Libro de las Fundaciones
Comienza la fundación del monasterio de la Santísima
Trinidad en la ciudad de Soria. Fundose el año de 1581. Díjose la primera misa
día de nuestro padre San Eliseo (1)[1].
1. Estando yo en Palencia, en la fundación que queda
dicha de allí, me trajeron una carta del obispo de Osma, llamado el Doctor
Velázquez, a quien, siendo él canónigo y catedrático en la iglesia mayor de
Toledo y andando yo todavía con algunos temores, procuré tratar, porque sabía
era muy gran letrado y siervo de Dios (2)[2];
y así le importuné mucho tomase cuenta con mi alma y me confesase. Con ser muy
ocupado, como se lo pedí por amor de nuestro Señor y vio mi necesidad, lo hizo
de tan buena gana, que yo me espanté, y me confesó y trató todo el tiempo que
yo estuve en Toledo, que fue harto. Yo le traté con toda llaneza mi alma, como
tengo de costumbre. Hízome tan grandísimo provecho, que desde entonces comenzé
a andar sin tantos temores (3)[3].
Verdad es que hubo otra ocasión, que no es para aquí. Mas, en efecto, me hizo
gran provecho, porque me aseguraba con cosas de la Sagrada Escritura, que es lo
que más a mí me hace al caso cuando tengo la certidumbre de que lo sabe bien,
que la tenía de él, junto con su buena vida.
2. Esta carta me escribía desde Soria, adonde estaba
al presente. Decíame cómo una señora que allí confesaba le había tratado de una
fundación de monasterio de monjas nuestras que le parecía bien; que él había
dicho acabaría conmigo que fuese allá a fundarla; que no le echase en falta, y
que, como me pareciese era cosa que convenía, se lo hiciese saber, que él
enviaría por mí. Yo me holgué harto, porque, dejado ser buena la fundación,
tenía deseo de comunicar con él algunas cosas de mi alma, y de verle; que, del
gran provecho que la hizo, le había yo cobrado mucho amor.
3. Llámase esta señora fundadora doña Beatriz de
Beamonte y Navarra, porque viene de los reyes de Navarra, hija de don Francés
de Beamonte, de claro linaje y muy principal. Fue casada algunos años y no tuvo
hijos y quedole mucha hacienda y había mucho que tenía por sí de hacer un
monasterio de monjas (4)[4].
Como lo trató con el obispo y él le dio noticia de esta Orden de nuestra Señora
de Descalzas, cuadrole tanto, que le dio gran prisa para que se pusiese en
efecto.
4. Es una persona de blanda condición, generosa,
penitente; en fin, muy sierva de Dios. Tenía en Soria una casa buena, fuerte,
en harto buen puesto; y dijo que nos daría aquélla con todo lo que fuese
menester para fundar, y ésta dio con quinientos ducados de juro de a 25 el
millar. El Obispo se ofreció a dar una iglesia harto buena, toda de bóveda, que
era de una parroquia que estaba cerca (5)[5],
que con un pasadizo nos ha podido aprovechar. Y púdolo hacer bien, porque era
pobre, y allí hay muchas iglesias, y así la pasó a otra parte. De todo esto me
dio relación en su carta. Yo lo traté con el padre Provincial, que fue entonces
allí (6)[6];
y a él y a todos los amigos les pareció escribiese con un propio viniesen por
mí; porque ya estaba la fundación de Palencia acabada, y yo que me holgué harto
de ello, por lo dicho.
5. Yo comencé a traer las monjas que había de llevar
allá conmigo, que fueron siete, porque aquella señora antes quisiera más que
menos, y una freila, y mi compañera y yo (7)[7].
Vino persona por nosotras bien para el propósito, en diligencia, porque yo le
dije había de llevar dos padres conmigo, Descalzos; y así llevé al padre
Nicolás de Jesús María, hombre de mucha perfección y discreción, natural de
Génova. Tomó el hábito ya de más de cuarenta años (8)[8],
a mi parecer (al menos los ha ahora y ha pocos que le tomó), mas ha aprovechado
tanto en poco tiempo, que bien parece le escogió nuestro Señor para que en
estos tan trabajosos de persecuciones ayudase a la Orden, que ha hecho mucho;
porque los demás que podían ayudar, unos estaban desterrados, otros
encarcelados. De él, como no tenía oficio, que había poco –como digo– que
estaba en la Orden, no hacían tanto caso, o lo hizo Dios para que me quedase
tal ayuda.
6. Es tan discreto, que se estaba en Madrid en el
monasterio de los Calzados, como para otros negocios, con tanta disimulación,
que nunca le entendieron trataba de éstos, y así le dejaban estar.
Escribíamonos a menudo, que estaba yo en el monasterio de San José de Ávila, y
tratábamos lo que convenía, que esto le daba consuelo. Aquí se verá la
necesidad en que estaba la Orden, pues de mí se hacía tanto caso, a falta como
dicen, de hombres buenos (9)[9].
En todos estos tiempos experimenté su perfección y discreción; y así es de los
que yo amo mucho en el Señor y tengo en mucho, de esta Orden (10)[10].
Pues él y un compañero lego fueron con nosotras.
7. Tuvo poco trabajo en este camino; porque el que
envió el obispo nos llevaba con harto regalo y ayudó a poder dar buenas
posadas, que en entrando en el obispado de Osma querían tanto al obispo, que,
en decir que era cosa suya, nos las daban buenas. El tiempo lo hacía. Las
jornadas no eran grandes. Así poco trabajo se pasó en este camino, sino
contento; porque en oír yo los bienes que decían de la santidad del obispo, me
le daba grandísimo. Llegamos al Burgo, miércoles antes del día octavo del
Santísimo Sacramento (11)[11].
Comulgamos allí el jueves, que era la octava. Otro día, como llegamos y comimos
allí, porque no se podía llegar a Soria otro día, aquella noche tuvimos en una
iglesia, que no hubo otra posada, y no se nos hizo mala. Otro día oímos allí
misa y llegamos a Soria como a las cinco de la tarde. Estaba el santo obispo a
una ventana de su casa, que pasamos por allí, de donde nos echó su bendición,
que no me consoló poco, porque de prelado y santo, tiénese en mucho (12)[12].
8. Estaba aquella señora, nuestra fundadora
esperándonos a la puerta de su casa, que era adonde se había de fundar el
monasterio. No vimos la hora que entrar en ella, porque era mucha la gente.
Esto no era cosa nueva, que en cada parte que vamos, como el mundo es tan amigo
de novedades, hay tanto, que a no llevar velos delante del rostro, sería
trabajo grande; con esto se puede sufrir. Tenía aquella señora aderezada una
sala muy grande y muy bien, adonde se había de decir la misa, porque se había
de hacer pasadizo (13)[13]
para la que nos daba el obispo, y luego otro día, que era de nuestro padre san
Eliseo, se dijo (14)[14].
9. Todo lo que habíamos menester tenía muy cumplido
aquella señora, y dejonos en aquel cuarto, adonde estuvimos recogidas, hasta
que se hizo el pasadizo, que duró hasta la Transfiguración (15)[15].
Aquel día se dijo la primera misa en la iglesia con harta solemnidad y gente.
Predicó un padre de la Compañía (16)[16],
que el obispo era ya ido al Burgo, porque no pierde día ni hora sin trabajar,
aunque no estaba bueno, que le había faltado la vista de un ojo; que esta pena
tuve allí, que se me hacía gran lástima que vista que tanto aprovechaba en el
servicio de nuestro Señor se perdiese. Juicios son suyos. Para dar más a ganar
a su siervo debía ser, porque él no dejaba de trabajar como antes y para probar
la conformidad que tenía con su voluntad. Decíame que no le daba más pena que
si lo tuviera su vecino, que algunas veces pensaba que no le parecía le pesaría
si se le perdía la vista del otro; porque se estaría en una ermita sirviendo a
Dios, sin más obligación. Siempre fue éste su llamamiento antes que fuese
obispo, y me lo decía algunas veces, y estuvo casi determinado a dejarlo todo e
irse.
10. Yo no lo podía llevar, por parecerme que sería
de gran provecho en la Iglesia de Dios, y así deseaba lo que ahora tiene,
aunque el día que le dieron el obispado, como me lo envió a decir luego, me dio
un alboroto muy grande, pareciéndome le veía con una grandísima carga y no me
podía valer ni sosegar, y fuile a encomendar al coro a nuestro Señor. Su
Majestad me sosegó luego, que me dijo que sería muy en servicio suyo, y vase
pareciendo bien. Con el mal del ojo que tiene y otros algunos bien penosos, y
el trabajo que es ordinario, ayuna cuatro días a la semana, y otras
penitencias. Su comer es de bien poco regalo. Cuando anda a visitar, es a pie,
que sus criados no lo pueden llevar, y se me quejaban. Estos han de ser
virtuosos, o no estar en su casa. Fía poco de que negocios graves pasen por
provisores, y aun pienso todos, sino que pase por su mano. Tuvo dos años allí
al principio las más bravas persecuciones de testimonios, que yo me espantaba;
porque en caso de hacer justicia, es entero y recto. Ya éstas iban cesando;
aunque han ido a corte y adonde pensaban le podían hacer mal. Mas como se va ya
entendiendo el bien en todo el obispado, tienen poca fuerza, y él lo ha llevado
todo con tanta perfección, que los ha confundido, haciendo bien a los que sabía
le hacían mal. Por mucho que tenga que hacer, no deja de procurar tiempo para
tener oración.
11. Parece que me voy embebiendo en decir bien de
este santo, y he dicho poco. Mas para que se entienda quién es el principio de
la fundación de la Santísima Trinidad de Soria y se consuelen las que hubiere
de haber en él, no se ha perdido nada, que las de ahora bien entendido lo
tienen. Aunque él no dio la renta, dio la iglesia, y fue –como digo– quien puso
a esta señora en ello, a quien, como he dicho (17)[17],
no le falta mucha cristiandad y virtud y penitencia (18)[18].
12. Pues acabadas de pasarnos a la iglesia y de
aderezar lo que era menester para la clausura, había necesidad que yo fuese al
monasterio de San José de Ávila, y así me partí luego con harta gran calor (19)[19].
Y el camino que había era muy malo para carro. Fue conmigo un racionero de
Palencia, llamado Ribera (20)[20],
que fue en extremo lo que me ayudó en la labor del pasadizo y en todo, porque
el padre Nicolás de Jesús María fuese luego en haciéndose las escrituras de la
fundación, que era mucho menester en otra parte. Este Ribera tenía cierto
negocio en Soria cuando fuimos, y fue con nosotras. De allí le dio Dios tanta
voluntad de hacernos bien, que se puede encomendar a Su Majestad con los
bienhechores de la Orden.
13. Yo no quise viniese otro con mi compañera (21)[21]
y conmigo, porque es tan cuidadoso que me bastaba, y mientras menos ruido,
mejor me hallo por los caminos. En éste pagué lo bien que había ídome en la
ida. Porque, aunque quien iba con nosotras sabía el camino hasta Segovia, no el
camino de carro. Y así nos llevaba este mozo por partes que veníamos a apearnos
muchas veces, y llevaban el carro casi en peso por unos despeñaderos grandes.
Si tomábamos guías, llevábannos hasta adonde sabían había buen camino, y un
poco antes que viniese el malo, dejábannos, que decían tenían que hacer.
Primero que llegásemos a una posada, como no había certidumbre, habíamos pasado
mucho sol y aventura de trastornarse el carro muchas veces. Yo tenía pena por
el que iba con nosotras, porque ya que nos habían dicho que íbamos bien, era
menester tornar a desandar lo andado. Mas él tenía la virtud tan de raíz, que
nunca me parece le vi enojado, que me hizo espantar mucho y alabar a nuestro
Señor; que adonde hay virtud de raíz, hacen poco las ocasiones. Yo le alabo de
cómo fue servido sacarnos de aquel camino.
14. Llegamos a San José de Segovia víspera de San
Bartolomé (22)[22],
adonde estaban nuestras monjas penadas por lo que tardaba, que, como el camino
era tal, fue mucho. Allí nos regalaron, que nunca Dios me da trabajo que no le
pague luego, y descansé ocho y más días. Mas esta fundación fue tan sin ningún
trabajo, que de éste no hay que hacer caso, porque no es nada. Vine contenta
por parecerme tierra adonde espero en la misericordia de Dios se ha de servir
de que esté allí, como ya se va viendo. Sea para siempre bendito y alabado por
todos los siglos de los siglos, amén. Deo gracias.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 30
Fundación del Carmelo de Soria
"Estando yo en Palencia", escribe la Santa, surgió
el proyecto de fundar en Soria. Era hacia mayo de 1581. Emprende el viaje de
Palencia a Soria el 29 de ese mes. Llega a Soria el 2 de junio e inaugura la
fundación al día siguiente. Está de regreso en Ávila el 6 de septiembre. Y
probablemente en el otoño de ese año escribe ahí en Ávila el presente capítulo,
siendo ya priora del Carmelo abulense.
Entre todas las fundaciones teresianas, ésta de Soria se
lleva la palma por lo fácil y gozosa, casi triunfal: viaje en coche, acogida
cordial, iglesia y morada conventuales a punto, todo un coro de colaboradores
incondicionales manos a la obra... Tanta ventura tendrá su contrapunto a la
hora del regreso, con un viaje final horroroso.
Ese aire de bonanza se refleja en la tersura del relato,
que se desarrolla en cuatro momentos:
– Comienza
con el ofrecimiento y los planes para la fundación (nn. 1‑4);
– Sigue el
viaje Palencia‑Soria (nn. 5‑7);
– Fundación
del nuevo Carmelo (nn. 8‑11);
– Viaje de
regreso: Soria‑Ávila (nn. 12‑14).
Al ser tan llana la fundación, tan carente de flecos
dramatizantes y de dificultades burocráticas o económicas, el relato de la
Santa se deslíe en gratitudes y elogios a cuantos han colaborado en la empresa
fundacional. De suerte que el capítulo se llena de semblanzas y panegíricos de
esos buenos amigos, abundosamente historiados. Baste recordarlos uno a uno, sin
reiterar los perfiles ya esbozados por la pluma teresiana.
Primero de todos, el obispo Alonso Velázquez, profesor
que ha sido en las universidades de Alcalá y de Valladolid, confesor y asesor
de la Santa en Toledo (1576), es desde 1578 obispo de Osma (y, obviamente, de
Soria), lo será poco después (1583) de Santiago de Compostela. En ese momento
goza de la absoluta confianza de la Santa, a la que escribe largas misivas a la
vez que le ofrece para el nuevo Carmelo una iglesia parroquial "harto
buena, toda de bóveda". A lo largo y ancho del capítulo, ella lo colma de
elogios y gratitudes. Y entre tantas loas se le filtran dos alusiones veladas, casi
reticentes. Así, al referir su encuentro en Toledo: "Verdad es que hubo
otra ocasión (en la elección de confesor) que no es para aquí" (n.1).
Tímida referencia al hecho místico en que el Señor la remite a Alonso Velázquez
como asesor de su alma y que ella relata en la Relación 63. De signo diverso es
la otra alusión velada, al referir el viaje soriano: "Yo me alegré harto, porque
dejado ser buena la fundación tenía deseo de comunicar con él algunas cosas de
mi alma" (n. 2). De hecho, apenas llegada a Soria logrará entablar esa
comunicación, incluso por escrito, abriéndole el panorama íntimo de su alma en
la extensa Relación 6, que es sin duda la mejor presentación de sí misma en el
atardecer de la vida, no sólo para el destinatario de la Relación, sino para el
lector de hoy. Comienza: "¡Oh quién pudiera dar a entender bien a Vuestra
Señoría la quietud y sosiego con que se halla mi alma!, porque de que ha de
gozar de Dios tiene ya tanta certidumbre, que le parece goza el alma (de) que
ya le ha dado la posesión, aunque no el gozo...".
Segunda en el relato y en la gratitud de la Santa es doña
Beatriz de Beamonte y Navarra, magníficamente reseñada en el capítulo. Es
viuda, sin hijos, oriunda de familia regia. Generosa en su dotación del nuevo
Carmelo. Entregará para éste su propio palacio soriano, de suerte que toda la
labor de la Santa consistirá, de momento, en la construcción de un pasadizo que
conecte la iglesia donada por el Obispo con el palacio regalado por la dama
navarra. Pero doña Beatriz queda tan impresionada y motivada por la
personalidad de la Madre Teresa que, no mucho después (1587), ella misma
ingresa con el nombre de Beatriz de Cristo en el Carmelo de Pamplona, donde
fallecerá en 1603.
Tercero entre los grandes colaboradores de la fundación
es el carmelita P. Nicolás Doria, recien elegido en el capítulo de Alcalá
(1581) como primer consejero del Provincial Jerónimo Gracián, y delegado por
éste para acompañar a la Santa en el viaje de Palencia a Soria, mientras él
cuida en Salamanca la edición de las Constituciones teresianas. Doria será más
tarde un difícil personaje en la historia de las Descalzas, pero ahora vive uno
de los momentos mejores de su vida: disfruta del aprecio incondicional de la
Santa, que teje su elogio en el corazón del capítulo (nn. 5‑7). Lleva por
compañero a fray Eliseo de la Madre de Dios. "Tuvo poco trabajo en este
camino", advierte la Santa, y apenas firmadas las escrituras de la casa
(14.6.1581), emprende la retirada. No acompañará a la Madre Fundadora en el
penoso viaje de vuelta.
La comitiva de fundadoras es selecta y abundante. Son
ocho carmelitas, más la Santa y su enfermera, la encantadora Ana de San
Bartolomé. Destaca entre todas Catalina de Cristo, propuesta por la Santa para
priora de la casa. Es joven (1543‑1594). Proviene del Carmelo de Medina y se
estrena en el oficio. Más adelante será fundadora del Carmelo de Pamplona
(1583), y poco después inaugurará la fundación del primer Carmelo catalán en
Barcelona (1588), desde donde, dos años más tarde, saldrán las fundadoras del
Carmelo de Génova en Italia (1590). Tanto en Pamplona como en Barcelona la
acompañará fielmente la singularísima navarra Leonor de la Misericordia, que
luego será su excelente biógrafa.
Por fin el trío que escolta la caravana: el racionero
Pedro de Ribera, que conduce buena parte de la comitiva en el coche del obispo.
La otra mitad del grupo de fundadoras va en el coche personal de doña Beatriz, escoltado
por su capellán Francisco de Cetina y el respectivo cochero. Y de parte del
obispo, preside la comparsa el alguacil con su vara en alto en el paso de las
poblaciones, ante el merodeo de curiosos impertinentes.
La llegada a Soria fue el 2 de junio a la caída de la
tarde, y al día siguiente comenzó la vida carmelita en el palacio de doña
Beatriz. El 14 de junio, fiesta de san Eliseo profeta, según el breviario
carmelitano, celebró la primera misa conventual el obispo en persona. Se
aceleró la construcción del pasadizo para unir el palacio con la iglesia, y
finalmente se puso el Santísimo el día de la Transfiguración del Señor (6 de
agosto), quedando inaugurado felizmente el Carmelo soriano con el título de la
Santísima Trinidad.
La Santa partirá de Soria el 16 de agosto, tras haber
dado el hábito el día anterior a las dos primeras postulantes de la comunidad.
Pero en el nuevo Carmelo quedaba tanto por hacer, para
trastrocar el palacio en monasterio. Por ello, antes de partir, la Santa
escribirá para la madre priora un memorial minucioso con todos los detalles de
la obra pendiente. Hasta la última simpática previsión (n. 15 de las
recomendaciones):
"Siempre, después que salgan de maitines (noche
cerrada), se encienda una lamparilla que llegue hasta la mañana; porque es mucho
peligro quedar sin luz, por muchas cosas que pueden acaecer, que un candil con
torcida delgada es muy poca la costa, y mucho el trabajo que, si a una hermana
le toma un accidente, será hallarse a oscuras. Esto pido yo mucho a la madre
priora que no se deje de hacer" (Cf Obras de la Santa, Apuntes y
memoriales. n. 17).
Sólo quedaba por narrar la odisea del viaje de regreso.
Le dedica la Santa los últimos tres números del capítulo. Será uno de los
viajes más aventureros de la Fundadora. Parte de Soria en pleno verano –con
harta gran calor, anota ella–, acompañada únicamente por la enfermera hermana
Ana y por el fiel racionero Pedro de Ribera, más los carreteros de turno. Viaje
largo, desde Soria hasta Ávila. Con pausas de descanso, primero en Burgo de Osma
y luego en Segovia (23 de agosto), pero pernoctando en míseras posadas del
camino, y corriendo serios riesgos en los riscos de la serranía: "Llevaban
el carro casi en peso por unos despeñaderos grandes" (n. 13).
Por fin, pausa en la posada de Villacastín, 4‑5 de
septiembre. Antes de reemprender el interminable viaje escribe desde una banca
de la posada a la lejana María de San José en Sevilla, una carta que conservan
intacta las agustinas de Villadiego (Burgos):
"Yo llegué anoche, que fueron 4 de septiembre, a
este lugar de Villacastín, harta de andar, que vengo de la fundación de Soria, que
hasta Ávila, adonde ahora voy, hay más de cuarenta leguas. Hartos trabajos y
peligros nos han acaecido. Con todo, vengo buena, gloria a Dios, y lo queda
aquel monasterio. Plega Él se sirva de tanto padecer, que con esto es bien
empleado" (carta 405, 1).
Llega a Ávila el 6 de septiembre y a los pocos días es
reelegida por última vez priora del Carmelo de San José.
Notas del Comentario
1. Dos escritos
"sorianos"de la Santa. – Son los ya aludidos tanto en el texto
del capítulo como en el comentario: la Relación 6 y la instrucción para la madre
priora. Importante el primero para conocer a la propia Santa y su estado
anímico en el momento de la fundación. Importante también el segundo para
conocer cuánto quedaba por hacer en la fundación al alejarse de Soria la Santa
y hasta qué punto era ella minuciosa en cuidar al detalle la materialidad de
sus Carmelos. – Ambas piezas nos han llegado autógrafas: la primera, custodiada
en las carmelitas descalzas de Santa Ana, de Madrid. La otra, en la Biblioteca
de Cataluña (Barcelona), ms 3363, adonde llegó en 1936, tras el saqueo del
convento de las carmelitas descalzas de Barcelona, fundado en 1588 por Catalina
de Cristo, primera priora que había sido del Carmelo de Soria, que había
llevado consigo a la fundación catalana el precioso manuscrito de la Santa.
2. El trío de
mujeres colaboradoras de la Santa en la fundación. – Dos de ellas
expresamente menciondas, casi retratadas, en el texto de la Santa: son doña
Beatriz y la M. Catalina. La tercera, silenciada en el relato pero emergente
luego en la historia y en el afecto de la Santa, es sobrina de doña Beatriz, por
nombre Leonor Ayanz y Beamonte. Procedente del Carmelo de Medina la M.
Catalina. También las otras dos serán carmelitas: Leonor, profesa en el Carmelo
de Soria; en el Carmelo de Pamplona, Beatriz. Las tres fundarán los Carmelos de
Pamplona y de Barcelona. Con dos notas de cariz periodístico:
– Leonor
se había casado con don Francés de Beamonte y Navarra. Para ingresar carmelita
hubo de apelar a motivos jurídicos que disolvieran su matrimonio. Por otra
parte, Leonor es mujer excepcionalmente culta. Se cartea con la Santa en el
último año de vida de ésta. Más tarde escribe una excelente biografía de la M.
Catalina. En esa biografía cuenta igualmente la fundación del Carmelo soriano.
(Recientemente, La Vida de la Venerable Catalina de Cristo, escrita por Leonor,
ha sido publicada con todos los honores de la crítica, por Pedro Rodríguez e
Ildefonso Adeva, en la BMC, 28, 1996).
– A la M.
Catalina y al Carmelo de Soria está dirigida la última carta del epistolario
teresiano, escrita de camino entre Valladolid y Medina, medio mes antes de
fallecer la Santa en Alba (Cf carta 468, n. 3).
Notas del texto teresiano
[7]
Fueron las siete: Catalina de Cristo
(elegida Priora al día siguiente de la fundación: 15 de junio), Beatriz de
Jesús, María de Cristo, Juana Bautista, María de Jesús, María de San José y
Catalina del Espíritu Santo. La freila llamábase María Bautista. La compañera,
era la enfermera de la Santa, Ana de San Bartolomé. Acompañantes del grupo
fueron: el P. Nicolás Doria y el Hermano Eliseo de la Madre de Dios; de parte
de D. Álvaro, el racionero de la catedral, Pedro de Ribera (de quien hablará
luego, nn. 12-13); de parte del obispo de Osma, uno de sus capellanes por
nombre Chacón y un alguacil para seguridad del viaje; por fin, de parte de doña
Beatriz, su capellán Francisco de Cetina.
[11]
El 26 de mayo, gran fiesta de la fundación de Palencia (c. 29, n. 29); el 29
partía de Palencia para Soria; llegada a Burgo de Osma el 31; el 1 de junio de
nuevo en marcha, «tuvimos noche en una iglesia», y el día 2, a las cinco de la
tarde, llegada a Soria. – Un poco oscuro está todo este pasaje.
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
--------
Ir a: La Interior Bodega