalzas, que aunque ya había habido hartas, no en tanto extremo, que estuvo
a punto de acabarse todo. Mostrose bien lo que sentía el demonio este santo
principio que nuestro Señor había comenzado y ser obra suya, pues fue adelante.
Padecieron mucho los Descalzos, en especial las cabezas, de graves testimonios
y contradicción de casi todos los Padres calzados (3)[3].
2. Estos informaron a nuestro reverendísimo padre
General (4)[4] de
manera que, con ser muy santo y el que había dado la licencia para que se
fundasen todos los monasterios (fuera de San José de Ávila, que fue el primero,
que éste se hizo con licencia del Papa), le pusieron de suerte que ponía mucho
porque no pasasen adelante los Descalzos, que con los monasterios de las monjas
siempre estuvo bien. Y porque yo no ayudaba a esto, le pusieron desabrido
conmigo, que fue el mayor trabajo que yo he pasado en estas fundaciones, aunque
he pasado hartos. Porque dejar de ayudar a que fuese adelante obra adonde yo
claramente veía servirse nuestro Señor y acrecentarse nuestra Orden, no me lo
consentían muy grandes letrados con quien me confesaba y aconsejaba, e ir
contra lo que veía quería mi prelado, érame una muerte. Porque, dejada la
obligación que le tenía por serlo, amábale muy tiernamente y debíaselo bien
debido. Verdad es que aunque yo quisiera darle en esto contento no podía, por
haber Visitadores Apostólicos a quien forzado había de obedecer (5)[5].
3. Murió un Nuncio santo que favorecía mucho la
virtud, y así estimaba los Descalzos (6)[6].
Vino otro que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer. Era
algo deudo del Papa, y debe ser siervo de Dios, sino que comenzó a tomar muy a
pechos a favorecer a los Calzados; y conforme a la información que le hacían de
nosotros, enterose (7)[7]
mucho en que era bien no fuesen adelante estos principios, y así comenzó a
ponerlo por obra con grandísimo rigor, condenando a los que le pareció le
podían resistir, encarcelándolos, desterrándolos.
4. Los que más padecieron fue el padre fray Antonio
de Jesús, que es el que comenzó el primer monasterio de Descalzos, y el padre
fray Jerónimo Gracián, a quien había hecho el Nuncio pasado Visitador
Apostólico de los del Paño (8)[8],
con el cual fue grande el disgusto que tuvo, y con el padre Mariano de San
Benito. De estos Padres he dicho ya quién son en las fundaciones pasadas; otros
de los más graves penitenció, aunque no tanto. A éstos ponía muchas censuras,
que no tratasen de ningún negocio.
5. Bien se entendía venir todo de Dios y que lo
permitía Su Majestad para mayor bien y para que fuese más entendida la virtud
de estos Padres, como lo ha sido. Puso prelado del Paño, para que visitase
nuestros monasterios de monjas y de los frailes (9)[9];
que, a haber lo que él pensaba, fuera harto trabajo. Y así se pasó grandísimo,
como se escribirá de quien lo sepa mejor decir; que yo no hago sino tocar en
ello, para que entiendan las monjas que vinieren cuán obligadas están a llevar
adelante la perfección, pues hallan llano lo que tanto ha costado a las de
ahora; que algunas (10)[10]
de ellas han padecido muy mucho en estos tiempos de grandes testimonios, que me
lastimaba a mí muy mucho más que lo que yo pasaba, que esto antes me era gran
gusto. Parecíame ser yo la causa de toda esta tormenta, y que si me echasen en
la mar, como a Jonás, cesaría la tempestad.
6. Sea Dios alabado, que favorece la verdad. Y así
sucedió en esto que, como nuestro católico rey Don Felipe supo lo que pasaba y
estaba informado de la vida y religión de los Descalzos, tomó la mano (11)[11]
a favorecernos, de manera que no quiso juzgase sólo el Nuncio nuestra causa,
sino diole cuatro acompañados (12)[12],
personas graves y las tres religiosos, para que se mirase bien nuestra justicia.
Era el uno de ellos el padre maestro fray Pedro Fernández, persona de muy santa
vida y grandes letras y entendimiento. Había sido Comisario Apostólico y
Visitador de los del Paño de la Provincia de Castilla, a quien los Descalzos
estuvimos también sujetos, y sabía bien la verdad de cómo vivían los unos y los
otros; que no deseábamos todos otra cosa sino que esto se entendiese. Y así, en
viendo yo que el Rey le había nombrado, di el negocio por acabado, como por la
misericordia de Dios lo está. Plega a Su Majestad sea para honra y gloria suya.
Aunque eran muchos los señores del reino y obispos
que se daban prisa a informar de la verdad al Nuncio, todo aprovechara poco, si
Dios no tomara por medio al Rey.
7. Estamos todas, hermanas, muy obligadas a siempre
en nuestras oraciones encomendarle a nuestro Señor, y a los que han favorecido
su causa y de la Virgen nuestra Señora, y así os lo encomiendo mucho.
¡Ya veréis, hermanas, el lugar que había para
fundar! (13)[13].
Todas nos ocupábamos en oraciones y penitencias sin cesar, para que lo fundado
llevase Dios adelante, si se había de servir de ello.
8. En el principio de estos grandes trabajos (que
dichos tan en breve os parecerán poco, y padecido tanto tiempo ha sido muy
mucho), estando yo en Toledo, que venía de la fundación de Sevilla, año de
1576, me llevó cartas un clérigo de Villanueva de la Jara del ayuntamiento de
este lugar, que iba a negociar conmigo admitiese para monasterio nueve mujeres
que se habían entrado juntas en una ermita de la gloriosa Santa Ana que había
en aquel pueblo, con una casa pequeña cabe ella, algunos años había, y vivían
con tanto recogimiento y santidad, que convidaba a todo el pueblo a procurar
cumplir sus deseos, que eran ser monjas. Escribiome también un doctor, cura que
es de este lugar, llamado Agustín de Ervías, hombre docto y de mucha virtud
(14)[14].
Esta le hacía ayudar cuanto podía a esta santa obra.
9. A mí me pareció cosa que en ninguna manera
convenía admitirla por estas razones: la primera, por ser tantas, y parecíame
cosa muy dificultosa, mostradas a su manera de vivir, acomodarse a la nuestra.
La segunda, porque no tenía casi nada para poderse sustentar, y el lugar no es
poco más de mil vecinos, que para vivir de limosna es poca ayuda; aunque el
ayuntamiento se ofrecía a sustentarlas, no me parecía cosa durable. La tercera,
que no tenían casa. La cuarta, lejos de estotros monasterios. Quinta (15)[15],
y que aunque me decían eran muy buenas, como no las había visto no podía
entender si tenían los talentos que pretendemos en estos monasterios; y así me
determiné a despedirlo del todo.
10. Para esto quise primero hablar a mi confesor,
que era el Doctor Velázquez, canónigo y catedrático de Toledo, hombre muy
letrado y virtuoso, que ahora es obispo de Osma (16)[16];
porque siempre tengo de costumbre no hacer cosa por mi parecer, sino de
personas semejantes. Como vio las cartas y entendió el negocio, díjome que no
lo despidiese, sino que respondiese bien; porque cuando tantos corazones
juntaba Dios en una casa, que se entendía se había de servir de ella. Yo lo
hice así, que ni lo admití del todo ni lo despedí. En importunar por ello y
procurar personas por quien yo lo hiciese, se pasó hasta este año de 80, con
parecerme siempre que era desatino admitirlo. Cuando respondía, nunca podía
responder del todo mal.
11. Acertó a venir a cumplir su destierro (17)[17]
el padre fray Antonio de Jesús al monasterio de nuestra Señora del Socorro, que
está tres leguas de este lugar de Villanueva, y viniendo a predicar a él y el
prior de este monasterio, que al presente es el padre fray Gabriel de la
Asunción (18)[18],
persona muy avisada y siervo de Dios, venía también mucho al mismo lugar, que
eran amigos del doctor Ervías, y comenzaron a tratar con estas santas hermanas.
Y aficionados de su virtud y persuadidos del pueblo y del doctor, tomaron este
negocio por propio y comenzaron a persuadirme con mucha fuerza con cartas. Y
estando yo en San José de Malagón, que es 26 leguas y más de Villanueva, fue el
mismo Padre Prior a hablarme sobre ello, dándome cuenta de lo que se podía
hacer y cómo después de hecho daría el doctor Ervías trescientos ducados de
renta, sobre la que él tiene de su beneficio; que se procurase de Roma.
12. Esto se me hizo muy incierto, pareciéndome
habría flojedad después de hecho; que con lo poco que ellas tenían, bien
bastaba. Y así dije muchas razones al Padre Prior para que viese no convenía
hacerse y, a mi parecer, bastantes, y dije que lo mirasen mucho él y el padre
fray Antonio, que yo lo dejaba sobre su conciencia, pareciéndome que con lo que
yo les decía bastaba para no hacerse.
13. Después de ido, consideré cuán aficionado estaba
a ello y que había de persuadir al prelado que ahora tenemos, que es el Maestro
fray Ángel de Salazar, para que lo admitiese; y dime mucha prisa a escribirle,
suplicándole que no diese esta licencia, diciéndole las causas; y según después
me escribió, no la había querido dar si no era pareciéndome a mí bien.
14. Pasaron como mes y medio, no sé si algo más.
Cuando ya pensé lo tenía estorbado, envíanme un mensajero con cartas del
ayuntamiento, adonde se obligaban que no les faltaría lo que hubiese menester,
y el doctor Ervías a lo que tengo dicho (19)[19],
y cartas de estos dos reverendos Padres con mucho encarecimiento. Era tanto lo
que yo temía el admitir tantas hermanas, pareciéndome había de haber algún
bando contra las que fuesen, como suele acaecer, y también en no ver cosa
segura para su mantenimiento, porque lo que ofrecían no era cosa que hacía
fuerza, que me vi en harta confusión. Después he entendido era el demonio, que
con haberme el Señor dado ánimo, me tenía con tanta pusilanimidad entonces, que
no parece confiaba nada de Dios. Mas las oraciones de aquellas benditas almas,
en fin, pudieron más.
15. Acabando un día de comulgar y estándolo encomendando
a Dios, como hacía muchas veces, que lo que me hacía responderlos antes bien
era temer si estorbaba algún aprovechamiento de algunas almas (que siempre mi
deseo es ser algún medio para que se alabase nuestro Señor y hubiese más quien
le sirviese), me hizo Su Majestad una gran reprensión, diciéndome que con qué
tesoros se había hecho lo que estaba hecho hasta aquí; que no dudase de admitir
esta casa, que sería para mucho servicio suyo y aprovechamiento de las almas.
16. Como son tan poderosas estas palabras de Dios,
que no sólo las entiende el entendimiento, sino que le alumbra para entender la
verdad, y dispone la voluntad para querer obrarlo, así me acaeció a mí; que no
sólo gusté de admitirlo, sino que me pareció había sido culpa tanto detenerme y
estar tan asida a razones humanas, pues tan sobre razón he visto lo que Su
Majestad ha obrado por esta sagrada Religión.
17. Determinada en admitir esta fundación, me
pareció sería necesario ir yo con las monjas que en ella habían de quedar, por
muchas cosas que se me representaron, aunque el natural sentía mucho por haber
venido bien mala hasta Malagón y andarlo siempre (20)[20].
Mas pareciéndome se serviría nuestro Señor, lo escribí al prelado para que me
mandase lo que mejor le pareciese, el cual envió la licencia para la fundación
y precepto de que me hallase presente y llevase las monjas que me pareciese,
que me puso en harto cuidado, por haber de estar con las que allá estaban.
Encomendándolo mucho a nuestro Señor, saqué dos del monasterio de San José de Toledo,
la una para priora; y dos del de Malagón, y la una para supriora (21)[21].
Y como tanto se había pedido a Su Majestad, acertose muy bien, que no lo tuve
en poco; porque en las fundaciones que solas nosotras comienzan, todas se
acomodan bien.
18. Vinieron por nosotras el padre fray Antonio de
Jesús y el padre prior fray Gabriel de la Asunción (22)[22].
Dado todo recaudo del pueblo, partimos de Malagón, sábado antes de Cuaresma, a
trece días de febrero, año de 1580. Fue Dios servido de hacer tan buen tiempo y
darme tanta salud, que parecía nunca había tenido mal; que yo me espantaba y
consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca disposición cuando
entendemos se sirve el Señor, por contradicción que se nos ponga delante, pues
es poderoso de hacer de los flacos fuertes y de los enfermos sanos. Y cuando
esto no hiciere, será lo mejor padecer para nuestra alma, y puestos los ojos en
su honra y gloria olvidarnos a nosotros. ¿Para qué es la vida y la salud, sino
para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas, que jamás os irá mal
en ir por aquí.
19. Yo confieso que mi ruindad y flaqueza muchas
veces me ha hecho temer y dudar; mas no me acuerdo ninguna, después que el
Señor me dio hábito de Descalza, ni algunos años antes, que no me hiciese merced,
por su sola misericordia, de vencer estas tentaciones y arrojarme a lo que
entendía era mayor servicio suyo, por dificultoso que fuese. Bien claro
entiendo que era poco lo que hacía de mi parte, mas no quiere más Dios de esta
determinación para hacerlo todo de la suya. Sea por siempre bendito y alabado,
amén.
20. Habíamos de ir al monasterio de nuestra Señora
del Socorro, que ya queda dicho (23)[23]
que está tres leguas de Villanueva, y detenernos allí para avisar cómo íbamos,
que lo tenían así concertado, y yo era razón obedeciese a estos Padres, con
quien íbamos, en todo. Está esta casa en un desierto y soledad harto sabrosa; y
como llegamos cerca, salieron los frailes a recibir a su Prior con mucho
concierto. Como iban descalzos y con sus capas pobres de sayal, hiciéronnos a
todas devoción, y a mí me enterneció mucho pareciéndome estar en aquel florido
tiempo de nuestros santos Padres. Parecían en aquel campo unas flores blancas
olorosas, y así creo yo lo son a Dios, porque, a mi parecer, es allí servido
muy a las veras. Entraron en la iglesia con un Te Deum y voces muy mortificadas. La entrada de ella es debajo de
tierra, como por una cueva, que representaba la de nuestro Padre Elías (24)[24].
Cierto, yo iba con tanto gozo interior, que diera por muy bien empleado más
largo camino; aunque me hizo harta lástima ser ya muerta la santa por quien
nuestro Señor fundó esta casa, que no merecí verla, aunque lo deseé mucho (25)[25].
21. Paréceme no será cosa ociosa tratar aquí algo de
su vida y por los términos que nuestro Señor quiso se fundase allí este
monasterio, que tanto provecho ha sido para muchas almas de los lugares del
rededor, según soy informada; y para que viendo la penitencia de esta santa,
veáis, mis hermanas, cuán atrás quedamos nosotras, y os esforcéis para de nuevo
servir a nuestro Señor; pues no hay por qué seamos para menos, pues no venimos
de gente tan delicada y noble; que aunque esto no importe, dígolo porque había
tenido vida regalada, conforme a quien era, que venía de los Duques de Cardona,
y así se llamaba ella doña Catalina de Cardona (26)[26].
Después de algunas veces que me escribió, sólo firmaba «la Pecadora».
22. De su vida, antes que el Señor la hiciese tan
grandes mercedes, dirán los que escribieren su vida, y más particularmente lo
mucho que hay que decir de ella. Por si no llegare a vuestra noticia, diré aquí
lo que me han dicho algunas personas que la trataban, dignas de creer.
23. Estando esta santa entre personas y señores de
mucha calidad, siempre tenía mucha cuenta con su alma y hacía penitencia.
Creció tanto el deseo de ella y de irse adonde sola pudiese gozar de Dios y
emplearse en hacer penitencia, sin que ninguno la estorbase. Esto trataba con
sus confesores y no se lo consentían, que, como está ya el mundo tan puesto en
discreción y casi olvidadas las grandes mercedes que hizo Dios a los santos y
santas que en los desiertos le sirvieron, no me espanto les pareciese desatino.
Mas como no deja Su Majestad de favorecer a los verdaderos deseos para que se
pongan en obra, ordenó que se viniese a confesar con un padre francisco, que
llaman fray Francisco de Torres, a quien yo conozco muy bien, y le tengo por
santo, y con grande hervor de penitencia y oración ha muchos años que vive y
con hartas persecuciones. Debe bien de saber la merced que Dios hace a los que
se esfuerzan a recibirlas, y así le dijo que no se detuviese, sino que siguiese
el llamamiento que Su Majestad le hacía. No sé yo si fueron éstas las palabras,
mas entiéndese, pues luego lo puso por obra.
24. Descubriose a un ermitaño que estaba en Alcalá
(27)[27],
y rogole se fuese con ella, sin que jamás lo dijese a ninguna persona. Y
aportaron (28)[28]
adonde está este monasterio, adonde halló una covezuela, que apenas cabía. Aquí
la dejó. Mas ¡qué amor debía llevar, pues ni tenía cuidado de lo que había de
comer, ni los peligros que le podían suceder, ni la infamia que podía haber
cuando no pareciese! ¡Qué borracha debía de ir esta santa alma, embebida en que
ninguno la estorbase de gozar de su Esposo, y qué determinada a no querer más
mundo, pues así huía de todos sus contentos!
25. Consideremos esto bien, hermanas, y miremos cómo
de un golpe lo venció todo. Porque aunque no sea menos lo que vosotras hacéis
en entraros en esta sagrada Religión y ofrecer a Dios vuestra voluntad y profesar
tan continuo encerramiento, no sé si se pasan estos hervores del principio a
algunas, y tornamos a sujetarnos en algunas cosas de nuestro amor propio. Plega
a la divina Majestad que no sea así, sino que, ya que remedamos a esta santa en
querer huir del mundo, estemos en todo muy fuera de él en lo interior.
26. Muchas cosas he oído de la grande aspereza de su
vida, y débese de saber lo menos. Porque en tantos años como estuvo en aquella
soledad con tan grandes deseos de hacerla, no habiendo quien a ellos le fuese a
la mano, terriblemente debía tratar su cuerpo (29)[29].
Diré lo que a ella misma oyeron algunas personas y las monjas de San José de
Toledo, adonde ella entró a verlas, y como con hermanas hablaba con llaneza, y
así lo hacía con otras personas, porque era grande su sencillez y debíalo ser
la humildad. Y como quien tenía entendido que no tenía ninguna cosa de sí,
estaba muy lejos de vanagloria, y gozábase de decir las mercedes que Dios la
hacía para que por ellas fuese alabado y glorificado su nombre: cosa peligrosa
para los que no han llegado a este estado, que, por lo menos, les parece
alabanza propia; aunque la llaneza y santa simplicidad la debía librar de esto,
porque nunca oí ponerle esta falta.
27. Dijo que había estado ocho (30)[30]
años en aquella cueva, y muchos días pasando con las hierbas del campo y
raíces; porque, como se le acabaron tres panes que le dejó el que fue con ella,
no lo tenía hasta que fue por allí un pastorcico (31)[31].
Este la proveía después de pan y harina, que era lo que ella comía: unas
tortillas cocidas en la lumbre, y no otra cosa; esto a tercer día (32)[32],
y es muy cierto, que aun los frailes que están allí son testigos, y era ya
después que ella estaba muy gastada. Algunas veces la hacían comer una sardina,
u otras cosas (33)[33],
cuando ella fue a procurar cómo hacer el monasterio, y antes sentía daño que
provecho. Vino nunca lo bebió, que yo haya sabido. Las disciplinas eran con una
gran cadena, y duraban muchas veces dos horas, y hora y media. Los cilicios tan
asperísimos, que me dijo una persona, mujer (34)[34],
que viniendo de romería se había quedado a dormir con ella una noche, y héchose
dormida, y que la vio quitar los cilicios llenos de sangre y limpiarlos. Y más
era lo que pasaba –según ella decía a estas monjas que he dicho– (35) [35]con
los demonios, que le aparecían como unos alanos grandes, y se la subían por los
hombros, y otras como culebras. Ella no les había ningún miedo.
28. Después que hizo el monasterio, todavía se iba,
y estaba y dormía, a su cueva, si no era ir a los Oficios Divinos. Y antes que
se hiciese, iba a misa a un monasterio de Mercedarios (36)[36],
que está un cuarto de legua, y algunas veces de rodillas. Su vestido era buriel
y túnica de sayal (37)[37],
y de manera hecho, que pensaban era hombre.
Después de estos años que aquí estuvo tan a solas,
quiso el Señor se divulgase, y comenzaron a tener tanta devoción con ella, que
no se podía valer de la gente. A todos hablaba con mucha caridad y amor.
Mientras más iba el tiempo, mayor concurso de gente acudía; y quien la podía
hablar, no pensaba tenía poco. Ella estaba tan cansada de esto, que decía la
tenían muerta. Venía día estar todo el campo lleno de carros casi. Después que
estuvieron allí los frailes, no tenían otro remedio sino levantarla en alto para
que les echase la bendición, y con eso se libraban.
Después de los ocho años que estuvo en la cueva, que
ya era mayor, porque se la habían hecho los que allí iban, diole una enfermedad
muy grande, que pensó morirse, y todo lo pasaba en aquella cueva.
29. Comenzó a tener deseos de que hubiese allí un
monasterio de frailes, y con éste estuvo algún tiempo no sabiendo de qué Orden
le haría; y estando una vez rezando a un crucifijo que siempre traía consigo,
le mostró nuestro Señor una capa blanca, y entendió que fuese de los Descalzos
Carmelitas, y nunca había venido a su noticia que los había en el mundo.
Entonces estaban hechos solos dos monasterios, el de Mancera y Pastrana.
Debíase después de esto de informar, y como supo que le había en Pastrana y ella
tenía mucha amistad con la Princesa de Éboli, de tiempos pasados, mujer del
príncipe Ruy Gómez, cuya era Pastrana, partióse para allá a procurar cómo hacer
este monasterio que ella tanto deseaba.
30. Allí, en el monasterio de Pastrana, en la
iglesia de San Pedro –que así se llama– tomó el hábito de nuestra Señora (38)[38];
aunque no con intento de ser monja ni profesar, que nunca a ser monja se
inclinó, como el Señor la llevaba por otro camino; parecíale le quitaran por
obediencia sus intentos de asperezas y soledad. Estando presentes todos los
frailes, recibió el hábito de nuestra Señora del Carmen.
31. Hallose allí el padre Mariano –de quien ya he
hecho mención en estas fundaciones– (39)[39],
el cual me dijo a mí misma que le había dado una suspensión o arrobamiento, que
del todo le enajenó; y que estando así, vio muchos frailes y monjas muertos;
unos descabezados, otros cortadas las piernas y los brazos, como que los
martirizaban, que esto se da a entender en esta visión. Y no es hombre que dirá
sino lo que viere, ni tampoco está acostumbrado su espíritu a estas
suspensiones, que no le lleva Dios por este camino. Rogad a Dios, hermanas, que
sea verdad y que en nuestros tiempos merezcamos ver tan gran bien y ser
nosotras de ellas.
32. De aquí de Pastrana comenzó a procurar la santa
Cardona con qué hacer su monasterio, y para esto tornó a la Corte, de donde con
tanta gana había salido, que no le sería pequeño tormento, adonde no le
faltaron hartas murmuraciones y trabajos; porque cuando salía de casa no se podía
valer de gente. Esto en todas las partes que fue. Unos le cortaban del hábito,
otros de la capa. Entonces fue a Toledo, adonde estuvo con nuestras monjas.
Todas me han afirmado que era tan grande el olor que tenía de reliquias, que
hasta el hábito y la cinta, después que le dejó, porque le dieron otro y se le
quitaron, era para alabar a nuestro Señor el olor. Y mientras más a ella se
llegaban, era mayor, con ser los vestidos de suerte con la calor, que hacía
mucha, que antes le habían de tener malo. Sé que no dirán sino toda verdad, y
así quedaron con mucha devoción.
33. En la Corte y otras partes le dieron para poder
hacer su monasterio y, llevando licencia, se fundó. Hízose la iglesia adonde
era su cueva, y a ella le hicieron otra desviada, adonde tenía un sepulcro de
bulto y se estaba noche y día lo más del tiempo. Durole poco, que no vivió sino
cerca de cinco años y medio después que tuvo allí el monasterio, que con la
vida tan áspera que hacía, aun lo que había vivido parecía sobrenatural. Su
muerte fue año de 1577, a lo que ahora me parece (40)[40].
Hiciéronle las honras con grandísima solemnidad; porque un caballero que llaman
fray Juan de León (41)[41],
tenía gran devoción con ella, y puso en esto mucho. Está ahora enterrada en
depósito en una capilla de nuestra Señora, de quien ella era en extremo devota,
hasta hacer mayor iglesia de la que tienen, para poner su bendito cuerpo como
es razón.
34. Es grande la devoción que tienen en este
monasterio por su causa, y así parece quedó en él y en todo aquel término, en
especial mirando aquella soledad y cueva, adonde estuvo. Antes que determinase
hacer el monasterio, me han certificado que estaba tan cansada y afligida de
ver la mucha gente que la venía a ver, que se quiso ir a otra parte adonde
nadie supiese de ella; y envió por el ermitaño que la había traído allí para
que la llevase, y era ya muerto. Y nuestro Señor, que tenía determinado se
hiciese allí esta casa de nuestra Señora, no la dio lugar a que se fuese;
porque –como he dicho– (42)[42]
entiendo se sirve mucho allí. Tienen gran aparejo, y vese bien en ellos que
gustan de estar apartados de gente; en especial el prior (43)[43],
que también le sacó Dios, para tomar este hábito, de harto regalo, y así le ha
pagado bien con hacérselos espirituales.
35. Hízonos allí mucha caridad. Diéronnos de lo que
tenían en la iglesia, para la que íbamos a fundar, que, como esta santa era
querida de tantas personas principales, estaba bien proveída de ornamentos. Yo
me consolé muy mucho lo que allí estuve, aunque con harta confusión, y me dura;
porque veía que la que había hecho allí la penitencia tan áspera era mujer como
yo, y más delicada, por ser quien era y no tan gran pecadora como yo soy; que
en esto, de la una a la otra no se sufre comparación, y he recibido muy mayores
mercedes de nuestro Señor de muchas maneras, y no me tener ya en el infierno,
según mis grandes pecados, es grandísima. Sólo el deseo de remedarla, si
pudiera, me consolaba, mas no mucho; porque toda mi vida se me ha ido en deseos
y las obras no las hago. Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he
confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo
hábito por la bondad del Señor traigo.
36. Acabando de comulgar un día en aquella santa
iglesia, me dio un recogimiento muy grande con una suspensión que me enajenó.
En ella se me representó esta santa mujer por visión intelectual, como cuerpo
glorificado, y algunos ángeles con ella. Díjome que no me cansase, sino que
procurase ir adelante en estas fundaciones. Entiendo yo, aunque no lo señaló,
que ella me ayudaba delante de Dios. También me dijo otra cosa que no hay para
qué la escribir (44)[44].
Yo quedé harto consolada y con deseo de trabajar. Y espero en la bondad del
Señor, que con tan buena ayuda como estas oraciones, podré servirle en algo.
Veis aquí, hermanas mías, cómo ya acabaron estos
trabajos, y la gloria que tiene será sin fin. Esforcémonos ahora, por amor de
nuestro Señor, a seguir esta hermana nuestra. Aborreciéndonos a nosotras
mismas, como ella se aborreció, acabaremos nuestra jornada, pues se anda con
tanta brevedad y se acaba todo.
37. Llegamos el domingo primero de la cuaresma, que
era víspera de la Cátedra de San Pedro, día de San Barbaciani (45)[45],
año de 1580, a Villanueva de la Jara. Este mismo día se puso el Santísimo
Sacramento en la iglesia de la gloriosa Santa Ana, a la hora de misa mayor.
Saliéronnos a recibir todo el ayuntamiento y otros algunos con el doctor
Ervías, y fuímonos a apear a la iglesia del pueblo, que estaba bien lejos de la
de Santa Ana. Era tanta la alegría de todo el pueblo, que me hizo harta
consolación ver con el contento que recibían la Orden de la sacratísima Virgen
Señora nuestra. Desde lejos oíamos el repicar de las campanas. Entradas en la
iglesia, comenzaron el Te Deum, un
verso la capilla de canto de órgano, y otro el órgano. Acabado, tenían puesto
el Santísimo Sacramento en unas andas y a nuestra Señora en otras, con cruces y
pendones. Iba la procesión con harta autoridad. Nosotras, con nuestras capas
blancas y velos delante del rostro, íbamos en mitad, cabe el Santísimo
Sacramento, y junto a nosotras nuestros frailes Descalzos, que fueron hartos
del monasterio, y los franciscos (que hay monasterio en el lugar, de San
Francisco) iban allí, y un fraile dominico, que se halló en el lugar, que
aunque era solo me dio contento ver allí aquel hábito. Como era lejos, había
muchos altares. Deteníanse algunas veces diciendo letras de nuestra Orden, que
nos hacía harta devoción y ver que todos iban alabando al gran Dios que
llevábamos presente, y que por Él se hacía tanto caso de siete pobrecillas
Descalzas que íbamos allí. Con todo esto que yo consideraba, me hacía harta
confusión, acordándome iba yo entre ellas, y cómo, si se hubiera de hacer como
yo merecía, fuera volverse todos contra mí.
38. Heos dado tan larga cuenta de esta honra que se
hizo al hábito de la Virgen para que alabéis a nuestro Señor y le supliquéis se
sirva de esta fundación; porque con más contento estoy cuando es con mucha
persecución y trabajos, y con más gana os los cuento. Verdad es que estas
hermanas que estaban aquí los han pasado casi seis años; al menos más de cinco
y medio que ha que entraron en esta casa de la gloriosa Santa Ana, dejada la
mucha pobreza y trabajo que tenían en ganar de comer, porque nunca quisieron
pedir limosna (la causa era porque no les pareciese estaban allí para que las
diesen de comer), y la gran penitencia que hacían, así en ayunar mucho y comer
poco, malas camas y muy poquita casa, que para tanto encerramiento como siempre
tuvieron era harto trabajo.
39. El mayor que me dijeron habían tenido era el
grandísimo deseo de verse con el hábito, que éste noche y día las atormentaba
grandísimamente, pareciéndoles nunca lo habían de ver, y así toda su oración
era por que Dios las hiciese esta merced, con lágrimas muy ordinarias. Y en
viendo que había algún desvío, se afligían en extremo y crecía la penitencia.
De lo que ganaban, dejaban de comer para pagar los mensajeros que iban a mí, y
mostrar la gracia que ellas podían con su pobreza a los que las podían ayudar
en algo. Bien entiendo yo, después que las traté y vi su santidad, que sus
oraciones y lágrimas habían negociado para que la Orden las admitiese. Y así he
tenido por muy mayor tesoro que estén en ella tales almas que si tuvieran mucha
renta, y espero irá la casa muy adelante.
40. Pues como entramos en la casa, estaban todas a
la puerta de adentro cada una de su librea; porque como entraron se estaban,
que nunca habían querido tomar traje de beatas, esperando esto, aunque el que
tenían era harto honesto; que bien parecía en él tener poco cuidado de sí,
según estaban mal aliñadas, y casi todas tan flacas, que se mostraba haber
tenido vida de harta penitencia.
41. Recibiéronnos con hartas lágrimas del gran
contento, y hase parecido no ser fingidas y su mucha virtud en la alegría que
tienen y la humildad y obediencia a la Priora; y a todas las que vinieron a
fundar no saben placeres que les hacer. Todo su miedo era si se habían de
tornar a ir, viendo su pobreza y poca casa. Ninguna había mandado, sino, con
gran hermandad, cada una trabajaba lo más que podía. Dos, que eran de más edad,
negociaban cuando era menester; las otras jamás hablaban con ninguna persona,
ni querían. Nunca tuvieron llave a la puerta, sino una aldaba; ni ninguna osaba
llegar a ella, sino la más vieja respondía. Dormían muy poco, por ganar de
comer y por no perder la oración, que tenían hartas horas; los días de fiesta
todo el día. Por los libros de fray Luis de Granada y de fray Pedro de
Alcántara se gobernaban.
42. El más tiempo rezaban el Oficio Divino, con un
poco que sabían leer, que sola una lee bien, y no con breviarios conformes (46)[46].
Unos les habían dado de lo viejo romano algunos clérigos, como no se
aprovechaban de ellos; otros, como podían. Y como no sabían leer, estábanse
muchas horas. Esto no lo rezaban adonde de fuera las oyesen (47)[47].
Dios tomaría su intención y trabajo, que pocas verdades debían decir. Como el
padre fray Antonio de Jesús las comenzó a tratar, hizo que no rezasen sino el
oficio de nuestra Señora. Tenían su horno en que cocían el pan, y todo con un
concierto como si tuvieran quien las mandara.
43. A mí me hizo alabar a nuestro Señor, y mientras
más las trataba más contento me daba haber venido. Paréceme que por muchos
trabajos que hubiera de pasar, no quisiera haber dejado de consolar estas
almas. Y las que quedan de mis compañeras me decían que luego a los primeros
días les hizo alguna contradicción, mas que como las fueron conociendo y
entendiendo su virtud, estaban alegrísimas de quedar con ellas y las tenían
mucho amor. Gran cosa puede la santidad y virtud. Verdad es que eran tales, que
aunque hallaran muchas dificultades y trabajos los llevaran bien con el favor
del Señor, porque desean padecer en su servicio. Y la hermana que no sintiere
en sí este deseo, no se tenga por verdadera Descalza, pues no han de ser
nuestros deseos descansar, sino padecer por imitar en algo a nuestro verdadero
Esposo. Plega a Su Majestad nos dé gracia para ello, amén.
44. De donde comenzó esta ermita de Santa Ana, fue
de esta manera: vivía aquí en este dicho lugar de Villanueva de la Jara un
clérigo natural, de Zamora, que había sido fraile de nuestra Señora del Carmen.
Era devoto de la gloriosa Santa Ana. Llamábase Diego de Guadalajara, y así hizo
cabe su casa esta ermita, y tenía por donde oír misa; y con la gran devoción
que tenía, fue a Roma y trajo una bula con muchos perdones para esta iglesia o
ermita. Era hombre virtuoso y recogido. Cuando murió, mandó en su testamento
que esta casa y todo lo que tenía fuese para un monasterio de monjas de nuestra
Señora del Carmen; y si esto no hubiese efecto, que lo tuviese un capellán que
dijese algunas misas cada semana, y que cada y cuando que fuese monasterio, no
se tuviese obligación de decir las misas.
45. Estuvo así con un capellán más de veinte años,
que tenía la hacienda bien desmedrada, porque, aunque estas doncellas entraron
en la casa, sola la casa tenían. El capellán estaba en otra casa de la misma
capellanía, que dejará ahora con lo demás, que es bien poco; mas la misericordia
de Dios es tan grande que no dejará de favorecer la casa de su gloriosa abuela.
Plega a Su Majestad que sea siempre servido en ella, y le alaben todas las
criaturas por siempre jamás, amén.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 28
Carmelo de Villanueva de la Jara
Es el capítulo más extenso y más complejo de cuantos ha
escrito hasta aquí. Nueve folios tupidos, que, escritos en cuadernillo aparte,
formaron por sí mismos una unidad autónoma. Incorporados luego al cuaderno de
las Fundaciones, siguen careciendo de numeración de capítulo. De hecho, lo
redacta la Santa en La Jara, a los cuatro años de ultimado el epílogo
precedente.
Según el título, el capítulo trataría únicamente de esa
fundación de Villanueva de la Jara (Cuenca). En realidad se extiende a varios sectores
circundantes, a saber:
– Resume
los precedentes cuatro años de acoso a los Descalzos (nn. 1‑7);
– Recuerda
la propuesta de las nueve reclusas de Villanueva; rechazada por parte de la
Santa; y finalmente, aceptada por ésta (nn. 8‑17);
– Base de operaciones,
la ermita‑cueva de los Descalzos en La Roda (nn. 10‑20);
– Singular
semblanza de la ermitaña Catalina de Cardona (nn. 21‑36);
– Viaje
triunfal a Villanueva y fundación de ese Carmelo (nn. 37‑45).
La Santa comienza resumiendo lo sufrido durante el
cuatrienio de pausa fundacional: "No hago sino tocar en ello para que (lo)
entiendan las monjas que vinieren". Está convencida de que su obra de las
fundaciones ha estado a punto de ir a pique. Factores determinantes han sido,
por un lado, los decretos del Capítulo General de Piacenza en el lejano 1575,
que dictaminó, entre otras cosas, la supresión de todas las fundaciones de
Descalzos en Andalucía. Y por otro, las condenas y cárceles infligidas por el
Nuncio Felipe Sega a los superiores de los Descalzos: Gracián, Antonio Heredia,
Ambrosio Mariano... (Omite el nombre de fray Juan de la Cruz, que sin embargo
al ser encarcelado en 1577, motivó una de sus dos cartas fulminantes al rey.
Otra carta similar al mismo Felipe II la escribe en 1577 para defender a
Gracián contra las calumnias de un libelo infame).
Aquí, en el presente capítulo, relaciona el desenlace de
esa grave situación de los Descalzos con la intervención del mismo Felipe II,
gracias al cual el nuncio Sega hubo de nombrar un tribunal de cuatro asesores
selectos, que en diciembre de 1578 dictaron sentencia más o menos favorable a
los Descalzos.
Con la fundación de Villanueva de la Jara, Teresa sale
de ese atolladero.
La historia del Carmelo de Villanueva comienza con el
episodio de las nueve jóvenes ermitañas o anacoretas de Villanueva que claman
por la venida de la Santa para iniciar vida carmelita. A Teresa le llega ese
clamor "estando en Toledo, que venía de la fundación de Sevilla"
(1576). Era quizás el peor momento. Ya se le había dado el caso similar de
Beas, pero allí las postulantes eran solas dos beatas excepcionales. Ahora son
un grupo numeroso, que si ha de iniciar vida carmelita, tendrá que adaptarse al
nuevo estilo de hermandad "que llevamos juntas", y a los criterios de
la nueva superiora y monjas advenedizas.
La Santa se resiste: "Era tanto lo que yo temía el
admitir tantas hermanas, pareciéndome había de haber algún bando..." (n.
14). Resiste al acoso de cartas que le llegan de todas partes, incluso del
ayuntamiento de la Villa. Alega en contra un sartal de razones, cinco,
formuladas una a una (n. 9). Pero lo consulta por doble partida: primero, al
Provincial Ángel de Salazar, que se pliega a sus razones; luego, al teólogo de
turno, Alonso Velázquez, que en cambio es de parecer favorable a "las
nueve".
De los letrados pasa a la oración, y una sola palabra
del Señor la cambia radicalmente de parecer. Teresa se halla en Malagón. Es ya
el año 1580. Está enferma. De Malagón a Villanueva son "26 leguas",
dice ella. Pero irá personalmente "por muchas causas..., aunque el natural
sentía mucho por haber venido bien mala hasta Malagón, y andarlo siempre"
(n. 17). Era pleno invierno 1579/1580.
Cuenta rápidamente la mediación de los carmelitas
ermitaños de la Roda, y pasa a perfilar la extraña figura de Catalina de
Cardona, residente como un ermitaño más en los antros de ese eremitorio de
Nuestra Señora del Socorro, a 3 leguas de Villanueva. Esta vez no introduce la
semblanza de la Cardona como un modelo más de vocación carmelita, sino como un
admirable y admirado ejemplo de renuncia al mundo y de vida penitente. La
Cardona trabaja por la fundación de Descalzos en la Roda. No parece que se
interesase por la de Descalzas en Villanueva. Con todo, Teresa la colma de
superlativos, hasta pasarse de raya en el ditirambo. En última instancia,
tendrá que insinuar en voz baja un correctivo que le llega desde sus
experiencias místicas: "También me dijo (el Señor) otra cosa que no hay
para qué la escribir" (n. 36), aludiendo probablemente a lo referido en la
Relación 23.
La última sección del capítulo cuenta, por fin, la
fundación. El relato adquiere tono triunfal. Para ir a Villanueva, la Santa ha
seleccionado dos monjas de Toledo y otras dos de Malagón. "Y como tanto se
había pedido a Su Majestad, acertose muy bien", comenta. Pese a lo crudo
del invierno (febrero), las viajeras tuvieron buen tiempo y, sobre todo,
disfrutó ella de "tanta salud, que parecía nunca había tenido mal, que yo
me espantaba".
Fue gloriosa la entrada y travesía de la Villa, en
procesión, campanas al vuelo. Pero más que todo eso supuso la excelente
impresión que las nueve reclusas produjeron a la Santa tras la ansiosa espera
de "casi seis años" de trámites y recelos. "Después que las
traté –escribe– y vi su santidad, (comprendí) que sus oraciones y lágrimas
habían negociado... y he tenido por muy mayor tesoro que estén en la Orden
tales almas..." (n. 39). E insiste: "Mientras más las trataba, más
contento me daba haber venido" (n. 43).
Y otro tanto ocurre a sus compañeras fundadoras. También
ellas habían compartido los temores y recelos de la Santa. Pero ahora
"como las fueron conociendo y entendiendo su virtud, estaban alegrísimas
de quedar con ellas y las tenían mucho amor" (n. 43).
En resumen: la Santa y su comitiva habían partido de
Malagón el 13 de febrero. Entre el 17 y el 20, se detienen unos días en La
Roda. El 21 llegan a Villanueva. El siguiente día 25 reciben el hábito las
nueve postulantes. El 20 de marzo, la Santa sale de nuevo para Toledo, adonde
llega el 26, y a los pocos días cae gravemente enferma del corazón.
Pero la empresa de Villanueva de la Jara había sido
gratificante y gloriosa. La Santa había comenzado recelosa, luego decidida, y
finalmente apoteósica.
Notas del comentario:
1. Sobre la actitud de la Santa en el cuatrienio de
prueba, pueden verse sus cartas de esos años. Entre ellas, las tres cartas al
P. General: 83, 102, 271. Las dos cartas a Felipe II: una para clamar contra la
prisión de fray Juan de la Cruz, carta 218, y otra en defensa de Gracián
vilmente calumniado, carta 208. O bien, la exposición que hace en 1578 a don
Teutonio de Braganza, carta 226. Mucho más copiosamente en el carteo con
Gracián.
2. La Roda (Albacete). Aludido repetidamente en el
relato. Era un eremitorio de Carmelitas Descalzos. En torno a la ermita de
Nuestra Señora del Socorro, se había fundado en 1572 por iniciativa y a
expensas de Catalina de Cardona el convento de Descalzos, que en 1603 se
trasladó a Villanueva de la Jara.
3. Dos personajes contrastantes, entre los mencionados
en el capítulo, son el Nuncio papal Felipe Sega y la extravagante ermitaña
Catalina de Cardona. El primero (1537‑1596), personaje poderoso en los
pontificados de Pío IV, Pío V y Gregorio XIII, es sucesor de Ormaneto en la
Nunciatura de Madrid a partir de julio de 1577, hasta 1581. Adverso a la obra
de la Madre Teresa, nunca se interesó por la persona de ésta ni se relacionó
con ella. La segunda es Catalina de Cardona (1519‑1577), personaje extraño, que
primero formó parte del séquito de la princesa de Éboli y luego de la Corte de
Madrid, hasta que en 1563 se retira al desierto y hace vida ermitaña en una
cueva de La Roda. En Pastrana viste el hábito de fraile descalzo. Y prosigue su
vida penitente en el mismo retiro de La Roda, hasta su muerte el 11.5.1577. No
tuvo relaciones personales con la Santa, ni llegaron a conocerse entre sí.
Notas del texto teresiano
[1]
Al reanudar el libro, omitió la numeración del capítulo, comenzando
directamente con el título. – Recordamos al lector que con ocasión de la
interrupción redaccional de las Fundaciones, entre el cap. precedente y éste
insertó la Autora los «cuatro avisos a los Padres Descalzos». Los omitimos
aquí, por ser ajenos a la presente obra.
[6]
Era Nicolás Ormaneto, que murió en Madrid el 18 de junio de 1577. – Le sucedió
en el cargo Felipe Sega, que llegó a Madrid el 30 de agosto de 1577, mal
predispuesto contra la Santa (a quien motejó de «fémina inquieta y andariega»)
y su Reforma, a causa de los torcidos informes recibidos en Roma antes de su
partida: era pariente del Cardenal Felipe Buoncompagni, Protector de los
Carmelits y sobrino del Papa Gregoroio XIII. Por eso la Santa sice en sequida
que Sega «era algo deudo del Papa».
[12]
Acompañados, equivale a consultores,
consejeros. – Fueron D. Luis Manrique, capellán y limosnero mayor del Rey, fray
Lorenzo de Villavicencio, agustino, y los dominicos Hernando del Castillo y
Pedro Fernández. El 1 de abril 1579 anularon la autoridad de los Provinciales
sobre los Reformados y nombraron en su lugar al P. Ángel de Salazar.